19 de febrero de 2024
Con Amor de Bernarda, de Patricia Suárez con adaptación y dirección de José María Alabart, la compañía teatral La Barraca vuelve a la carga con un personaje que ya fue su núcleo de trabajo hace unos años, aquella vez con base en La Casa de Bernarda Alba, de García Lorca, y ahora en una precuela en la que van configurándose el carácter y las circunstancias de vida de la avinagrada mujer que el mundo conoció desde lo escrito por el autor español en su hoy celebérrima pieza teatral.
El espectáculo pergeñado por La Barraca fue cuatro veces representado estos días, de jueves a domingo, en la sala “Adela López” de El Mangrullo. Con actuaciones de correctas a excelentes, el drama tiene un fuerte componente musical, que imprime dinamismo y matices a un relato de una hora y media de duración, extenso en relación al promedio actual de las obras teatrales que vemos por aquí.
Dentro de ese andamiaje se luce Ana Laura Maringer como Bernarda Alba, en un papel por el que la recordaremos siempre: potencia, sensibilidad, precisión, profundidad, ritmo, una paleta de recursos con los que dota a su criatura y que hace que todo sepa mejor, porque la obra descansa sobre sus espaldas. (‘Mánijer’ ya había sido Bernarda en la anterior incursión del grupo en la historia del personaje, en un espectáculo con el que dejaron la vara altísima.) Certeramente secundada por la debutante Luna Silva en el rol de Angustias, hija de Alba, una adolescente empeñada en ganarse el cariño del que pronto será su padre mientras se pasa el día contrariando a su madre, esa mujer severa que tiene sus deslices pero está decidida a ‘cuidar las formas’ en una España sinónimo de rigidez, solemnidad y ocultamiento.
El otro punto alto del elenco es Jazmín Woycik, que con cello o guitarra toca música en vivo durante toda la función, y en ocasiones también canta, mientras en otras es acompañada por las voces de la propia Maringer o Anneris Escalada. Justamente esta última desarrolla con solvencia su papel de la Poncia, la criada de la casa pero casi una amiga o confidente de Bernarda, que sabe todo lo que ocurre tras esos muros y maneja esa información con alma de traficante pero con una inocencia que le impide sacar tajada. Woycik le da carnadura a La mendiga, un personaje agregado por Alabart en su adaptación, tomado de Bodas de Sangre, otra obra universal del maestro García Lorca. Lo de Jazmín es muy grosso porque no sólo ‘da la talla’ al cantar y tocar, sus oficios, sino al colocarlos al servicio de la composición de su personaje, alguien que está todo el tiempo allí, como una sombra, y parece no estar nunca, negada por miradas que la esquivan o manos que desdeñosamente arrojan una triste moneda a su tarro hambriento. Es la muerte flameando en esa casa sin alegría, enamorada de sus cerrojos.
Amor de Bernarda transcurre treinta años antes de La Casa de Bernarda Alba. La protagonista está a punto de casarse con Antonio María Benavídez, quien ha muerto en la obra de Lorca y por eso el hogar está de luto (así, o ahí, empieza el drama del autor granadino, de 1936). Acá está joven y dispuesto a todo. Matar, si es necesario, ya que es un hombre de guerras habituado a conseguir lo que quiere. Un machirulo, diríamos hoy. Su contrafigura es Pedro Salgado, el Moro, quizá el gran amor de Bernarda, supuestamente muerto, que deambula por esos cuartos mustios como un fantasma cada vez más presente. Un hombre rudo pero apasionado y sensible, que despierta en ella un fuego capaz de escapar, como gritos de auxilio, entre los barrotes de su férreo control de sí y de la casa. Pablo Toulouse y Santiago Santos son, respectivamente, Antonio y el Moro, y aunque no desentonan tal vez sus performances no piquen tan alto en relación al trabajo de sus cumpas de elenco.
La adaptación no transcurre en España, sino en San Isidro, Buenos Aires, dieciséis años después de lo narrado en La Casa de Bernarda Alba. La obra contiene tres monólogos: un prólogo, un interludio y un epílogo, escritos por Alabart como incorporación a lo elaborado por Suárez, o como derivación, casi al modo de secuela de La Casa de Bernarda Alba, con una mujer ya grande que recuerda y revisa -y a menudo lamenta, aunque le cueste aceptarlo, orgullosa como es- lo ocurrido en aquél hogar español lleno de intrigas y frustración. Como ahora estamos en Baires en 1952, se establece un link con la situación política de entonces, los días de Evita en el final de su trayectoria y el gorilaje dándose a conocer con su peor cara, la que con los años ha ido recreándose. Un vínculo entre Bernarda y la Argentina del primer peronismo que podría resultar forzado. Empero, en la puesta se ‘ve’ el trabajo de muchos meses, vale decir que se advierte que esta gente ‘agarró la pala’, en una solidez general que finalmente termina por acomodar todas las cargas, para un espectáculo que también se destaca por lo jugado de algunas escenas.
Antes de la función, a cada espectador se le entrega un volante con información sobre la obra, donde figura el equipo técnico que hizo posible el proyecto.
Amor de Bernarda volverá a escena el sábado y domingo próximos, a las 21.30 horas, en El Mangrullo, con entradas a 2000 pesos.
Chino Castro
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