26 de mayo de 2025
Una pincelada de recuerdos, de vivencias y un testimonio de mi afecto. Sin duda, la institución de mayor trascendencia en la historia de la cultura de Bolívar:
Escuchar artículoLa Cultural cumple 100 años. Cien años desde que en aquel mayo de 1925, un grupo de hombres y mujeres excepcionales dieron comienzo a un proyecto que durante décadas marcó el ritmo cultural de nuestra ciudad. Bolívar era por entonces joven, con un futuro promisorio que se vislumbraba en el surgimiento de instituciones, en un comercio próspero y en una vida social y cultural intensa. Pocas veces, si es que se volvió a dar, tantos talentos y tantas voluntades brillantes se dieron al mismo tiempo. La figura excepcional de Pedro Vignau y de Luis Mallol, secundada por Pedro Fernández López, Luis Gagliardi, los Larregle, Etelvina Cáceres, hizo que desde los inicios la Asociación de Cultura y Fomento fuera el faro que iluminó la vida cultural e institucional de Bolívar. La celebración de las Fiestas del Cincuentario de la Fundación, la Creación del Museo Florentino Ameghino, de la Biblioteca D.F. Sarmiento, de la Sociedad Rural y del Automóvil Club fueron algunas de sus obras más trascendentes. Los Viernes de la Cultural fueron durante décadas un espacio que alimentó culturalmente a muchas generaciones de bolivarenses que acudieron a nutrirse de arte, de ciencia y de poesía.
Mi encuentro con la Cultural fue cuando fuimos a vivir a la esquina de San Martín y Paso a fines de los 60. Yo tenía siete años y un espíritu ávido de conocimiento. Hasta entonces eran los libros que mi madre me compraba, los relatos del abuelo que me hablaba de España, las historias del Bolívar de antaño en el cuarto de costura de las Font. Fue entonces cuando la Biblioteca de La Cultural se me abrió, como una especie de Paraíso borgiano. Allí tuve todo el Mundo, un mundo sin internet y sin televisión, al alcance de la mano. Los clásicos españoles, la historia del arte, los maestros de la espiritualidad. La Divina Comedia y San Juan de la Cruz. Mozart y Mujica Láinez. Todo el mundo que yo soñaba estaba en aquellos anaqueles oscuros. Lo que había oído bajo un ciruelo de labios de mi abuelo, en el Romancero, en Azorín, en Machado. Y el Misterio que yo vislumbraba entre incienso y latines en aquella parroquia, la del Padre Palazzolo, se hacía letra en el Cántico Espiritual y en Santa Teresa de Jesús. Cirila de Casajús, pacientemente, con perfecta caligrafía anotaba en enormes folios mi pasión por la lectura. Recuerdo aquellas tardes de invierno, aquella luz mortecina, la estufa de vela, y mi emoción ante el Espasa Calpe. Cuando pienso en aquellos días de mi infancia los veo luminosos y dorados, aunque transcurrieran entre aquellos pesados muebles oscuros, porque la luz que me daban los libros estaba dentro de mí.
Por aquellos años, fines de los 60, Morocha Carminatti con sus dulces ojos claros y sus manos prodigiosas de las que salían maravillas, daba clases de Manualidades en La Cultural. Allí iba mi madre y aprendía encuadernación, pirograbado, repujado en cobre, crochét y otras muchas cosas con las que en los tiempos en los que no había redes, las señoras llenaban su tiempo.
La Cultural era una especie de prolongación de nuestra casa. Éramos chicos de nueve, diez u once años: mi hermano, Elvirita y Oscar Ochoa y yo. Motivados por Margarita Pedrosa y Zulema López, que estaban allí desde siempre, participábamos en concursos y organizábamos exposiciones. Ellas nos enseñaron a valorar el patrimonio y la historia, y sin saberlo y sin pensarlo, estaban poniendo el germen para lo que con los años sería mi labor como Presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco de Buenos Aires, cargo que aún tengo el honor de ejercer.
Aquellos niños que éramos, nos sentíamos integrados a un mundo adulto (en una época en la que los chicos debían estar callados). Un mundo de peinados con laca, perlas y tapados de nutria, al que nos asomábamos sorprendidos. Cómo aquel I Encuentro de Escritores, por 1969, o 1970, donde nos admiraba la elocuencia poética de Amancio Varela y la declamación de una poetisa de la que solo nos quedó el nombre, Zoraida. Ulises Perez Risso, los Gentile, Juan Carlos Leonetti eran los hombres que brillaban con sus ideas y sus obras en aquel teatro El Mangrullo, que dejó memorables producciones como "Historias de nuestra Historia" por el Centenario de la Batalla de San Carlos.
Y aquel "universo" de La Cultural quedaría incompleto sin Gumersinda y su hija Blanca, cuidadoras " in aeternum", que nos sorprendía con sus relatos, mezcla de superstición y realismo mágico, y nos amenazaba ante cualquier falta de llamar al Zorro, que era como se llamaba entonces al agente de tránsito, que además era su marido.
Algunos años después, a mediados de los 80, mi hermano y yo, aún jovencísimos, fuimos integrados a la Comisión Directiva. Una Comisión en la que una mayoría de sus miembros estaban vinculados por sangre o amistad al grupo fundador. Laura Vignau, las Billorou, Juan Carlos Grossi, las Naranjo...
El Dr. Oscar Cabreros, una de las figuras de mayor trayectoria dentro de la Institución mantenía viva la llama de los fundadores. Aún se realizaban los famosos "Viernes de la Cultural" que por décadas nutrió a varias generaciones de bolivarenses de arte, de ciencia y de poesía. Por entonces ya estaban en una etapa de franca decadencia. Las sillas de Viena, el piso crujiente de pinotea, el zumbido de la luz fluorescente, y una voz con acento docente recitando quizás a Machado.
A fines de los 90 el Dr. Cabreros, viendo un declive institucional producido por la falta de recambio generacional y de adaptación a los nuevos tiempos, con una visión clara y realista creyó que era necesario renovarse o desaparecer. Fue entonces cuando me ofreció la Presidencia con la libertad absoluta de renovar estructuras, cargos y personas, en un gesto de loable generosidad. Era un gran desafío el que tenía por delante. Era revitalizar una estructura de gran peso histórico que en el tiempo se había ido oxidando. Solo la deuda moral que yo tenía con La Cultural, habiendo sido la fuente inicial de mi acceso al mundo de las letras, hizo que con temor y cierta inconsciencia aceptara.
Así comenzó una etapa nueva donde armoniosamente se aunaron los nombres que tenían una larga historia en La Cultural con la sangre nueva. A Laura Vignau, Luisa Lalli de Erreca, Elba Moronta, José Pepe Iglesias, Esvelia Zocco de Ferro, las hermanas Constantino, y muchos otros que no quisiera olvidar se sumaron Menchi Cipriano de Bedatou, María Laura Hernández, Josefina Busquet Serra, Lili de la Serna, Alejandra Santa María, Martín Porta, Pérez Quevedo. Fue un tiempo de renovación y de creación continua. De espacios, de estructuras y de objetivos. La incorporación de la vieja Biblioteca Sarmiento a la Conabip, la creación de nuevas salas, la re inauguración del Museo bajo la dirección de Karina Bontempo, la creación del Archivo Histórico, fueron algunos de esos logros. Pero fundamentalmente fue abrir las puertas de la Cultural y aún más, sacar la cultura a la calle en una memorable Feria de la Cultura realizada frente al edificio donde convivieron la literatura clásica, el rock , las danzas tradicionales con un éxito sorprendente. En esa nueva etapa que me tocó conducir y en ese desafío, tuve el apoyo incondicional y excepcional de Menchi Bedatou, que me sucedió cuando entendí que el proceso renovador estaba ya cumplido. Ella, acompañada de una generación aún más joven, fue quien llevó adelante La Cultural durante muchos años, en tiempos a veces complejos pero siempre enriquecedores. Hoy cuando ya es otra generación de jóvenes quien la compone les toca la importante tarea de celebrar su Centenario.
No pretendo en estas líneas esbozar la historia de la institución, que excede a un artículo de esta naturaleza. Son solo una pincelada de recuerdos, de vivencias y un testimonio de mi afecto por La Cultural, sin duda la institución de mayor trascendencia en la historia de la cultura de Bolívar. ¡Muy felices 100 años!
Walter D'Aloia Criado, Sevilla 24 de mayo de 2024.-
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