6 de febrero de 2025
por
Chino Castro
Cuando Slavoj Zizek, uno de los 'cráneos' de la hora, vaticinó que de la pandemia saldríamos mejores porque entenderíamos, así fuera desde el más rancio egoísmo, que nadie puede solo y que sólo el colectivismo y la cooperación nos salvarían como especie, muchos se rieron de él. Y tenían razón, porque un lustro después del apagón global la sociedad es cada vez más desigual, vale decir más neoliberal y menos socialista o humanista. Lo mío es mío y lo tuyo también parece ser el lema imperante, un viejo credo que extrae su 'espinaca' de la sangre de cada hermano/a que arroja a las fauces de la muerte y el olvido acá y acullá.
Sin embargo, algunos tomaron nota de la tesis del pensador esloveno, que se parecía a una plegaria. O será que sencillamente siempre habrá gente que apuesta por desplegar su interés económico en un marco de cuidado del medioambiente y respeto por el otro, como si supiera, antes con el corazón que con la mente, que dejando un legado digno se vive mejor: 'Vive y deja vivir' vendría a ser su axioma, o, mejor, 'vivir es dejar vivir', lo otro es fomentar la descomposición general que un día lo tapará todo y no quedará ni Elon Musk en Marte.
Dentro de este último colectivo de personas se cuentan Lucas Troncoso y Victoria Moroni, una pareja de gente muy joven que apostó por montar una huerta agroecológica con la que provee de verdura sana a la comunidad. La Madriguera se halla a cinco kilómetros de la ruta 226, tomando por la bajada que conduce a las quintas linderas al club Buenos Aires, llamada Leandro N. Alem. Son casi dos hectáreas que los emprendedores compraron a dos sobrinos de alguien que murió hace tres años y les legó ese campo.
La primera tarea fue desmalezar el lugar, que yacía gobernado por los yuyos. Toda una misión, que realizaron de modo artesanal, como todo lo que hacen en el sitio. Era una chanchería abandonada, con todo lo que eso implica, vale decir que también había alambres enterrados en corrales y fierros que erradicar. Y, sobre todo, pelo de chancho como para hermosear los yermos cráneos de un país de calvos, un elemento muy difícil de quitar sin emplear agroquímicos, y que los emprendedores limpiaron con pala y motoguadaña. La labor insumió la friolera de seis meses, incluida la etapa de rotocultivar un suelo desatendido por añares.
Higienizado el predio, se entregaron a la etapa más poética del plan: cultivar. La premisa fue no usar una gota de agroquímicos, pesticidas ni montar un invernáculo, sino confiar en los dictados de la naturaleza y el poder vegetal. Por eso el lugar presenta la desprolijidad que, en este caso, es sinónimo de salud: tomates emergiendo de matas de pasto; zapallos desplegándose en un suelo desparejo, etcétera. "Lucas dice que alimentarse, y la propia adquisición de alimentos, son un acto político: uno decide qué y cómo comer. Su principio es defender y mostrar que a campo, en el medio de la pampa húmeda, es posible armar una huerta agroecológica sin usar ningún recurso más que el agua, siguiendo los ciclos de la naturaleza y respetando el ecosistema. Por ejemplo, acá no había ranas, sapos ni pajaritos, y en la medida en que fuimos trasformando el lugar con un estanque, agua y riego, aparecieron los pájaros, los peludos, y había zorros. Nosotros no combatimos a nadie, tienen que convivir todos", explicó la filosofía del emprendimiento Pablo Troncoso, parte del equipo, papá de Lucas y vocero ante los medios.
Un año después, este equipo de laburantes está pudiendo vivir del amor, contradiciendo a Calamaro.
A esta altura, hay que decir que Lucas Troncoso es marino mercante, recorrió el mundo en cruceros como oficial de cubierta y además es programador desde hace cuatro años. Vivió en Italia, Dinamarca, Brasil, realizó voluntariados en Europa y fue siempre un apasionado de la agricultura. Tanto es así, que un buen día, que seguro fue soleado, decidió hacer algo con eso, y qué mejor lugar que casa. 'Quien no sabe dónde ir /no tiene dónde volver', dijo el poeta Hugo Mujica. Lucas viajó lejísimos, recorrió el mundo y probó el intransferible sabor del nomadismo, porque tenía claro que su casa siempre estaría ahí, aguardándolo a un abrazo de distancia.
Diciembre del 2023 es el kilómetro cero de La Madriguera, emprendimiento para el que Lucas se asoció con su pareja, Victoria Moroni. La alineación se completó enseguida con la incorporación de papá Pablo, un conocido docente de este medio, jubilado en febrero del '24 que tiene un pasado como agrónomo general, carrera para la que se formó profesionalmente en Uribelarrea. De hecho, Pablo junto a un empleado son quienes cada mañana a eso de las seis acuden al predio, para cosechar lo que haya y salir a repartir antes del mediodía. 'Maru', la mamá de Lucas y compañera de Pablo, completa el equipo, abocándose a diversos menesteres en la finca. Dentro de este armado, 'Vicky' Moroni es la encargada de las redes sociales, un área fundamental para llegar a la población con información clara y constante sobre lo que ofrecen en La Madriguera y el modo en que lo producen.
En cuanto a lo que hay, hay de todo, según la estación: hoy, tomates (negros, rojos, amarillos y también cherris); berenjenas; kale; variedad de zapallos; especias como albahaca, perejil. Entre otros cultivos. Claro que "a nuestros tomates, por ejemplo, les caminan insectos y tienen manchitas, pero el sabor es otro, la calidad también y podemos garantizar que no utilizamos nada", aclaró Pablo. En el invierno estuvieron abocados a las lechugas, rúcula, espinaca, acelga.
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Los servidores públicos estaban también listos para asistir a pobladores rurales de esa zona aislados en caso de ser necesario.