30 de agosto de 2025

RUMBO A LAS ELECCIONES

RUMBO A LAS ELECCIONES. La oposición local y su guerra equivocada

Colaboración: Roberto D'Alessandro, sociólogo

En la actual campaña electoral de Bolívar, hay una frase que se repite como un mantra en dos campamentos distintos. Tanto desde "Somos Bs As" como desde la "Alianza La Libertad Avanza" emana la misma promesa fundacional: son, cada uno por su lado, la única fuerza capaz de "terminar con el oficialismo". Es un eslogan potente, diseñado para capitalizar el descontento y polarizar la elección. Sin embargo, esta declaración de guerra contra Fuerza Patria es, a la vez, una profunda ilusión óptica y un grave error de cálculo estratégico. Absortos en atacar a un enemigo al que su propia división ha vuelto invulnerable, ambos espacios opositores parecen no comprender que su verdadero adversario en esta elección son ellos mismos.

La política, a menudo, es menos sobre intenciones y más sobre consecuencias. Y la consecuencia inevitable de la fractura opositora es un blindaje matemático para el poder del intendente Marcos Pisano. Los números de 2023 son un veredicto irrefutable: el peronismo gobernante obtuvo 9.998 votos; el principal frente opositor, 9.659. Una paridad técnica. Hoy, ese capital de casi diez mil votos opositores está dividido, en disputa entre dos herederos que se niegan a compartir el legado. Pretender que, en este escenario de canibalismo, se puede construir una mayoría para "terminar con el oficialismo" no es optimismo; es negar la aritmética. La campaña del 7 de septiembre, por tanto, se desarrolla sobre una ficción. Mientras los discursos públicos apuntan al palacio municipal, la batalla real, la que verdaderamente definirá el futuro político, se libra en el barro de la propia oposición. Esta elección ha dejado de ser una contienda por el poder para convertirse, en la práctica, en una brutal "interna a cielo abierto". El objetivo tácito no es ganar la elección, sino aniquilar al competidor ideológico para quedarse con los despojos y la codiciada patente de "único retador" de cara a las elecciones ejecutivas de 2027.

Esta guerra equivocada, este enfoque en un objetivo primario ya perdido, los lleva a un callejón sin salida. Cada recurso, cada minuto de aire, cada afiche que se gasta en prometer una victoria sobre el oficialismo es un recurso que no se utiliza para el objetivo secundario, pero existencial: demostrarle al electorado por qué son una mejor opción que la otra lista opositora. Al venderle al ciudadano una victoria que no pueden entregar, se arriesgan a un doble castigo: no solo la derrota electoral, sino también una severa crisis de credibilidad.

El sistema D'Hondt actuará como el juez implacable de esta estrategia fallida. En un escenario de fragmentación competitiva, donde el voto opositor se divida en dos bloques de tamaño similar, el resultado será una catástrofe para el conjunto. Ambas listas podrían obtener una representación mínima, mientras el oficialismo, sin necesidad de sumar un solo voto nuevo, sería sobrerrepresentado en el Concejo Deliberante gracias a la magia de los cocientes electorales. Sería la crónica de cómo dos ejércitos, obsesionados con un enemigo común en el horizonte, terminaron aniquilándose entre sí y dejándole el campo de batalla libre al adversario. La verdadera "victoria" para la UCR o para LLA en esta elección de medio término ha sido redefinida por las circunstancias. El triunfo real no se medirá en la cantidad de bancas obtenidas contra el peronismo, sino en la diferencia de votos, aunque sea mínima, sobre su rival directo. Salir segundo en la general, pero primero en el microcosmos opositor, es el único premio tangible. Ese resultado otorga el capital simbólico, la narrativa de crecimiento y la legitimidad para iniciar el largo camino hacia 2027 como el único polo de poder capaz de aglutinar el voto anti-oficialista.

Que ninguna de las dos fuerzas parezca entender -o admitir públicamente- esta lógica es preocupante. Su insistencia en una guerra frontal contra el oficialismo revela o una peligrosa ingenuidad o una calculada puesta en escena. En cualquiera de los dos casos, el resultado es el mismo: una campaña basada en una premisa falsa. Al librar la batalla equivocada, no solo garantizan el triunfo de aquello que dicen combatir, sino que se juegan su propia supervivencia en una ruleta rusa donde solo uno de los dos saldrá en pie para pelear la próxima guerra, la que de verdad importa.

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