13 de agosto de 2025
por
Chino Castro
El haber renunciado a su pulsión creativa es un problema mucho mayor de la política en su siempre inestable vínculo con la sociedad que su paulatino alejamiento de 'la calle' a punto tal que los partidos populares parecen no dar con la receta para interpelar a todo ese pobrerío que sigue a Milei: las viejas ya no resultan, son una señora hablando de Belgrano durante cuarenta minutos a un aula de chiquillos surfeando las olas de sus smartphones, y a las nuevas no las conocen ni saben cómo gestarlas.
Que en general los candidatos para estas elecciones se presenten como los más aptos para resolver las problemáticas sociales, es menos pintoresco que alarmante. Como si fueran plomeros a los que uno llama para destapar su baño, o contadores a los que les lleva sus papeles para que ordenen sus cuentas según la maraña de dispositivos programáticos en los que conviene encuadrarse. Aún dando por sabido que no es lo mismo ser concejal de pueblo o intendente que presidente de un país, y que no hay dos países iguales.
Menos creatividad que el peinado de Angelito. Terrible. Se ha retrocedido tanto, que a amplias porciones sociales les parece fenómeno que los candidatos/as no prometan nada en concreto, como si fuera suficiente con que les ofrezcan vacuos asertos voluntaristas que no deberían servir ni para un jardín de infantes: 'vamos adelante con la buena gente', 'juntos podemos', 'vecinos unidos por un futuro para todos'. Gastadas muletillas que cualquier abuela podría pronunciar en la mesa del domingo mientras sirve los fideos.
Que luego la dirigencia no cumpla lo que prometió, es muy otra cosa, pero por tantos años de promesas sobre el bidet mal podemos dejar de reclamarlas y resignarnos a esperar que se nos caiga el techo para convocar a alguien, ¡un político!
Esa lógica condujo a que se instalara la noción de que cualquiera puede ser dirigente o funcionario público. Se ve como un valor que una lista sea conformada por gente 'nueva', neófita en la materia, quizá con prestigio profesional pero sin fogueo de gestión. Algunos armadores se mandan a buscar 'ñatas' para su lista como quien sale a reclutar gordos para un picadito poco exigente, ¿y eso es pluralidad, apertura, renovación, esperanza? Claro que cualquiera puede ser dirigente político, siempre que se prepare para ello no como quien se incrusta los cortos un sábado para ir a ver qué onda esa moda del pádel. (Hubo en los noventa en la Argentina un estallido de lo que se dio en llamar rock barrial, protagonizado por una legión de bandas en las que "los cantantes imitan al público, no al revés", en palabras de Charly García. La metáfora aplica acá. Y también existe el cine con vecinos).
De tal modo ha ido gestándose un circuito vicioso, porque los políticos surgen de la gente, y si tenemos dirigentes, funcionarios y candidatos con esas características, es porque antes la sociedad decidió renunciar, voluntariamente o colonizada por el poder económico a través de los oscuros dispositivos mediáticotecnológicos con que roba cerebros sin necesidad de picanear cuerpos, a un tipo de vinculación con la política, con lo público y lo colectivo. A Milei lo parimos lo argentinos, a Néstor y Cristina también.
La política no debe arrodillarse ante la realidad y mitigar los daños, como un bombero al que llaman porque ardió una vivienda. Los grandes dirigentes de la historia marcaron la diferencia porque fundaron escenarios, no sólo hicieron de gasistas matriculados que ponían en condiciones las cocinas argentinas donde calentar las sopas. La política debe imaginar, 'ir por delante' de la realidad, crear nuevos cielos; moldearla, más que domarla. Si no, un mal -y cercano- día las urgencias serán tantas que ya no se sabrá por cuál empezar, y ni el 'sálvese quien pueda' alcanzará ya para nadie. Pero por algo hace años a los gobiernos se los llama administración. Ellos mismos se bajan el precio autodefiniéndose así. El drama es que la administración no altera ni patea tableros, vale decir que es lo injusto por antonomasia; ama adaptarse, y lo que necesitamos son inadaptados. Mientras, con espanto y perplejidad vemos que el gran transformador de la hora es Javier Milei: rompiéndolo todo desde adentro como un topo enajenado, eso sí, sin que casi dos años después la oposición defina con qué y cómo enfrentar la motosierra, con menos reflejos que una toalla, con más ansia de burda rencilla interna que un escuela contra escuela pasado de copas. Horowicz dice que el gran aniquilador fue Menem: llevó a cabo una reforma educativa que, con los años, terminó por aniquilar el debate político y producir a Milei.
Hoy la política no sabe cómo sacudir de su letargo a quienes no creen en el sistema de representación democrática, por decepción o hartazgo (los grandes) o por desinterés en ejercitarlo (los pibes en general no institucionalizados, que no irán a votar ni por el mileísmo, al que ya no ven como novedad ni siquiera en tanto que escuadrón de 'muñecos malditos' que viene a barrer con todos, sino como parte de la descomposición del orden). Y acaso sólo recuperando la creatividad, que siempre es osadía, la política pueda volver a calentar a esos millones desinteresados de todo lo público salvo en su versión de 'río' donde 'pescar' algo. La política en su dimensión fundadora y no refundidora de los ya fundidos. Y después de Milei, en su variante refundadora. Algún eslabón del circuito vicioso un día tiene que saltar, pero la sociedad no debería sentarse a esperar, sino empujar un cimbronazo que rompa la cadena de la opresión y dé origen a un circuito virtuoso.
Otro dato de nuestra catástrofe actual es que los únicos que exudan perfume a revolución son los ancianos/as que cada miércoles marchan al Congreso en reclamo de lo mínimo y son prolijamente apaleados por las fuerzas de seguridad a las órdenes de la pedagoga Patricia Bullrich, sin que ver a un viejo ensangrentado y sin dientes le atragante la comida a nadie, lo mismo que un 'marrón' cartoneando agonía en la puerta de un restó, tan una estampa cotidiana en esta estragada y estrangulada Argentina.
(Hablando de creatividad, voy con otra metáfora que aplica: una discusión clásica en nuestro fútbol doméstico es si los equipos chicos que pelean por no descender no tienen alternativa a 'picar piedras', 'morder' a los rivales y aguantar abroquelados contra su arco como quien aprieta los dientes y se mete bajo la cama para bancar el bombazo, sin embargo Platense se plantó en campo contrario, jugó al fútbol cada vez que recuperaba la pelota y salió campeón, después de bajar al supercampeón continental Racing, a San Lorenzo y a River, para algunis el mejor equipo de la historia aunque en el Mundial de Clubes lo disimuló tan pero tan bien, con innecesarias dosis de humildad, y no le hace un gol a un equipo europeo desde 1986, cuando le marcó uno al célebre Steaua de Bucarest).
Por eso, dados los resultados desde la perspectiva del campo popular, es decir la trepidante desigualdad, la pavorosa injusticia social, la infamante exclusión, las guerras y las hambrunas fríamente calculadas, las juventudes en pelotas de futuro y todo lo que ya sabés, esta columna propone menos economistas en Economía, y algún 'Mono' Alabart con bicicleta y todo, un Jorgito Godoy incluso con la viola doble mástil y el coche chocado por un intrépido agente policial con lapsus de Max Verstappen. Algún artista, ahí va, pudriéndola en serio por allí. (Más sensibilidad, porque no es que a los expertos les salga mal, sino que gobiernan para una élite.) Basta entonces de esa visión pragmática con que se conducen carteras como Producción e incluso Cultura, y más poesía, como diría Jorge Alemán, ergo, más creatividad.
Porque el pragmatismo siempre es para pocos, que encima always son los mismos. Hoy más que nunca, tan jodidus como estamos. Y para terminar: si la duda es la jactancia de los intelectuales, cuak, el pragmatismo es el sobretodo de los abrigados. Chau.
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