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jueves, 28 de marzo de 2024
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Una luz de almacén: un encuentro con Arturo Maíz

Escribe Mario "Chiqui" Cuevas.

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Arturo Maíz nació el 7 de octubre de 1930 en 25 de Mayo, transitó sus primeros diez años de vida durante la década de oro del tango. Hoy luce noventa y dos lúcidos y frescos años. De su padre, Arturo heredó la profesión de ferroviario y la pasión por el tango. “En mi casa lo único que se escuchaba era música de tango, mi padre tenía colecciones de discos y después continué yo porque somos seguidores de la costumbre de nuestros mayores”, relata. Desembarcó en Bolívar en 1963 y las vicisitudes de la vida hicieron que desarrollara su pasión tanguera en nuestra ciudad.“Me jubilé y no me pagaban, el tiempo seguía transcurriendo y había que vivirlo – recuerda -. Entonces, para aliviar el consumo de alimentos y de la vida misma comencé a trabajar en la radio, vendía rifas, arreglaba algunos elementos de pesca que me traían; con todo eso más el sueldo de mi señora zafábamos. Recién al año y un día me pagaron con retroactivo, sin ninguna explicación, pero como había una inflación muy fuerte en la época de Alfonsín el retroactivo eran monedas”. Arturo Maíz comenzó a hacer radio en 1985, primero en la radio de Fernando Stebani (Radio Difusora Bolívar), luego con Daniel Ledesma (FM 10, Radio Ciudad), cuando inauguraron una emisora en Urdampilleta, también en las FM de Jorge Naya (Radio Federal), y de Jorge Soria (FM 2000). Le pregunto sobre su experiencia radial, y contesta entusiasmado: “Cuando comencé con Stebani estaba ‘Nona’ Rodríguez, policía jubilado, y me dice: ‘¿Así que vos a venir a hacer tangos conmigo? Nunca traigas nada escrito porque cualquiera puede hacer un programa de tangos leyendo’. Así que me acostumbré, estudiaba los textos en mi casa e iba a hacer el programa, llevaba mis discos, en la radio había un plato giradiscos con diferentes velocidades: 33, 45 y 78 r.p.m. Con Jorge Soria intercambiamos material, y hacíamos una mesa de café charlando sobre tal o cuál tema o conjunto, haciendo el programa de esa manera no empalagaba”.

Arturo desarrolló su condición de coleccionista de tango gracias a la Dirección de Cultura y los Torneos Bonaerenses. En 1998 ya había participado en la categoría Deportes (bochas). “Mi compañero era Aníbal Iglesias, buen bochador, buen compañero, ganamos el Regional que se realizó en Bolívar”, cuenta. Luego la Dirección de Cultura lo inscribí en el rubro Coleccionista de Música en el género Tango. “Eso fue hace dos largas décadas – dice -. Me fui cinco veces a Mar del Plata, cuando los Torneos eran Torneos”.

Una luz de almacén
Arturo muestra un ejemplar de la revista Caras y Caretas dedicado al Polaco Goyeneche y un libro con un cd sobre Troilo, de una colección que lanzó Clarín en 2005. Se le encienden los ojos y comienza a disertar: “Mis músicos preferidos fueron surgiendo en el tiempo: Julio de Caro primero, Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese; y hubo otros que, no eran tan así para mi gusto. “Edmundo Rivero ingresó a la orquesta de Troilo el 1º de abril de 1947, y el 29 de ese mes grabaron ‘Yira Yira’, de Discépolo. Rivero era concertista de guitarra y cantor; Charlo, otro cantor, era profesor de piano, acordeón y guitarra; Domingo Federico, primer bandoneón de Miguel Caló, era médico. ‘Al compás del corazón’, con letra de Homero Expósito, surgió de un examen que dio Federico, cuando demostró cómo funcionaba el corazón diseccionando una rana”.

Arturo se explaya con sumo placer cuando habla de Aníbal Troilo, sus músicos y poetas: “El padre de Troilo quería que fuera músico y la madre boticario, pero ya lo había observado que simulaba tocar el bandoneón con una almohada. Un día doña Felisa vio pasar a un turco vendiendo cosas, y entre ellas, un bandoneón, lo compró en diez cuotas de doce pesos (pagó sólo dos cuotas, el turco nunca volvió). Así comenzó Troilo, estudiando con el profesor Juan Amendolaro, a los seis meses le dijo que no tenía más nada que enseñarle. En 1937 debutó con su propia orquesta en el cabaret El Marabú”.

Le pregunto sobre Homero Manzi, letrista de ‘Sur’ y de otros tangos emblemáticos. “Tenía nueve años cuando vino con su madre desde Añatuya, Santiago del Estero, y se establecieron en Pompeya, al sur de Buenos Aires. En esa época los terrenos no estaban parcelados, quedaban inundados porque no había escurrimiento. En esa zona había un almacén, a la tarde-noche encendían un farol y hacían de cuenta que era un faro en la parte rocosa del mar. Y ahí venían los atorrantes: Manzi, Sebastián Piana, Rosita Quiroga, y se reunían en una mesa. Estaban con esa idea de hacer la milonga pero no querían chocar con la milonga campera, y Rosita Quiroga le dijo: ‘¡Che!’, (el che era la carta de presentación de Rosita), ¿Por qué no hacen la milonga con aires de candombe? ¡Ése era el secreto que no habían pensado! Gracias a Rosita hicieron ‘Milonga sentimental’.

Homero Manzi tenía una enfermedad irreversible, y alguien lo sorprendió mirándose al espejo mientras se mesaba la barba hablándole a su imagen diciendo: ‘Barba:¡qué poco te queda de vida!’ Tenía una deuda con esa zona de Buenos Aires que lo había recibido, y le compuso el tango ‘Sur’. Rivero ya había termina do el contrato con Troilo, estaba con su grupo de guitarristas, pero Manzi quería que ‘Sur’ lo cantara Rivero con Troilo, y fue así que grabaron ‘Sur’ en 1948. Ese tango es una narrativa de ese tiempo y de ese lugar, decía un atorrante, que era el presentador: ‘Como el pintor que refleja un paisaje en una tela, nuestros poetas nos presentan en notas de tango’, y comenzaba ‘Sur’”.

Para cerrar la ‘materia Troilo’ Arturo nos cita con exactitud la nómina de cantores que tuvo Pichuco desde sus comienzos en 1937 hasta 1975, año en que murió: “Francisco Fiorentino, Amadeo Mandarino, Alberto Marino, Floreal Ruíz, Edmundo Rivero, Aldo Calderón, Jorge casal, Raúl Verón, Carlos Olmedo, Pablo Lozano, Ángel Cárdenas, Roberto Goyeneche, Elba Berón, Roberto Rufino, Nelly Vázquez y Tito Reyes. Dieciséis cantores”. ¿Cómo te llevas con Piazzolla?, le pregunto. “A mí nunca me gustó empañar la imagen de ningún trabajador de la música, que lo juzgue el oyente si le agrada o no le agrada – contesta -. Decía Horacio Salgán que Piazzolla nunca estuvo en el tango, ¿por qué?, porque se salía de la matemática rítmica del tango”.

En la del estribo, Arturo nos cuenta sobre su fugaz encuentro con Julio Sosa en Bolívar. “Esta ba actuando la Orquesta Francini-Pontiery estaba cantando Oscar Ferrari, una buena voz, ‘voz blanca’ se le decía al cantante que tenía voz más clarita; y venía caminando Julio Sosa, el otro cantor que tenía la orquesta, lo agarré y le pregunté: ‘Julio, ¿qué sentiste cuando entraste al Sans Souci de la calle Corrientes? Y me contestó con su voz grave: ‘Callate, en el momento que yo estaba por entrar el Turco estaba cantando ‘Alma de bohemio’ y me dije: ¿Julio, adónde te metiste?’.Y, ¿a quién le decían Turco? A Alberto Podestá”.

Arturo nos habla de colección de discos, compactos y casetes. “Imposible contarlos, tengo un montón, miles”, exclama, y mencionar al pasar una colección editada por Página 12 de tres docenas de compactos; otra de la revista Noticias, con discos agrupados por intérpretes y por compositores. “Tengo una que es muy ponderable, ‘Los tangos del Siglo’, contiene desde los primeros tangos hasta la actualidad. Y cada compacto traía cuatro postales y un bonus track con el testimonio de los músicos”. Me despido de Arturo Maíz, quedaron pendientes muchas historias, pero me voy feliz, impregnado de aroma a tango e iluminado por esa luz de almacén, un faro en la parte rocosa del mar.

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