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viernes, 26 de abril de 2024
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Comedor Pequeños Gigantes: Un pan en medio de la tempestad

El Comedor Pequeños Gigantes da de comer a ciento trece pibes.

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Cuarenta y seis familias, lo que representa un total de ciento trece pibes y pibas, asiste hoy el comedor Pequeños Gigantes, del barrio San Juan. Una cantidad que, en pleno vórtice de la segunda ola de covid, se mantiene estable desde mediados del año pasado, cuando experimentó un crecimiento, quizá porque el lugar no puede contener a más gente.

Enclavado en Cacique Catriel 650, el comedor y centro comunitario Pequeños Gigantes es un nodo asistencial que desde ya varios años da de comer a pibes que lo necesitan, sólo los sábados al mediodía. Al frente de la labor solidaria se halla Romina Mendoza, la fundadora del espacio, junto a su compañero, Hugo Crespo, su hermano y la pareja de él. En sus primeros tiempos, el lugar albergaba a los niños/niñas en su amplio salón, pero desde hace un poco más de un año decidieron modificar este modo de trabajo y hoy cada padre debe pasar a retirar la vianda para su hijo el sábado, entre las 12 y las 13 horas, previa inscripción durante la semana (los lunes, Romina ‘pasa lista’ a través del whatsapp). También dan de comer a tres ancianos de barrio San Juan, y hoy no podrían ampliar el cupo ya que están trabajando levemente por encima de la capacidad del sitio de acuerdo a los recursos humanos y materiales de los que disponen. (Los últimos pibes en incorporarse son hermanos de chicos que ya asistía el comedor. En general, integran familias que tienen trabajo, pero necesitan de este aporte de un día a la semana.)

A cada papá o mamá que retira lo suyo, cuando pueden Romina y su equipo le agregan en el paquete galletitas, leche, pan o algún chocolate que algún vecino o comercio haya donado al comedor.

“Este año pinta muy duro, pero nada es imposible”, es lo primero que expresó Romina en charla con el diario, con ese optimismo sin el cual nadie se pondría a organizar un emprendimiento así.

La asistencia contempla a chicos de todos los barrios de la ciudad, con preeminencia de San y los aledaños Colombo y Diamante, pero también de Zorzales (nuevo Zorzales, remarcó Romina), Pompeya, Casariego e incluso de hogares de la planta urbana.

Las comidas se elaboran con materias primas que donan comercios y particulares de la ciudad, más la colaboración de Acción Social municipal, que cada sábado envía unos veinte kilos de carne.

En estos meses, con los primeros fríos, reaparecen los menús ‘de olla’, tales como guisos, estofados, polenta, pastas. “Este sábado haremos arroz con albóndigas”, adelantó Mendoza. “Ahora buscamos prepararles platos ricos en calorías, pero cocinamos en base a lo que nos donan”, puntualizó la vecina. A propósito de ayudas, hay dos personas de la ciudad que entregan cada una mil pesos por mes, mientras que el pan, seis kilos por sábado, es aportado por Yanina, una bolivarense que mensualmente paga en una panadería los productos que pasan a retirar del comedor. (Yanina se crio en San Juan y hoy vive en el vecino barrio de Villa Diamante.)

Por fuera de estos compromisos, siempre algún vecino de la comunidad se acerca espontáneamente con mercaderías, destacó Romina. “Incluso en algunas ocasiones no le pedimos al municipio”, cuando tienen en el freezer carne que alguien donó.

Pequeños Gigantes cuenta con una cocina industrial, heladera, freezer y los indispensables utensilios de trabajo en un ámbito así. Durante la semana no hay actividad en el lugar, mientras que el sábado es el día en el que Romina y sus colaboradores ponen manos a la obra. A la luz la pagan con lo que obtienen de las ferias de ropa y calzado usados que lleva a cabo regularmente con las prendas y artículos que dona la comunidad. Con los dividendos de esa iniciativa también abonan los tubos de gas.

“Todo suma”

“Todo suma, si alguien quiere brindarnos una mano. Por ejemplo carne, o dinero para que no se nos haga tan duro pagar la luz. El mes pasado abonamos algo más de 5.500 pesos, y es mucho para nosotros porque en una feria nos cuesta juntar ese dinero, es una cifra que nos obliga a hacer muchas”, puntualizó Romina.

Desde el punto de vista edilicio, el comedor “está perfecto, no necesitamos nada” en materia de infraestructura, “pero sí requerimos que la gente nos siga donando mercadería” para continuar dando de comer, o un recurso económico para pagar la factura de energía eléctrica, que cada vez es más cara, remarcó Mendoza. “También es bueno que continúen acercándonos ropa y calzado para las ferias”, agregó.

Fuera de las contribuciones mencionadas, el comedor no dispone de ningún subsidio, si bien “si surge que necesitamos más cosas se las solicitamos a la municipalidad, y ellos nos las dan”. También colabora Tarjeta Naranja, “padrinos nuestros, a quienes les indicamos qué necesitamos y nos lo compran, como ocurrió con los ventiladores y materiales para cerrar una reja del techo y que no ingrese tanto frío”.

En lo que va de la pandemia, Pequeños Gigantes no ha tenido que interrumpir su trabajo solidario, ya que no se han producido allí contagios de covid, algo que lamentablemente hoy resulta extraño, con más de medio Bolívar aislado o enfermo de la nueva y cruel enfermedad que golpea a la población del mundo. (El gobernador Kicillof dijo que este segundo embate de la pandemia era un tsunami, más que una nueva ola; en el título de este artículo elegimos llamarlo tempestad.) Una cuota de suerte, pero mucho de conciencia y responsabilidad, lo que seguramente lleva tranquilidad a esas familias que cada sábado esperan por su plato de comida.

Chino Castro

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