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Reflexiones a propósito del 7 de junio: El periodismo que escribe con e

A Rodolfo Sergio Merlo y Daniela Roldán.

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El periodismo que no quiere cambiar al mundo, no me interesa. Soy hincha -y jugador- del que quiere cambiar al mundo hasta cuando gana. (Parafraseo a Juan Gelman, ícono poético y periodístico, un faro para tod@ militante por los derechos humanos, exactamente un hombre derecho y humano -Gelman más que justo era exacto en todo su desborde-, que decía que era hincha de Atlanta hasta cuando ganaba.)

Hoy, ese periodismo es feminista, ecologista y se pinta el corazón de color cobre. Las vanguardias de la hora, en materia de batallas de la ‘guerra’ cultural. Es el periodismo que escribe con e y en la e está plantado, que no es el medio de nada. (Nada mejor que el medio para esconderse.)

Se horada las bases de la sociedad patriarcal/capitalista, la que urdió este mundo cuyo último fruto es el covid, o se le tira centros al poder real, que casi nunca es el/lo que se ve. Magníficos o toscos, solapados o desvergonzados, pero centros al fin. Centros que nunca son el gol, pero siempre son parte de él.

Atilio Borón suele repetir una frase de principios del siglo XX de un inglés cuyo nombre no recuerdo: “Creíamos que el periodismo nos iba a permitir conocer la verdad, y hoy tristemente comprobamos que lo que hace es impedir que se conozca”. Si esa sentencia tiene hoy más vigencia que entonces, nuestro oficio ya se parece demasiado a una farsa, una kermés de estridentes bufones que entretienen al rey. Sin embargo aún vale la pena intentarlo, con esa cuota de ingenuidad indispensable para vivir y de la mano de Benjamin, ya que “es por amor a los desesperados que conservamos todavía la esperanza”. O los micrófonos, cámaras y teclados.

Me interesa el periodismo que aspira a un mundo justo, sensible y noble. El que le baja la espuma a la vanidad de los estúpidos. El que, aún con un continente de evidencias en contra, sigue empujando el muro. El que persiste en contribuir a la búsqueda, o, mejor, la construcción de la verdad, esa piba espléndida que siempre debería enamorarse de las razones de los perdedores. Aún cuando hoy cotiza muy poco, como si se tratara de una reliquia de ayer, un pan duro que a nadie da de comer en las mesas de la posverdad, que es la mentira a medida. Pensemos en qué lugar de la cancha se para nuestro oficio hoy que mentir es cool, el pueblo se informa en las redes y la ignorancia es exhibida con orgullo en los medios masivos de exasperación. Es exhibida y hace escuela, mientras la sabiduría tirita y se tapa los ojos como quien mira una carnicería en una peli de terror. Es crucial dónde ubicarse, o la inercia te lleva, ahora que los medios convencionales emulan lo peor de las redes sociales, y no éstas lo mejor de aquéllos.

Ese periodismo que, por soñar con los pies en el barrio y el grito en el cielo, no cree en salvaciones individuales, en la mano invisible de nadie ni en el derrame de ninguna copa, es el mío. El que no anhela copas para pocos conformándose con alguna gota perdida, sino sopa para todes.

El que no renuncia a la poesía ni para narrar el horror.

El periodismo que llega mejor, a su ritmo, no primero y mal, enchastrando hasta lo que estaba limpio. Hoy ya todes saben todo, el tema es saber por qué (y hasta cuándo). El que reflexiona y convida a, no ese que cree atesorar verdades que se hunden en un centímetro de agua, esos cristales de un día que no soportan la mirada de un digno. Por eso llego tarde con esta columna. O a tiempo, quién sabe.

Mi periodismo es el militante, sí señor, y a mucha honra. El que defiende ideas, aún cuando implique identificarse partidariamente con alguien en determinada circunstancia. Para muchos es embarrarse y condenarse, para mí es limpiarse, transparentarse, fluir, liberarse. ¿O Moreno fabricaba campanas? Basta de blablear de objetividad, hablemos, mejor, de honestidad. Todo es relativo (empezando por la opinión), salvo la honestidad. Aguanten el relato y el ‘nado sincronizado’, ¿o no jugamos en equipo? Ya que todes nadamos, el problema no es nadar con otros sino con quién, y hacia dónde. ¿O alguien se cree Rodolfo Walsh? Dime con quién nadas y te diré quién eres.

Inflo el pecho por el periodismo con delirios de grandeza, humildemente me siento parte de él: el que cree que una buena entrevista a un ‘pelusa’ hará ruido en el Salón Oval de la Casa Blanca, así como una pelusa que cae en Tokio provoca un cimbronazo en la economía argentina, según nos enseñaron esos manuales que huelen a sangre. Me gusta creer que contando la historia de un patadura cualquiera, no la de Messi, podemos cambiar al fútbol. Choco mi copa con el periodismo que acompaña las derrotas de su pueblo, y también sus sueños. Con el que desnuda el dolor de los rotos con garganta fragilinvencible, soñando que así estropeará el postre de los biencomidos que mueven los hilos del planeta como si fuera un yo-yo.

Paradójicamente, con delirios de grandeza y todo, me encanta el periodismo ‘ubicado’, el que sabe que un periodista no es alguien taaan importante: con hacer bien dos o tres cosas, es suficiente.

El que sólo aspira a entretener me queda más incómodo que un rifle, porque no es periodismo sino cotillón, y del malo. Tampoco el de los equilibristas, una habilidad óptima para el circo. Lo que no implica inmolarse, ya que no a cualquier mequetrefe le da para talibán. Menos el que es campeón de ese ‘deporte’ fácil de ser torazo en rodeo chico y microbio en uno grande, porque ni siquiera es mal cotillón.

Jamás el que sólo aspira a -y se rige por- lo económico. A lxs periodistas que únicamente ansían engordar ‘cartera’ habría que disuadirlos a tiempo, igual que a los médicxs. Lo que no implica regalarse, ya que derecho que se pierde no se recupera, y alguien se lo (o se la) lleva.

El periodismo no salvará al mundo, pero el mundo no se salvará sin periodismo.

El periodismo me salvó la vida, ¿cómo no va a poder cambiar al mundo? De un pibe que estaba de onda pasé a ser, a lo largo de casi veinticinco años, un tipo con cosas que hacer. Gracias al periodismo, la mejor profesión de todas, aún en este naufragio global con forma de enloquecido pacman que nuestro oficio ayudó a producir.

Chino Castro

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