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jueves, 25 de abril de 2024
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San Carlos de Bolívar

Tres Acordes para un himno del corazón

Maro y Maia descorcharon el disfrute en el regreso de otro patio.

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En el que, si Fede o Familia Acosta no disponen otra cosa, fue el último patio de esta temporada estival enjuta en materia artística lugareña, anteanoche Maia y Maro Band se presentaron en Tres Acordes, para la segunda vez del reducto de Gaby Apestegui que había tenido su bautismo en 2020, horas antes de la irrupción de una pandemia que segó todas las melodías.

Ante un aceptable marco de público, y en una noche templada y serena, en principio brindó lo suyo la siempre cálida Maia Acosta. En piano y voz, la cantante y compositora nos regaló un puñado de canciones que para el público fueron nuevas, y que seguramente serán el sustento de su esperado (y demorado) segundo disco solista. Piezas bien personales, casi confesionales, con letras que aluden a su feliz presente en familia con su compañero y su pequeña hija, Kalil, de regreso a Bolívar. Otra etapa; las mismas bases de toda su vida. Gemas fragilesinvencibles las suyas, como el disco de Pez, cruzadas por una melancolía irreductible en su amasado artístico, que lo vuelve más etéreo y a la vez más sólido. Quizá sea un material anterior a esta etapa, pero en todo caso podríamos ‘leer’ que Maia estaba tramando su futuro…

Esta vez dejó de lado algunos caballitos de batalla, clásicos de su producción para todes los que siguen/alimentan la dinámica de los patios veraniegos vernáculos.

La apertura fue con un instrumental, y al toque su versión de la conmovedora Sal, del último disco de Gustavo Adrián Cerati. Después, a lo propio (no presentó un solo tema, ya no se usa más), para lo cual en ocasiones empuñó la guitarra, y hacia el final, una con el inquieto Maro como convidado.

A esta altura corresponde destacar que el patio de Olavarría 373 no es cualquier patio: cómodo, amplio, prolijo, con verde como para calmar a una horda de desaforados, algunas frondosas plantas que sostienen la indispensable ‘conexión natural’ en tiempos pletóricos en smog y polución global (ahí sí que hay derrame), y, en este caso, un servicio de cantina que se acopló al concepto de lo natural, a cargo de Sil Alimentación Consciente con sus hamburguesas y sus pizzas saludables, además de ricas, que priorizan las verduras y las legumbres en detrimento de lo frito y lo graso. Ídem la barra, con todo lo necesario para pasarla bien, vale enumerar infusiones alcohólicas clásicas como vinos y cervezas, que tan bien maridan con degustar música, y opciones si se quiere más ‘sanas’, como limonadas y jugos de naranja.

A continuación irrumpió en escena Maro González, secundado por un bandón que se ha agenciado este verano en Bolívar: Nicolás Holgado en guitarra, Bruno Irastorza en bajo y Lorenzo Blandamuro en batería (‘Lolo’, certero como siempre, también fue el encargado del sonido).  El compositor, cantante y guitarrista recreó un puñado de sus canciones, contenidas en sus dos discos publicados en plataformas digitales, como Devenir, Mostraría Me y Espinas y flores, mechadas con algún estreno y un tema en italiano, Amore, en el que evocó su ámbito de pertenencia al tiempo que aprovechó como marco para espetar algo seguramente común a todes: “La familia puede ser un yunque o un tesoro”. (Maro anda con la familia ‘a flor de piel’, ya que acaba de estrenar en Bolívar su espectáculo Potriyo, en el que habla de su infancia y de su historia en su/nuestra ciudad, a la que, al modo ‘Pichuco’, siempre está volviendo.)  

Para el final se guardó un par de cumbias y prendió fuego todo.

El cantante volvió a mostrarse ajustado, con una voz poderosa y educada que le permite viajar de la balada en plan minimalista a un punk, si se le ocurriera entrarle al género desprolijo por antonomasia, o a un heavy, cosa que puede suceder ya que es un clásico artista desgenerado.

Fue una noche sin hits, rica en material propio de sus protagonistas y en su mayoría ignoto para el público. Como para barrer, con exquisita miúsic, con aquel gastado axioma que alerta que para disfrutar de un recital deben sonar canciones que sepamos todos.

La espera (siempre excesiva, para mi gusto) se amenizó con reggae y funk de los buenos, lo que quizá contribuyó a desactivar eventuales ansiedades, todes arropades en tan plácido colchón.

Finalmente consignaré otro acierto, ponele: la presentación de los shows y del encuentro estuvo a cargo del humorista Gabriel Silva, que ‘preparó la mesa’ con un par de intervenciones que resultaron desopilantes. No hubiese sido lo mismo si irrumpía con un show de stand up… en medio de dos recitales, o después, o antes (o durante, ja). Así quedó mejorcito.

Luego de los shows formales se abrió el espacio a la jam session, donde pasa (casi) cualquiera al escenario, y por eso mismo (casi) todo puede ocurrir, a partir de cruces artísticos que tienen su núcleo y su riqueza en lo inesperado y lo libre.

Chino Castro

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