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Balada para un loco

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Escribe: Mario Cuevas

Se encontraron por segunda vez en Mar del Plata en el verano de 1956. En ese entonces Astor Piazzolla ya era un músico consagrado, una aplanadora en todo el sentido de la palabra; en cambio, Horacio Ferrer era un poeta tímido y entusiasta que había fundado junto a otros compañeros de la Facultad de Arquitectura ‘El Club de la Guardia Nueva’, movimiento que reverenciaba a Piazzolla, Salgán, Troilo, Expósito y otras luminarias del tango. Ferrer le había enviado una carta declarándole su admiración cuando Piazzolla estaba en París. Comenzó así una amistad epistolar que desembocó en una invitación de Ferrer para que Astor pasase por Montevideo cuando regresara a Buenos Aires. El primer encuentro desembocó en un caluroso recibimiento de Ferrer con los muchachos de la Guardia Nueva. Piazzolla, encantado, les regaló discos nuevos y tocó el bandoneón para los extasiados presentes. Al despedirse, el músico le retribuyó la invitación para que el poeta viajase a Mar del Plata, donde vivían Nonino y Nonina, los padres de Astor. Es allí donde se produjo ese segundo encuentro y quedó consolidada una amistad tras horas de fogosas conversaciones.

En 1967 Ferrer acababa de publicar su libro de poemas ‘Romancero Canyengue’. Uno de esos poemas, ‘Una’, estaba dedicado a Piazzolla. “Vos hacés con los versos lo que yo hago con la música”, le dijo Astor cuando recibió el libro. Así comenzó la unión artística de esta dupla que se inició con la ópera “María de Buenos Aires” y continuó con otras grandes obras que Piazzolla-Ferrer escribieron. Una de ellas es ‘Balada para un loco’, composición que junto a otras, nació con un destino triunfal, iluminada por la pasión y el talento de dos creadores en una mágica sinergia.

 

Horacio Ferrer había sido invitado a participar en un concurso de la canción y se apareció en la casa de Piazzolla con la frase: ‘Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…’ Piazzolla probó algunas músicas que se descartaron. Una de ellas porque a Ferrer le pareció que sonaba como un tango humorístico de la época de Gardel; y otra, porque a Piazzolla le parecía similar al estilo de Mariano Mores. “Finalmente, todo en cuestión de minutos, – recuerda Ferrer – Astor colocó los acordes de ‘Adiós Nonino’. Sobre esos mismos acordes, desarrolló la melodía definitiva de la primera parte de la balada. Luego, en un momento, mientras yo cantaba: ‘vení, volá, sentí el loco berretín que tengo para vos’, Astor cerró el piano y con los ojos llenos de lágrimas me dijo: ‘Esto no es una canción ni un tango: ¡esto es una bomba atómica!’”

 

El 16 de noviembre de 1969 se llevó a cabo la final del Festival Buenos Aires de la canción. La crónica fría cuenta que ganó ‘Hasta el último tren’, tema de Ahumada y Camiloni, interpretado por Jorge Sobral. El jurado había determinado que ‘Balada para un loco’ había quedado en segundo lugar. “El griterío de la gente a favor y en contra no me dejaba oír la orquesta – recuerda Amelita Baltar, la vocalista de esa noche – Unos me aplaudían, pero la mayoría me tiraba monedas, me abucheaba, se levantaba de las butacas. Fue una puja ideológica. Astor hacía música de los barrios oligarcas, y vivía ahí. A mí en la calle aún hoy me dicen cosas como ‘¡yo también estoy loco Amelita! Y no hay lugar en el que yo termine de cantarla que la gente no se pare para aplaudir.”

 

“Un día en pleno auge de ‘Balada para un loco’ fuimos al Borda, al Hospital Neurosiquiátrico – cuenta Piazzolla en una de sus biografías – Habían preparado el escenario en un gran salón donde estaban reunidos creo que unos doscientos pacientes. Empezamos a tocar con el Quinteto hasta que llegó el momento de hacer justamente ese tema, que iba a cantar Amelita Baltar. En todos nosotros había una especie de pudor por la reacción que podían exteriorizar los pacientes. Empezamos a tocar, ellos empezaron a mirarse, algunos se paraban y movían el cuerpo, otros seguían el ritmo con la cabeza. Sonreían, repetían frases como: ‘Volá, vení… loco, loco…’, hasta que se hizo un coro de voces cantando la balada con nosotros. Fue maravilloso.

De repente se me acercó un hombre de ojos claros que empezó a recitarme un bello poema sobre la luna. No sólo recitaba, hablaba y decía cosas de una belleza tremenda. Un médico me informó que se trataba del poeta Jacobo Fijman. Había pasado casi toda su vida en el Borda y me impactó una frase que me dijo: ‘Yo podría irme, pero para qué si afuera todo es peor…’. Salí impresionado… intenté muchas veces ponerle música a alguno de sus poemas, pero siempre me resultó difícil.”

 

El tiempo, los viajes y diferentes ocupaciones fueron separando al músico y al letrista. “Yo creí mucho en Ferrer – le confesaría Piazzolla a Natalio Gorín en 1990 – Me emocionaba ese poeta que hizo conmigo “María de Buenos Aires”. A partir de ahí fuimos muy amigos y trabajamos muy bien: una serie de baladas, los preludios, “El pueblo joven”. Creo que dejamos una gran obra. Yo tengo un gran respeto por su talento. Pero después nos fuimos alejando, él colaboró con Palito Ortega, con el Puma Rodríguez, y a mí me pareció denigrante. Y después se metió a gastronómico, ahí me mató del todo. A mí me parece bien que un futbolista abra un restaurante, pero un poeta es otra cosa. Horacio tiene cosas maravillosas: ‘El gordo triste’, ‘La última grela’, ‘Chiquilín de Bachín’, ‘La bicicleta blanca’,’Balada para mi muerte’. Son joyas que no se repiten, y después da la impresión que se le hubiera acabado la sesera.”

Piazzolla era un tipo duro, implacable. Cuando dijo estas palabras sobre Ferrer quizás estaba enojado, o no. Piazzolla continuaría componiendo, brindando conciertos y alimentando su arte hasta su muerte, ocurrida en 1992. Lo que no se puede dudar es que su rica etapa con Horacio Ferrer, produciendo esas maravillosas obras, ha quedado grabada a fuego en la memoria de la música argentina.

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