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Relato en primera persona: sobrevivir al virus

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El reloj marca la cercanía de la medianoche. Hay silencio, todo el silencio que puede haber en un sector del Hospital en el que hay más de 30 personas internadas.

Se oye un lamento. Una especie de gemido, que se sostiene en el tiempo, con una regularidad, una cadencia que dura minutos, muchos, a veces llega a una hora. Es una de las pacientes alojadas en Clínica Médica Respiratoria COVID, una persona mayor, una abuela que hace un par de días que está. Su habitación está en frente a la mía.

Las enfermeras se acercan, le hablan, tratan de calmarla. A veces lo logran y vuelve el silencio, a veces no y ese lamento dura hasta que se duerme, al menos eso supongo mientras el pecho se me estruja de escucharla.

No puedo ayudarla, ni consolarla, no puedo sostenerle la mano y decirle que se va a poner bien, que todo va a pasar, que su familia la espera. Cada uno de nosotros está en su cama, aislado, nadie que no sea personal de salud puede ingresar al sector. Es fea esa soledad. Médicos, enfermeras, mucamas, todos hacen lo posible para que ese sentimiento no prevalezca, que no nos domine. Algunos lo logramos, los que no estamos graves y tenemos compañeros de habitación con quiénes conversar. Otros no. Y es fea esa soledad.

Vuelve el silencio y puedo dormir. Un rato. Mi sueño frágil se vuelve a interrumpir.
En otra habitación, a la que sí alcanzo a ver (siempre las puertas están abiertas, parcialmente, y también la ventana, ya que tiene que haber ventilación cruzada), hay dos pacientes jóvenes internados. Uno de ellos no la pasa bien. Es de los pocos que en ese momento está con asistencia de oxígeno, boca abajo, luchando para que sus pulmones inspiren todo el aire que puedan… Duele. Le duele. Se queja. Como puede le pide a su compañero de habitación que llame a las enfermeras. Las chicas van, lo ayudan, lo calman.

Un impasse. El lamento regresa, con esa cadencia que dura minutos, muchos. La abuela vuelve a expresar así su pesar. No puedo ayudarla. No puedo. ¿Cómo se hace para dormir en esas circunstancias? En algún momento el cansancio me vence y despierto cuando la rutina hospitalaria comienza, muy temprano, antes de las 6 am.

El quejido desaparece. A media mañana no se escucha nada en la habitación. Duerme, pienso aliviada, descansa. No la escuchamos más. Se fue, para siempre, con su dolor. No sé quién era. Sólo que a sus 80 años no puedo contra este maldito virus. Nos queda un vacío en el pecho. A todos. A los que estamos internados, a los doctores, a las enfermeras, a ellos sobre todo que hicieron todo para ayudarla…

El día se hace largo, eterno. Por más que conversamos, que leo, que me contacto con los míos por WhatsApp, las horas no pasan. Llega mi segunda noche en el Capredoni. Mala noche para el chico de en frente, el que la lucha tras la máscara de oxígeno, al que pasan a controlarlo un sinnúmero de veces, varios doctores, enfermeras, todos pendientes del monitor que indica su saturación de oxígeno. Cada vez que sus valores mejoran, aunque sea un punto, lo alientan, lo estimulan, hasta se escucha algún aplauso. Pero esa noche no fue la mejor.

A la mañana siguiente, reunión de profesionales de la salud en su habitación. Le comunican que es necesario trasladarlo a Terapia Intensiva, que ahí estará mejor, que podrán ayudarlo de otra manera. Se vuelve a hacer un silencio. En su habitación y en las que estamos quiénes somos testigos de ese momento difícil. Al rato lo veo pasar, en su cama, con máscara, tubo de oxígeno, monitores y toda una corte de personas preocupadas porque su estado mejore.
Otro golpe para todos. Si pudiéramos, nos gritaríamos entre todos, de habitación en habitación, para no bajar los brazos, para que no nos gane este virus, para darnos ánimo. Hoy, 25 días después de aquél, ese chico la sigue peleando, en UTI.

Tercer día de internación. Llega el tan ansiado plasma. Una bolsa pequeña, con un líquido amarillo parduzco, que ingresa a mi torrente sanguíneo con velocidad. No me provoca efectos adversos (que puede pasar), mi organismo lo recibe agradecido. El tratamiento da resultados y al día siguiente, por la mañana, me comunican que tengo el alta y podré irme a casa. Felicidad absoluta, aunque no esté recuperada del todo.

Tengo 43 años. Ninguna patología de las que podría haber complejizado mi estado. No sé cómo me contagié. Me cuido, nos cuidamos, como toda mi familia. Me tomó por sorpresa.

Tuve un ‘coctel’ de síntomas. Casi todos. Tres días después del resultado ‘positivo’ empecé a sentir alterado el ritmo respiratorio, más aletargado. El oxímetro no dio los resultados esperados y el lunes 12 la doctora me envió a un chequeo al Hospital.

La tomografía arrojó una neumonía bilateral, leve, que motivó mi internación. Fueron tres días, del mediodía del 12 al del 15 de abril. Tres días que no olvidaré, como así tampoco los previos, cuando no tenía ánimos para salir de la cama. La internación y el tratamiento posterior, de 15 días, rindieron sus frutos y el 28 de abril me dieron el alta. Aún tengo alguna que otra secuela menor, pero la profunda dicha de estar aquí para contarlo.

Otros no tuvieron la misma suerte. Ese 15 de abril nos dieron el alta a 10 pacientes. De esa fecha a esta parte, el panorama en Bolívar es… como calificarlo… ¿terrible? ¿desesperante? ¿abrumador? Algunos números para graficar este presente. En la segunda quincena de abril tuvimos 1035 casos positivos y 18 fallecimientos; en la primera semana de mayo (sin tener en cuenta los datos de ayer), 452 positivos y 10 fallecimientos. EN 21 DÍAS FALLECIÓ LA MISMA CANTIDAD DE PERSONAS QUE EN EL RESTO DE LA PANDEMIA: 28 (teníamos 28 decesos al 15 de abril). EN TRES SEMANAS TUVIMOS CASI 1500 POSITIVOS (1487 para ser exactos), sobre un total de 4441 hasta el 7 de mayo REPRESENTAN EL 33,48% DE LOS CASOS. ¿Está claro por lo que estamos pasando? En un año (de marzo de 2020 al 15 de abril de 2021) hubo 2954 positivos (siempre siguiendo cifras oficiales), el 66,52 % del total. Y en 21 días esa cifra se elevó exponencialmente.

El personal de Salud hace una tarea titánica. Día a día atienden a cada paciente con la mayor empatía, dedicación, cuidado, haciendo de su estadía por el nosocomio la mejor posible de acuerdo a cada caso. Están permanentemente expuestos. Están exhaustos. ¿Se imaginan lo que es velar por la salud de 5 pacientes en Terapia, 48 en Clínica Respiratoria COVID -ocupación llena-, 6 en Cirugía y 2 en Guardia, como fue el pico máximo hasta ahora el pasado 5 de mayo? A cada paciente, al menos en Clínica Respiratoria, se lo controla de 5 a 6 veces por día, al menos en casos como el mío que no revistió mayor gravedad (nunca tuve necesidad de oxígeno). Eso sin contar las urgencias. Ante cada ingreso a las habitaciones deben vestirse con la indumentaria adecuada para no contagiarse, y descartar todo al terminar. ¿Se imaginan el estrés que están viviendo? ¿La desazón cuando, pese a todos sus esfuerzos, los pacientes no mejoran o, en el peor de los casos, mueren?

¿Tienen idea de lo que es no tener a tus seres queridos ahí, con vos, cuando te sentís mal? Los pacientes más graves -y los que no también-, que tanto precisarían de los suyos para aportarles fortaleza, sólo tienen al personal de Salud. Ellos son los que confortan, los que dan una palabra de aliento, los que te hablan con una sonrisa que se adivina detrás del barbijo y la mascarilla, los que se alegran de con tu mejoría, ellos son los que están cerca. Ellos son imprescindibles. Y los necesitamos sanos.

La gratitud de los pacientes a todos los involucrados en este proceso es un bálsamo para ellos (médicos, enfermeras, mucamas, ambulancieros, técnicos, personal de seguridad, los encargados del seguimiento epidemiológico a cargo de la Secretaría de Salud, los responsables del LABBO, todos y cada uno, espero no olvidar a nadie). Pero no alcanza. Necesitamos cuidarnos y así cuidar al otro.

¿Qué más hay que hacer o decir para que entremos en razones?
Soy afortunada; testigo y protagonista de estos tiempos pandémicos que desnudan lo mejor y lo peor de los seres humanos. Puedo contarlo. Hay otros que no.

QUE NO TE PASE A VOS, QUE NO PIERDAS A NADIE, QUE NO NECESITES UNA CAMA EN EL HOSPITAL CUANDO NO LA HAYA. CUIDATE, ES AHORA.

Virginia Grecco.

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