31 de octubre de 2023

Espectáculos

Espectáculos. Volvió el Polifónico, un pan que ayuda a vivir


Cada regreso del Polifónico se ha convertido, con los años, en una ceremonia necesaria, como el pan de cada mañana y el café que nos ponen en movimiento. Y la alusión no es arbitraria, ya que el propio grupo dirigido por Vicente Pérez Ramos pergeñó una asociación entre la labor coral y el pan, y en base a esa idea-fuerza estructuró este espectáculo, que comparte con el Coral Henderson, también conducido por el ex jefe de Cultura de Reina intendente en el período 1991-1995. La función debut fue el sábado, en el Coliseo.





El coro de nuestra ciudad celebrara sus treinta y siete años, y su colega, los cuarenta, y los cumpleaños fueron un buen motivo para festejar… cantando, tal la misión a la que estas cincuenta personas -incluyendo los músicos hendersonenses que enriquecieron la escena- han entregado sus corazones. Por eso el subtítulo de Un largo viaje es ‘una cantata de 50+1 o de 1 con 50’, en referencia a que son ellos y ellas de la mano de Vicente.





Eligieron para el concierto una serie de páginas esenciales del largo periplo de estas cuatro décadas, ambos coros y los dos juntos. En la primera parte, el Polifónico solo abrevó en Yupanqui: Chacarera de las piedras, Duerme negrito y Pa’l Cachilo dormido fueron interpretados con solvencia y matices, un ítem al que habría que sumar las incursiones de Pérez al presentar las obras, ricas en anécdotas breves, precisas, cálidas e ilustrativas de la fuerte personalidad del autor, ese severo Yupanqui que fue capaz de responderle, a un periodista que le mencionó el asunto, que lo que él había comprado no era campo, sino paisaje.





Mercedes Sosa, citó Pérez, decía que a las obras había que dejarlas reposar, y después retomarlas con un nuevo impulso o sentido (lo mismo dice Baglietto en la recomendable nota del suplemento Radar, de Página 12 del domingo, referida al concierto que dará la ‘trova rosarina’ en noviembre, a cuarenta años de su irrupción porteña), por eso el Coral Henderson se despachó con un nuevo abordaje de la Milonga del trovador, que Piazzolla compuso en Francia y que llevará por siempre la voz de Jairo y el perfume de la casa de los Pons, aquella entrañable familia francesa que abría su hogar de la calle Descartes para gloriosas tertulias con los argentinos exiliados en París, a las que iban Jairo, Piazzolla, Ferrer, los Cedrón, Yupanqui, Cortázar, mamita.





El conjunto de Henderson obsequió también la sorpresa de la noche, cual fue una versión de ¿Quién se ha tomado todo el vino?, del célebre cuartetero cordobés Carlitos ‘La Mona’ Jiménez, en un modelo para coro tramado por Tomás Arinci. Todo un hallazgo, que aportó un matiz más a una noche rica en colores.





El teatro más augusto de la ciudad (aunque necesita refacciones) lució ‘de costa a costa’, incluyendo la planta alta. Quizá ninguna propuesta artística local lograría semejante proeza, y no es sólo porque había cincuenta personas en escena y funciona una suerte de lógica de “escuelita de fútbol”, sino fundamentalmente por la persistencia de trabajo, que tiende a fidelizar adhesiones, y por algo más interesante aún: la persistencia de calidad. Vicente Pérez trabaja en pos de la excelencia, y más allá de que los resultados inevitablemente van a fluctuar, hay algo de ese esfuerzo, esa dignidad y esa humildad para ponerse al servicio de la música, que siempre queda a salvo en el producto final.  “¿Cuál es la misión del artista? Ensanchar la geografía espiritual de su pueblo”, dijo Atahualpa, tal como se menciona en destacado en los volantes que se repartieron a la entrada. Para el riguroso Pérez, esa frase es religión.





Antes del grand finale, con los dos coros en afinada mancomunión, se hizo lugar al segmento más intimista de la noche, con la participación de un solista por grupo. Pérez aclaró que no hubo tiempo para preparar algo más ambicioso, pero esa carencia fue paliada con emoción, generosidad y calidez, por parte de Natalia (el director no dijo su apellido, sólo su nombre), que interpretó Aurora con una connotación de homenaje y celebración por los cuarenta años de la restauración democrática, y luego César Eduardo Bríguez en representación del Polifónico, con su versión de la Zamba de usted, un clásico de Ramírez y Luna con infinitas vidas dadas por las voces de quienes siguen cantándola. En ambos casos, con Vicente Pérez al piano. 





La fiesta lució completa con Diego Sarchione en luces y Pablo Bríguez en sonido. De autoría de Celia Gorostidi son los cuadros que se expusieron en el hall de ingreso a la sala, y auspiciaron firmas comerciales e instituciones de la ciudad. En los mencionados volantes, los coros agradecen también a la Biblioteca Rivadavia, al senador Bucca, al gobierno municipal y a la Dirección de Cultura. 





Con Se puede, de Teresa Parodi; El viejo varieté, de Walsh; Juana Azurduy, de Ramírez-Luna y Esa musiquita, también de Teresa, los coros dijeron arrivederci. Fue un modo de recrear su espectáculo anterior, que llevaron a cabo el año pasado, unos en Henderson y otros en Bolívar, en tributo a mujeres compositoras.  





Pero quedaba la cereza del postre, y fue cariñosamente depositada con la elocuente Gracias a la vida, de Violeta Parra. Así eligieron agradecer, acaso el más noble y sencillo acto que nos es dado como oportunidad, y que cuando no representa una fórmula de compromiso, requiere mucha grandeza. Dar gracias a la vida, a la canción, a la voz, al poder de la comunicación sustentada por la poesía, y a ese abrazo en el que todes se fundieron, porque tras coronar el concierto los/las coreutas se dirigieron al hall, a seguir cantando junto al público las estrofas finales de ese himno. 





Nadie va a vivir comiendo pan, pero sin pan, nadie puede vivir. El sábado, el Polifónico y Coral Henderson nos cantaron la verdad.





Chino Castro


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