Comenzaron las clases en todos los establecimientos educativos de Bolívar y de la provincia de Buenos Aires y, como sucede todos los años, se repitió el ritual temático en las calles de la ciudad y principalmente en las puertas de cada una de las escuelas.

Ramilletes de niños de diferentes edades se agolparon con risas (y algunas lágrimas por cierto) en las veredas de las escuelas a la espera de ingresar a un lugar que será, durante todo el año escolar, la segunda casa de cada uno de ellos y el sitio donde los docentes los abrigarán con el amor que sólo quien se dedica a ello sabe expresar.

Los más chiquitos, los que por primera vez pisan un aula escolar, fueron protagonistas familiares excluyentes, ya que convocaron a padres y abuelos orgullosos mostrando sonrisas de satisfacción, en línea con el crecimiento de sus amados niños.

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Los más grandecitos, mientras tanto, oficiaban de expertos, y con la soltura de quien vuelve a recorrer lo conocido y atesorado explotaron de alegría por la vuelta a un lugar de cobijo.

Será un largo año de aprendizajes y juegos. Un año en el que las maestras, con paciencia de orfebre y comprensión de madre, forjarán minuto a minuto el futuro mismo de nuestras comunidades. En sus manos está nada menos que la formación, ilustración y buena parte de la educación de nuestros niños y por eso el docente debe ser sujeto permanente de nuestra admiración y defensa de su profesión.

José Ingenieros, esa gran figura del pensamiento argentino, al hablar de Sarmiento decía: “No se equivocaba al mirar la cultura como el instrumento más grande de dignificación en el individuo, de solidaridad en la nación, de simpatía en la humanidad.”

Decimos nosotros que un rápido y medular retorno a los ideales sarmientinos debiera ser la premisa de nuestros tiempos, por lo que hacemos votos en el inicio del Ciclo Lectivo 2024.