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martes, 23 de abril de 2024
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Un espíritu en el mundo material

Entrevista exclusiva con Fernando Samalea, el músico que eligen todos.

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De visita en Bolívar por gestión del productor ‘Fredy’ Álvarez y Cultura municipal, Fernando Samalea compartió anécdotas de su carrera y reflexiones sobre el arte y la existencia ante un auditorio embelesado al que hizo par. Antes, ofreció a LA MAÑANA una entrevista exclusiva, en la que desplegó una filosofía de vida sólo atada a la libertad, la experimentación y la aventura.

¿Qué hay en tus charlas informales? Me imagino que mucho de lo que contás en tus tres libros de memorias sobre tus andanzas junto a los grandes del rock argentino de los ochenta a hoy.

-No son charlas que tengan que ver sólo con la música. Depende de quiénes participen; no son conferencias, nos sentamos en ronda. Pueden reunir a gente de mi edad con chicos y chicas muy jóvenes, lo que es fascinante porque suele provocar un ida y vuelta generacional muy enriquecedor y entretenido. Lógicamente que en el cara a cara siempre se puede ampliar algo que escribí en esos libros que citás, o, a veces, surgen otros temas, y eso también es interesante y hasta emocionante para mí. 

En las bandas en las que participa, y en sus proyectos musicales personales, Samalea siempre golea. Pero con su ciclo Charlas informales, que lleva por el país, al menos en lo económico se conforma con empatar: una moto, un pequeño bolso, la curiosidad pintándole la cara como a los veinte y allá vamos, a donde aparezca gente con interés en escuchar pero también en decir, porque el músico pone especial cuidado en abrir el juego a que los presentes no sólo pregunten, sino compartan sus experiencias (muchos de los que van son músicos, o simplemente melómanos). La participación es libre, al protagonista del emprendimiento lo moviliza el mismo afán por la aventura que ha regido su rico derrotero artístico, con su sensible antena siempre puesta en descubrir y probar. Se nota que el dinero le interesa poco, su pragmatismo tiene patas muy cortas y con empatarla ya está, porque lo que le interesa es fluir. Por algo luce tan joven, con casi 59 que podrían ser, cómodamente, diez menos.    

No se considera un escritor, sí se define como un ávido lector, desde muy pibe, cuando sus padres se lo inculcaron con el sencillo trámite de acercarle libros que lo invitaran/desafiaran a “la fantasía y la ilusión”, que no son otra cosa que las mejores realidades de este mundo, el único que conocemos. “Y ya desde los 13 o 14, cuando uno tiene un segundo nacimiento, me aventuré con escritores más ‘locos’, como Hesse, Bourdieu, y con ensayos filosóficos”.

Cualquiera que conoció a alguna figura del mundo del espectáculo y le pareció alguien sencillo, humilde y afable, no conoce a Samalea. Hay un estadio superior de esa condición, una pileta para muy pocos. Uno de ellos/as se llama Fernando Pedro Samalea, el hombre menudo y fresco que parece el más ubicuo de todos con su paso liviano como si alojara un duende, y que sin embargo se visualiza como una suerte de colado que no halla el lugar exacto para sí (ver aparte). El también bandoneonista con composiciones, discos y audiolibros publicados, que tocó con todos nuestros héroes y heroínas del rock y los más interesantes creadores de la canción hispana, como Sabina, posee una biografía tan luminosa que no hace falta publicar aquí, porque se halla a la vuelta del más simple dobleclic. Empero, no se le ‘cae’ ni un filamento de las muchas medallas que cuelgan sobre su cuello despreocupado.

¿Vas a seguir publicando tus memorias?

-Sí. Quizá pueda inaugurar una segunda trilogía, si tengo la suerte de seguir aquí. Porque la última termina en 2017, y de ahí en adelante ya tengo todo en cronológico escrito, y es un montón. Me gusta la idea de vivirlo pero también de mantener, en la palabra, esa especie de obra de teatro loca que es la vida.

Qué es un long play, Mientras otros duermen y Nunca es demasiado, rebosan de anécdotas acumuladas/atesoradas por una memoria prodigiosa, pletórica en detalles siempre interesantes al referirse a celebridades tan caras al sentir argentino como Gustavo Cerati, Charly García o Joaquín Sabina. Él dice que lo ayudan: “Puedo mirar videos, fotografías para describir las vestimentas”, recurrir a amigos que aporten granitos al mosaico de su memoria, porque los ochenta eran niebla, pero siempre había alguien que veía. Todo, envuelto en una suerte de ‘relato cinematográfico’, una premisa muy suya.

Fue la segunda vez de ‘Sama’ en Bolívar, ciudad de la que siempre escuchó hablar, en sus visitas a Mar del Plata, a su amigo ‘Fredy’ Álvarez, gestor de la charla informal que ofreció en el patio de Cultura hace dos viernes. Ocurrió un glorioso sábado de octubre de 2013, en el marco del recital de Charly García en la calle, frente al Cine Avenida, que, tras un angustioso parate que se prolongó demasiado (a veces es demasiado), esos días reabría puertas bajo gestión municipal. “Inolvidable fue. Hicimos la reproducción simbólica de los dos conciertos en el Colón con Charly & The Prostitution. Y también vine en motocicleta”, rescató el ex baterista de Clap en los tempranos ochenta, cuando el underground porteño empezaba a fermentar en las insignes cuevas (aunque había poca luz y baños con aromas penetrantemente naturales) de las que surgió lo más interesante de los noventa, no sólo en materia de rock. Lo dice con su fraseo afrancesado, quizá producto de sus años en el país galo junto a Benjamin Biolay y otres. A esta altura bien podría ser Fernand Samalè, el del bigotito en degradé, pero el tema es que ‘Sama’ huele mucho a argentinidad… (En sus libros, Fernand Samalè, el que jamás quedará demodé,  cuenta jocoso de un colombiano que, sin que se sepa a santo de qué, lo llama ‘Pana’.)

En tus libros tenés muy claro hasta dónde contar. Hablás de estrellas de la cultura argentina, y el riesgo es que si le das la mano, el lector va a querer tomarte el codo y finalmente el hombro. Pero visualizás el límite. Contás, avanzás sin dejar jamás a nadie al desnudo, sin resignar la elegancia y cierto buen gusto.

-Apelo al humor. Por supuesto que no son libros de chismes, nunca fue mi intención. Me gusta tocar ese límite que decís,  pero de ninguna manera, nunca, juzgar. No me tomaría jamás ni unos renglones para hablar mal de nadie, o ejercer algún tipo de venganza por algo que me haya pasado.

O para revelar algo que no habría tampoco por qué revelar.

-Por supuesto, hay niveles éticos que mantener. Con humor, hay cosas que se pueden insinuar, y pueden quedar ahí como flotando. Esa es también la magia de la escritura, que invita a quien lee a ejercer y desarrollar su imaginación. (…) Algunos chicos te dicen ‘me lo hiciste vivir’, y ese es el premio, dejarlo para la posteridad, tener mi vida ordenada cronológicamente. Ese es mi impulso primordial. Ahí sí tiene que ver describir detalladamente, para hacer que la persona se sitúe siempre en el momento presente.

Chino Castro  

Un gran “colado” que se sabe un “sobreviviente”

¿Cómo recordás los ochenta en Buenos Aires, una época apasionante y peligrosa, de la que fuiste protagonista?

-Un lindo delirio fue, en el que tuve la fortuna de no claudicar ante muchas cosas que me hubiesen afectado, como las drogas. Siempre fui bastante cauto, con el alcohol también. Eso me hizo un sobreviviente en condiciones un poquito mejores que en las que podría estar hoy. Agradezco eso, haber tenido esa clarividencia en su momento. Pero por otro lado lo viví con mucha pasión, las trasnochadas… Ahora mismo me gusta mucho trasnochar, y salir y todo eso. El momento festivo post dictadura militar, cuando la juventud se revelaba y generaba situaciones a contracorriente, me gustó mucho.

De algún modo, y sin saberlo, en esos años ya estabas elaborando tus libros, ya germinaba el Samalea escritor: mientras a tu alrededor tantos y tantas se entregaban a una vida vertiginosa, desenfrenada, que a varios ‘quemó’ o arrojó al costado del camino, vos te mantenías lúcido y atento, registrando todo lo que pasaba.

-Nunca pude encasillarme, siempre me sentí raro en todos lados. Por un lado, tuve la suerte de acceder a todos esos mundos de la farándula y de los grandes escenarios, pero por otro, siempre me sentí un poquito colado. Como también pude sentirme colado en otros ámbitos. Tengo esa dualidad. No encuentro realmente un lugar, no podría definirme como el típico rockero, ni el típico tanguero, ni el típico cinéfilo. Uno es lo que sale, no se puede evitar ser lo que se es. No podría definirme, nadie puede definirse mucho frente a este misterio que es la vida. Pero lo que agradezco sí es siempre haber tenido, y mantener, un estado de mucha pasión, de ilusión y de ganas. Eso es lo que hace que pueda hacer cosas.

Tres perlas

Fito Páez dice que haber estado en la ‘cocina’ de Charly a principios y mediados de los ochenta, fue haber estado en el taller de Goya. ¿Qué momento congelarías de todo tu recorrido, como si fuese un lugar al cual volver a entrar cuando quisieras, cuál sería esa gran perla?

-Los tiempos de Parte de la religión (Charly García, 1987), la grabación en New York, esa gira hermosa, la gran camaradería entre todos mis compañeros. Siempre lo recordaré con un cariño único. También recuerdo con mucho cariño la gira de Chaco, de Illya Kuryaki (el tercer disco de la banda de Spinetta y Horvilleur vio la luz en 1996), y por supuesto las de Ahí vamos (el penúltimo último disco de Gustavo Cerati, publicado en el otoño argentino de 2006). Son tres momentos muy especiales, en los cuales sentía que estábamos acompañando a artistas que dominan en el inconsciente popular, y que se estaba haciendo ahí un gran revuelo artístico.  

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