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La guardiana mapuche enseña un camino: OLGA, un libro distinto

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Que hay que involucrar a los pibes en las causas humanitarias que dignifican la existencia, por estar orientadas a mejorar -a estas bajuras, a salvar- la vida del conjunto sobre la base de criterios solidarios, inclusivos y generosos que desborden lo meramente mercantil e individualista, es un imperativo demasiado declamado para lo que suele hacerse en pos de ese bonito propósito. Esas causas son la feminista, la ecologista y la indigenista como las (aún) novedades de la hora, que se suman a las histórica lucha del humanismo -así, en general- por una economía que contemple a todes, vale decir, que deje vivir y, si no es mucho pedir, gozar, que al mundo no se viene a sufrir. Contener a las generaciones futuras en esas batallas es indispensable, por motivos obvios.

Quizá a contramano de lo habitual, el libro OLGA, la guardiana mapuche, fue pensado desde su kilómetro cero para consumo de pibes. En el entendimiento de que los adultos ya saben quién fue, y si lo desconocen es porque no les interesa. Ese propósito se refleja en la escritura y las ilustraciones, que lo hacen ágil y coloquial a fin de despertar el interés de alguien de diez años. Sin perder potencia, vale decir que el mensaje que es preciso transmitir en lo relativo a la vida y en especial la militancia de Olga Garay por los mapuches en particular -el pueblo al que perteneció- y los originarios en general, no resigna su vigor. En este caso el tono no debilita la canción, sino que la fortalece. Lo ligero no quita lo valiente del mensaje, ni recorta su profundidad. El tipo de dibujos y lo colorido de la impresión podrían dar la idea de que estamos en presencia de una obra de entretenimiento. Craso error: La guardiana mapuche es bastante más que eso, ya que además de entretener enseña una historia, o la contracara de la historia que nos inculcaron por generaciones, erigida sobre la sangre, la frustración y la postergación de los antiguos dueños de estas tierras que robamos sin contemplación, en nombre de un progreso que siglos después ha sabido ser cualquier cosa, menos justo y solidario. (¿Estarán adoctrinando?)

No se puede hablar a preadolescentes del mismo modo que a adultos, como si el mismo diseño de sombrero debiera maridar con todas las cabezas. Menos aún como se le hablaba a la gente grande hace veinte años, antes de la ‘dictadura’ de las redes sociales. En todo caso se trata de decirles lo mismo, pero de otro modo, poniendo en marcha otros recursos. O se aburrirán, y lejos de sumarse al colectivo al que se los invita a incorporarse, quizá crucen la calle y se suban al primer bondi que pase en dirección contraria. La política argentina reciente puede dar fe, y Bolívar también, si miramos esos encuentros relativos a los derechos humanos en los que somos los mismos de siempre y casi nunca gente de menos de 30. El orgullo de estar siempre versus el dolor de no sumar, de no ensanchar bordes. Si nos ponemos pragmáticos y miramos ciertas cifras, veremos que algunas construcciones, que se sostienen en el armazón lingüístico que es dinamo de la acción, requieren una urgente actualización so riesgo de quedar entrampadas en la celda de lo obsoleto, con el peligro que eso entraña desde una perspectiva de futuro en un mundo cada vez más desigual.

Por tanto resulta para celebrar la publicación de un libro así. Que no inventa la pólvora pero recoge una noble tradición, la historieta, no siempre tenida en cuenta o valorada como literatura aunque ha probado largamente su eficacia. Pensado para los pibes desde la primera letra que escribieron Mónica González, Candela Castillo y Ana Karina Martínez, desde el trazo inicial puesto por la ilustradora, Mariela Holgado. No adaptando un producto destinado a los adultos, un recurso también válido aunque con un poder de penetración seguramente menor en las capas más jóvenes de nuestra sociedad, esas que garantizarán que mañana se continúe luchando por un mundo más amplio, inclusivo y justo, o bajarán las banderas del humanismo resignándose a la desigualdad y el canibalismo.

OLGA es un grano de arena, no va a cambiar el mundo. Pero es un grano necesario, que debería ‘hacer escuela’. Tan necesario como la propia trayectoria de Garay, a su modo una mujer única por acá. El libro del colectivo Mujer Originaria y la Dirección de Derechos Humanos y Políticas de Género, que fue presentado en el lunes en el Cine y por ahora no saldrá a la venta sino que irá a escuelas, resulta así un aporte indispensable a nuestro devenir histórico, que el tiempo hará florecer. A disfrutarlo y promoverlo, porque su sola edición nos mejora a tod@s, y, aún más, nos invita a ser mejores.

Chino Castro

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