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No las hemos de olvidar, las hemos de analizar

La profesora Darretche arroja luz sobre costados poco explorados de Malvinas.

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Romper las gruesas cadenas de la consigna patriótica para comprender y avanzar, es el desafío que plantea la profesora de Historia Marisol Darretche. ¿Por qué no establecer un lazo de empatía con los habitantes de Malvinas? ¿Por qué no continuar la lucha por recuperarlas a través de un proyecto político nacional que dé sustento práctico, no sólo simbólico, a un eslogan que “va vaciándose”? Y más: ¿recuperarlas para qué?, son algunos de los interrogantes que la entrevistada arroja aquí, a cuarenta años de una guerra que, tras su manto de neblinas y muerte, sigue latiendo en la sien del país. 

Hay un dato escalofriante, a menudo escatimado: la cantidad de pibes que se las rebuscaron para sortear la orden de los militares de ir a Malvinas, muchos incluso flagelándose, por ejemplo al pegarse un tiro en un pie, como muestra la película Ni héroe ni traidor, que vimos hace poco en el Avenida.

-En realidad, están empezando a surgir estos análisis que vienen a ser la contraparte de los estudios más difundidos sobre Malvinas. Me parece muy interesante que se haga eso, porque Malvinas está muy fuertemente atada a una causa nacional, que tiene sus orígenes más allá de 1982, en 1833 para poner una fecha, desde la primera invasión inglesa a las islas. Los estudios sobre el tema que se hicieron hasta el ’82, de algún modo también le daban el carácter de prenda de unidad, una causa nacional a la que, por el mero hecho de ser argentinos y las islas también, debíamos adherir.

Hemos señalado en otra entrevista que los militares fueron muy astutos a la hora de elegir qué tecla pulsar para lograr que la sociedad, que por supuesto nunca es toda, se embanderara con su jugada. Aún a pesar de que en 1982 ya cargaban sobre sus espaldas un genocidio sistemático de más de cinco años.

-Cuesta mucho discutir esta sentencia de que las Malvinas sean una causa nacional. Y discutirlas no implica pensar que las Malvinas no sean argentinas, sino desarmar lo relacionado con ellas para poder reflexionar sobre aquello que Federico Lorenz, un historiador especializado en Malvinas, siempre dice: “Si recuperamos las islas, ¿qué se hace?” Evaluar también otras formas de recuperar Malvinas…

Los militares quisieron hacerlo a través de la guerra, pero antes y después, con mayor o menor intensidad o convicción, hemos explorado la vía diplomática.

-En una entrevista Lorenz marca un dato interesante: dice que Inglaterra, cuando las Naciones Unidas le plantearon sentarse a charlar sobre Malvinas, alegó que si los habitantes de las islas no tenían intenciones de pertenecer a la Argentina, no iban a ir contra eso. Lorenz dice que sería interesante relacionarnos, como país, con estos habitantes malvinenses, a fin de generar un vínculo y conocerlos. No lo hemos hecho, y tampoco se han realizado estudios sobre cómo fue la experiencia en la guerra de estos civiles que vivían ahí, y cómo ven las cosas hoy.

Dice Lorenz también que durante la pandemia, el gobierno argentino ofreció al embajador inglés en las islas que los pacientes de allí vinieran a la Argentina a hacerse los test o atenderse, pero se eligió enviarlos a Inglaterra. Lorenz plantea que hasta los años setenta había un vínculo más estrecho con los malvinenses, que se expresaba en escuelas bilingües, centros de salud, habitantes de Malvinas que podían ir al hospital de Comodoro Rivadavia, pero que después de la guerra todo eso se abandonó por completo, nunca se intentó una política de acercamiento. Se habla de que las Malvinas son argentinas, de que hay que recuperarlas, pero no existe una política pensada al respecto, ni en lo marítimo, ni en lo económico. Entonces queda la consigna, como en una cancha de fútbol, y se va vaciando porque no tiene sustento en un proyecto político.

Aquí, la profesora trae a cuento una cita de San Martín, que decía que una guerra “no se gana y listo”, sino que “la conquista militar debe continuarse por otros medios”, de modo que más que cerrar algo, la contienda bélica lo abre. “San Martín creó bibliotecas, llevó sus ideas a las escuelas; culturalmente hablando, hubo un seguimiento de la gesta emancipadora independentista”, diferenció. A sus ojos, el norte debería pasar por “no quedar atados al trauma de la guerra, y poder pensar en clave regional, integracionista; ser capaces de generar políticas que nos acerquen a Malvinas”, insistió Marisol. Derretir la fría efeméride y hacer algo positivo con esa argamasa.

Aún entre los entresijos de un patriotismo, o patrioterismo, que lo sella todo con sus graníticos lemas, algunas deconstrucciones han ido desarrollando su proceso todos estos años. Por ejemplo: hoy ya se acepta más naturalmente que hubo toda una corriente que se opuso a la guerra, pero no ‘con el diario del lunes’, que sería muy fácil, sino en el mismo abril de 1982: muchísima gente que se anegaba de angustia, espanto y rabia al mismo tiempo que millones de argentinos/as vivaban en Plaza de Mayo la jugada de Galtieri.

-Sí, sí sí. Sin dudas. Lo que ocurre es que la causa nacionalista es un condicionante fuerte. Por ejemplo, el eslogan que usó el gobierno nacional para estos cuarenta años de la guerra fue: ‘Malvinas nos une’. Y eso remite a la prenda de unidad en que convirtieron a Malvinas. Hay que pensar y repensar todo eso: nos une, claro que sí, pero hubo un montón de gente que no estuvo de acuerdo, que no quiso ir. Tiene que existir la posibilidad de contemplar e incluir toda esa visión, que expresa algo más que diferencia de matices. Por eso la película NI héroe ni traidor me pareció fabulosa, porque retrata esta cuestión de la ética, de inquirirnos sobre qué es ser traidor, hasta dónde lo sos y hasta dónde no.

¿Soldados héroes y también víctimas?

Quizá también haya avances en torno a admitir que se revise, o se matice, el carácter de héroes que se atribuye a los ex combatientes, pibes que con dieciocho  años fueron obligados a una guerra para lo que no estaban preparados, y resultaron también víctimas de la dictadura, de algún modo usados. Aunque se progresa en torno a eso, al ‘relato oficial’ sobre Malvinas le sigue costándole vérselas con esa condición.

-Una muestra de esto es la cantidad de suicidios que hubo tras la guerra (un número mucho mayor en comparación con la cifra de soldados argentinos que murieron en combate). Si el estado los consideraba héroes, les hubieran dado enseguida el reconocimiento de tales. Aunque pienso que tal vez era más fácil calificarlos así, colgarles una medalla, y a la vez silenciar su voz. Es un tema muy espinoso.

Cuando volvieron, en general se les dio trato de parias, la propia sociedad. Como si perder la guerra hubiese sido un pecado… Se tendía a ‘esconder’ todo lo relativo a ese capítulo de nuestra historia, a continuar como si no hubiera sucedido.

-La responsabilidad de haber perdido no fue de ellos, porque si nos atenemos a las condiciones en las que los mandaron… Hay mucho por hacer respecto de Malvinas a nivel académico. Es Malvinas una puerta de entrada hacia un montón de cuestiones que tienen que ver con nuestra historia reciente, además. Pero esto de pensar a los ex combatientes también como víctimas de la dictadura, es para ellos muy doloroso. Son temas complejos de nuestra historia, pero que hay que poder poner en palabras, ir emergiendo de las frases vacías y empezar a preguntarnos un poco más, a entender mejor qué fue lo que pasó y qué es lo que pasa, porque aquello sigue repercutiendo en el presente. Esta cuestión de no poder continuar la guerra por otros medios, por así decir, ocurre porque estamos anclados a esa causa nacionalista que sólo nos habilita a decir, a viva voz, que las Malvinas son argentinas.

Chino Castro

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