29 de octubre de 2023
La gran anomalía de la política vernácula se llama Eduardo Luján Bucca. No Simón, otro espécimen peculiar. Todos los demás son ‘lo común’.
Y ‘Bali’, el ‘grano’ que le salió al radicalismo local, volvió a brotar. La vecindad lo ve como un pibe ganador, desde adolescente e incluso antes del jopo, y a Pisano no, ni aunque apareciera de jopo y en lentes de Pocharelo (¡qué antigüedad!) o saco de Don Johnson (¡tomá!). Por eso el triunfo del oficialismo es de ‘Bali’. Si perdía, la derrota iba a llevar el nombre de Marcos Emilio Pisano. Para una amplia mayoría lo bueno es de ‘Bali’, lo malo, de Marcos, que fue ‘salvado’ por Bucca de una caída posta a manos de un Morán que desde las PASO se manejó como intendente virtual, con el detalle de que le faltaba ese certificado que volvió a serle esquivo, lo daban en la otra ventanilla.
Hasta la aparición de ‘Bali’, el radicalismo tenía la mesa servida: la intendencia iba a ser para Erreca, alguna vez para alguno de Morán, más después algún pibe nuevo, y así. Pero sin otra visión de ciudad, con el corazón mirando al centro y la calle limpia, eso sí. El acento de la innovación les sale esdrújulo, o sea al revés: toman aire, encaran, pero no llegan: intentaron cambiar de piel con la insólita construcción de un balneario en el parque, que derivó en un horrible arenal a la vera de la glorieta durante meses y un puñado de promesas que, de no ser por su carácter inofensivo, merecerían la consideración de anticipo pueblerino de los dislates de Milei. Y pintaron el Tanque de turquesa, un color arriesgado.
Aunque el oficialismo había sido la alternativa más votada en las PASO, lo que corresponde leer es que dio vuelta una elección histórica. El buquismo nunca estuvo tan en peligro desde su ascenso al poder en 2011, y con ‘Bali’ y Pisano a la cabeza supo emerger de lo que se presagiaba hundimiento.
Con la línea de 132 llegando sobre la hora, sin la que no se le hubiese hecho la luz, más los rudimentos de siempre: caminar, hablar con la gente, ‘balizarse’ a fondo, con el optimismo del goleador que sabe que alguna va a tener, y para eso busca los noventa minutos con una enjundia que en la patria chica a Bucca nadie le emparda. Lo módico: ritmo y gestión arriba de las grandes obras, las que hacen la diferencia, no estamos en presencia de un cuadro que deslumbra por su clarividencia política y su musculatura cultural, pero convengamos que su oposición tampoco es que cuenta con una lumbrera, ponele un García Linera en traje de odiar ‘lo K’. Sin el ‘tren Bali’ montándose la campaña al hombro, ahora Morán estaría descorchando un espumante. No fue que Pacho se abrió, fue que ‘Bali’ volvió, y acaso sólo él sea capaz de motivar a los que ni pensaban sufragar.
Y fueron unos cuantos. Que, en términos simbólicos, lo votaron para intendente, lo mismo que centenas de urdampilletenses que repentinamente se peronizaron, toda una novedad que resultó grossa contribución a la remontada. Aún con la ciudad descuidada en lo estético, ineficiencia en la atención en el municipio, funcionarios con poca presencia en las calles y nula en el debate político que le dejó el campo orégano a una oposición cebada que cacheteó hasta cansarse, más focos de conflicto en diversas áreas del plantel de trabajadores municipal, un polvorín que volvió a no reventar aunque con dos mil laburantes, acaso mucho más de lo que sería sano, en cualquier momento podría pasar lo peor.
El ¿inesperado? triunfo también se explica por lógicas intrínsecas del peronismo, el fenómeno de masas por antonomasia de la política argentina. Lo que PASÓ fue que tras las PASO, los referentes en general, de ayer y de hoy, se vieron contra las cuerdas y salieron a movilizar. El espanto, que en la ocasión tuvo la cara de Morán, volvió a aliarlos y así fue que regresaron casi todes (menos el valioso y no siempre valorado Ibáñez). Salvar la Intendencia se tornó menester, casi un ‘sobrevivamos que después vemos’, por encima de diferencias que pronto volverán a supurar: Mirta Linares, Sergio Sarchioni, Zulma Albanese y hasta Isidoro Laso y Claudio Carnevale, por mencionar a algunes que andaban bien lejos.
Por el lado de Morán, conviene empezar por decir que aún perdiendo, si es por poco, puede amasarse una buena elección. Porque al derrotado le queda un capital político desde el que proyectarse. Caer por goleada implica refundarse, un doloroso proceso que siempre compele a ‘jubilar’ a algunes. Sin contar la inevitable diáspora que sufre el que pierde. Ahora arribó a un meritorio empate técnico.
Mejoró ostensiblemente su caquéxica performance de 2019, cuando mordió el polvo bajo la friolera de cinco mil ochocientos votos que algunos imaginaban/pretendían su ´lápida’ política. Aunque paradójicamente este revés debería resultarle más penoso: nunca había estado tan cerca de su gran sueño y quién sabe no vuelva a estarlo, si es que el radicalismo se decide a jugar a ganador y depositar sus fichas en lo nuevo. Más todavía con Erreca, su archirrival histórico después de Simón, esta vez adentro y no afuera como en 2019. Claro que de todo eso a jubilarlo, como le auguró un Pisano prendido fuego al anunciar la victoria del oficialismo… Por supuesto, ahora Morán deberá ‘bajar el copete’ y producir acercamientos con jugadores que acaso deteste, puntualmente César Pacho, el hombre que sale fortalecido de entre los hierros retorcidos de este piñazo por haber sido el único que se negó a formar parte del armado moranista, incluso con el inédito aditivo de salir a gritarlo a voz en cuello. Y ni hablar si Lousteau se encumbra a nivel nacional en el refundador del centenario partido, que seguramente romperá con el PRO ahora que Juntos por el Cambio estalló tras la misérrima performance de Patricia Bullrich.
El miedo conmina a refugiarse en lo seguro, que casi siempre es lo que hay, aunque sea poco. El pavor fue a Milei y su patético leitmotiv, ahora matizado por desesperación, de reventar todo. La mirada de los que quieren el tsunami para empezar de cero, igualar hacia abajo y terminar de ‘canibalizar’ a la sociedad para hacerse con algunos despojos y después ir viendo, fue amplificada mediáticamente en modo tragedia todos estos meses. Comprenderlos fue la tarea a la que se convocó, con una pasión cívica de dudosa pureza, hallar alguna pepita de esperanza entre las llamaradas del odio. Tanto, que a sus ropaladores se les volvió en contra, mientras Milei caminaba por cornisas tan lejanas que echaba todo a perder. Son muchos, pero también los que, con una discreción siempre sin prensa, se cubrieron con su voto por pánico a perder lo poquito que aún conservan, así sean sólo los pantalones. No gritaron ellos, las que gritaron fueron las urnas. En Bolívar también se fue a lo seguro, lo que hay, un vecinalismo desideologizado que finalmente no ha de ser tan malo, pero el clamor del cambio seguirá atronando, media ciudad abrazó ese llamado.
Por lo demás, PisanoBucca también vencieron a caballito de un sencillo pero rendidor acierto cometido en la recta final de la campaña, tarde pero a tiempo: llevar la gestión a una suerte de plebiscito, es decir desplegar sobre la mesa los doce años de peronismo en la intendencia de un pueblo radical, no meramente estos cuatro, quizá los menos felices del período. Así lo establecieron en una didáctica publicación de los últimos días, no del todo bien distribuida pero que surtió efecto. Prometen allí obras potentes para los próximos cuatro años, y tras la concreción de la línea de 132 kv, sería lógico abrigar expectativas. Un largo gobierno de casi tres lustros, con sus luces y sombras, contra un armado que se vio que no entusiasma por lo que pueda contener de nuevo si lo tracciona un viejo conocido, y aleja por lo que se conoce que hay en su ADN, o ABL.
Chino Castro.
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