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sábado, 11 de mayo de 2024
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San Carlos de Bolívar

Un revuelto de pandemia para esperar la tercera ola

Arrecia el Covid, también en Bolívar.

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1) ¿Cuánto falta para que el terraplanista clásico se la agarre con los médicos? Ya se la agarró con los políticos, que son todos chorros e inútiles (sobre todo los peronistas, los kirchneristas son casi humanos), los periodistas, todos coimeros, mentirosos y cobardes, los pibes, que se amuchan en el Cívico como si nada, sin barbijo y con mate único, y los del barrio, que ponen la música alta y toman cerveza del pico en la vereda.

Sólo le falta tomársela con los médicos. Las razones, podemos imaginarlas. Básicamente tendrán que ver con lo económico, acá no hay poesía que valga. No podrá decir, como contra los docentes, que tienen dos meses de vacaciones, pero algo se le ocurrirá: el terraplanista clásico no es creativo ni detallista, pero jamás se queda sin arsenal. Que apagan el teléfono justo ahora, que se van a la quinta el domingo y andá que se te encarne una uña, como si todo fuera covid, que cansados tendrían que estar los que hacen laburo físico, que se levantan unas mansiones y te espían y no te abren, que cambian la camioneta todos los años, porque encima andan en camioneta como si fueran terratenientes, y entonces está muy bien que una vez la suden; algo relativo a la siempre vituperada ambulancia que no llega, que las camas del hospital con los colchones torcidos, que en los pasillos no se puede dormir, que una enfermera escupió una puteada en pleno pináculo de la madrugada y despertó a un pobre viejo, que otra comía chicle con la boca torcida mientras vacunaba -seguro que fuma-, se le notaba abajo del barbijo, mirá si se le pianta de emboquillada un hilo de baba como al ‘Negro’ Cuero, uno que juega en Banfield, y así.

Es lamentable, pero va a pasar. Sin ir lejos, en el vacunatorio local ya no son todas sonrisas…

NdR: terraplanista: dícese del sujeto del que proviene el gorila. Es tan incapaz de ubicarse en el lugar del otro, que a veces ni siquiera le sale pararse en el propio. No es que sólo le importa lo que le pasa a él, sino que lo que no le pasa, sencillamente no ocurre. La sensibilidad, por ejemplo, no existe, es un invento de artistas que fracasaron. Negó la pandemia, se tragó el envenenado verso de la ‘Infectadura’, es fanátique de Brandoni pero no mira sus películas, abominó de las vacunas pero ahora se vacuna, hasta secretamente deseando alguna reacción adversa leve para salir a golpear la olla, grazna por el ‘encierro’ y cuando le abren no lo sacás de la ‘vuelta al perro’, lo mismo que cuando le cierran, se arranca la chomba por el comercio local pero compra todo lo que puede afuera, que siempre es mejor, porque así como Europa y Estados Unidos son mejores que Argentina, cualquier ciudadita es mejor que Bolívar. Algunes hasta afirmaban que el virus no existía, que no le daba el piné ni para la gripecinha de Bolsonado. Cuando la Humanidad reventó y frente a sus narices pasaban pedazos de, pongalé, la grisácea Europa del Este, no tuvieron más remedio (¿más vacuna?) que aceptarlo, y hasta se rebajaron a cuidarse un touch. Empero, la culpa siempre será de otro, alguien la compró y en esa licitación no entraron. Ahora les tocará a los médicos. No tanto a los infectólogos: esos son como poetas, no los entienden. 

2) Si alguien ‘inventó’ el covid (¿un chino, un ruso quemado por el thrash metal, Assange, un yanqui fan de La familia Ingalls, un peronista, un periodista militante, uno de La Cámpora, un loco al que se le dio por hacer stand up en un laboratorio?), ha de estar orinándose de risa: el domingo se entregaron los premios Oscars, y había que ver a todo ese montón de tótems planetarios almidonados como en velorio, que tal vez sea el del mismísimo Globo de cuando los Oscars importaban, había cines y Hollywood era realmente una colina cuyos dorados efluvios descendían sobre la vida cotidiana de cualquiera. Todes tus ídoles con cara de Edgardo Alfano y una tristeza distorsionada entre los maquillajes, con la sonrisa por la mitad, como acalambrada, sin poder abrazarse, con joyas que les sobraban en un mundo que se cae a pedazos y elaborados peinados que se desbordan peor cuando lo glamoroso atrasa y duelen dolores de verdad.

Ganó una estatuilla Frances McDormand, y eso sí que no es sopa: parece que la rompe en Nomadland, elegida mejor película. Cuenta la historia de una mujer que, sin nada ya que la ate al que fue su mundito en el mundo, sola y sin un dólar, se sube a una camioneta y se marcha. A alguien le da una definición de su nueva situación: “Soy sin casa, no sin hogar”. Caramba. Su hogar es ella misma dondequiera que vaya, su cuerpo es su territorio, a ver si se va a llamar Frances McLiving.

Encuentra a muches en la ruta sin rumbo. Parecen hippies pero no son: apenas sobreviven, no luchan por una revolución pacífica (¿oxímoron?) que cambie el orden y nos conecte con lo esencial, no marchan tras ninguna utopía. Romanticismo cero. Todo se ha roto, todes somos gusanos reptando sobre las sobras.

El personaje de McDormand se cruza con gran cantidad de pares, el camino está repleto de gente que quedó, o fue empujada, fuera del camino. Quizá en nuestra realidad global, alguien que toma esa opción muy pronto se cruzará con más, mientras las nuevas distopías mostrarán un planeta en paz, en el que sólo ocurrirán cosas buenas, sencillas y sanas, sin burbujas financieras, estrés, histeria, guerras ni tiranía de la tecnología, con duendes de carne y hueso, donde la solidaridad, el feminismo y el ambientalismo ya no serán necesarios, y a nadie se le ocurrirá traicionar. Lo distópico ahora será un mundo sin pobres ni apuro, sin machirulismos. Lennon y su Imagine en tiempo presente, y real. Quién sabe el vituperado Zizek al final de la película tenga razón, ¿no?

3) ¿Ha visto que ahora parece que leemos, además de alimentar las redes sociales con lasañas? Eso sí que está bueno, pero leemos como vivimos, picoteando y surfeando en mil cosas, igual que esta nota: libros breves, para terminarlos pronto y pasar al siguiente. Libritos (por su extensión, no necesariamente por el contenido). A menudo, volúmenes con los que, como diría Spinetta, en vez de nuestras fantasías, alimentamos nuestras vanidades, ya que también hay una literatura para eso, un cine, un teatro y una música. ¿Alguien está leyendo el Ulises, Adán Buenosayres, Los Sorias o 2666? En los grandes libros (no necesariamente largos) laten las grandes preguntas de la existencia, y nos espera el futuro. Nos vendría joya, hoy que en verdad lo que necesitamos no son respuestas, sino más y mejores preguntas.

4) No sé si mira fóbal o prefiere la lasaña, pero los partidos han de ser muy malos o/y los que relatan y comentan capaz poseen, en días prístinos, la misma imaginación que una toronja en escabeche: se la pasan hablando de estadísticas que no les interesan ni a los nombrados: “Juan Carlos, De Sarrasqueta empezó en Almirante Brown, ¿no?”. Juan Carlos: -“Sí, después jugó en Morón, en el Lanús de Ramón Cabrero y tuvo un fugaz paso como volante por el fútbol turco”. ¡Interesantísimo! El padre de Lértora tenía una verdulería, ¿no? Imagináte, dame tres plantitas de lechuga, unas chauchas y dos lértoras que no estén muy maduras, Abel. O podría ser un pez, y de río, prima de la boga y el sábalo: marche (por Zoom) una lértora con unos simpáticos papines en colchón de finas hierbas alimonadas, ¡y good show! ¿Fantino, Vignolo y Closs van al mismo peluquero? Es el que le confeccionaba los peluquines a Federico Klemm, y mucho antes había sido pintor de brocha gorda, ¿nocierto? ¿Es verdad que conoció a Klemm mientras le tuneaba de fucsia el ‘fantasy-sótano’ a Ante Garmaz, y esa noche decidió hacerse coiffeur y fabricante de sombreros y corbatines, Raúl? Las estadísticas que presentan ya parecen chimentos, o revisten la misma importancia.

No sé qué tiene que ver esto con la pandemia, pero surgió ahora, como tantas otras cosas que, si sobrevivimos, iremos descubriendo con la bajante. O sea que las olas ya nos van dejando algunos ‘regalines’, no es que sólo se llevan. “Enrique, cuando la primera ola surgió en China en diciembre de 2019, justo se había puesto de onda el helado de maracuyá, ¿nocierto?”. Sí, Marcelo, y los chinos lo comen con palitos. Tardan un poco más, pero ellos son pacientes. Cuando se les empieza a derretir, el del local se los enfría.

Esto es to to todo amigos (gran tema de Patricio Rey, lo recomiendo). Marche este revuelto de pandemia para esperar la tercera ola.

Chino Castro

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