15 de junio de 2023
Hoy es un día de emociones. Este diario, que alguna vez fue simplemente una idea de un grupo de entusiastas hombres de nuestro pueblo, arriba a su aniversario número 70 con la convicción de haber sido en todo ese tiempo nada más que un honesto mensajero de la realidad.
La emoción surge, se dispara, de los recuerdos. Pero también se alimenta de futuro, de días que vendrán que serán propicios para entusiasmarnos aún más con este trabajo apasionante.
Por eso esta columna editorial transitará hoy por caminos del pasado; pero pretende anclarse, antes o después, en todo lo que queda por hacer, en esa puerta acaso misteriosa que se abre con cada amanecer. Ernesto Sábato dice que vivir consiste en construir futuros recuerdos y al fin eso es lo que venimos haciendo en esta aventura que significa narrar la historia día a día.
Este diario nació y creció como lo que siempre quiso ser: una humilde hoja pueblerina al servicio, precisamente, de ese pueblo al que le debe la vida. No buscó ni buscará jamás honores por su trabajo, porque el máximo honor radica en el cumplimiento del servicio que ofrece. Oscar Cabreros, aquel director que asumió la conducción en el año 1963 y que nos dejó en el año 2004, resumió en el slogan que ideó, la filosofía de acción que aún nos preside. “Un soldado más en el querer ser de Bolívar”, reza ese axioma al que siempre nos aferraremos, sabedores de que el soldado es el rango más bajo de la organización, el que siempre debe estar dispuesto para la acción y el que nunca, o muy pocas veces, obtendrá por ello medallas ni reconocimientos. Somos felices haciendo lo que hacemos. A pesar de angustias que a veces se cruzan en el camino, más allá del dolor que nos causan nuestros propios errores y aún asumiendo el trago amargo que significa contar hechos en el marco de una realidad universal que permanentemente suma para lado de la tristeza. Somos felices cada vez que terminamos la edición de un diario y comenzamos a pensar en el próximo. Lo somos cuando vemos nuestro trabajo sobre la mesa de la cocina de algún vecino, cuando asomamos a la pantalla de un teléfono celular, cuando en cualquier conversación alguien nos cuenta una noticia relatada por nosotros mismos.
Evocamos hoy con agradecimiento a quienes nos precedieron. A hombres y mujeres que ejercieron este oficio en esta casa y, con la paciencia de todo maestro frente al aprendiz, nos transmitieron sus conocimientos y especialmente sus valores. Al viejo Oscar, ya nombrado, porque al cabo esta es su obra, que hemos tratado de continuar apegándonos a sus enseñanzas, sus consejos y particularmente su ejemplo. Recordamos todos los nombres, todas las anécdotas que pertenecen a cada uno de ellos. Sus modismos, sus talentos, sus características. Y al fin nos reconocemos como sus creaciones, porque hemos crecido con ellos y nos legaron el denominador común de la pasión, herramienta imprescindible para correr detrás de la noticia.
Evocamos nombres y rostros; pero también olores y sonidos. El aroma de la tinta fresca buscando transformar en diario un trozo de papel en blanco, el del propio papel apilado en resmas en un rincón del taller, aguardando pacientemente subir a escena cuando las hábiles manos de los gráficos lo dispongan. El ronroneo de la vieja plana tipográfica, moviendo pesadamente un mecanismo de seis toneladas para parir hojas de diario; el de la arcaica linotype, regalando música de tic tac mientras calienta su crisol para fundir plomo. Y por supuesto: el voceo de La Mañana en las madrugadas bolivarenses, coreado por un centenar de canillitas que siempre serán parte inescindible de nuestra propia historia.
Hoy es un día de emociones, está dicho. Pero también de alegría y de trabajo. Porque el diario debe salir mañana y nuestra edición digital, alimentada por las poderosas redes sociales de nuestro tiempo, reclama actualización al instante y ello requiere manos y mentes que solo pueden permitirse breves lapsos para el festejo.
En este punto radica la maravilla del diarismo. En el saber que siempre habrá un mañana, que la vida misma con su enigma nos prepara sin que lo sepamos la materia prima con la que elaboraremos de inmediato nuestro producto. Que todo está por suceder, que la noticia publicada ya es pasado y entonces es el futuro quien nos convoca. Hemos recibido la bendición de trabajar con los ojos abiertos a lo que está por suceder, por eso nos sentimos un poco dueños del porvenir y así, sin darnos cuenta, pasaron estos primeros 70 años que nos enorgullecen, pero antes que eso nos obligan.
Hay futuro, decimos. ¡Y claro que lo hay! Comunicar periodísticamente es una actividad que va encontrando permanentemente nuevas formas, más veloces, más interactivas. Todas ellas no hacen más que facilitar los accesos a la información y está en nosotros adaptarnos a esas nuevas tendencias, modernizar nuestras estructuras, incorporar tecnología, para ponernos a la altura de los tiempos. Lo estamos haciendo y ciertamente que cada escalón que subimos en esa escalera tecnológica no hace más que entusiasmarnos, descubrir cada día que la misión que asumimos cobra cada vez más valor, llega a más público y éste nos devuelve, casi al instante, sus reacciones. Es necesario comprender la imperiosidad de asumir cambios, de ceder espacio a cabezas jóvenes que ya tienen incorporadas, por ser jóvenes, el chip de la modernidad. Los más viejos estamos aprendiendo de ellos y ellos serán quienes tomen las decisiones para transitar los años que vendrán.
Esta columna editorial debe, necesariamente, concluir con la palabra “gracias”. A todas y cada una de las personas que han trabajado a favor de La Mañana en todo este tiempo. A quienes lo hacen en la actualidad, con un compromiso que casi siempre emociona. Nos vanagloriamos de muy pocas cosas puertas adentro de este diario; pero no podemos evitar el orgullo que sentimos por la calidad humana y profesional de nuestro equipo de trabajo. A nuestros lectores, amigos que hemos cosechado y que sabemos que están ahí, celebrando este día que sienten como propio. A nuestros anunciantes, por supuesto. Son el sustento de esta labor y sabemos que muchos de ellos nos eligen por una corriente de afecto que perdura con los años. A nuestros colegas de otros medios, porque nos han obligado a ser mejores. Al hombre y la mujer de este pueblo que aún no conocemos; pero que -ellos sí- saben nuestro nombre. A Bolívar, nuestra razón de ser.
Víctor Agustín Cabreros.
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