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sábado, 20 de abril de 2024
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Rubén Tamborenea: zapatero de oficio y por vocación

Cerró sus puertas "Artesanías 55".

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Después de cuarenta y cinco años de zapatero y artesano, Rubén Tamborenea, cerró su taller de la calle Olascoaga.

La importancia del oficio zapatero se remonta al tiempo de Reyes, princesas y guerreros que encargaban a verdaderos artistas del calzado la elaboración de sus zapatos. Rubén Tamborenea considera que el trabajo de la fabricación y reparación de calzado es un arte, especialmente por lo complejo que es hacer el zapato y él se considera un artista porque asegura que “ser artesano es dejar que el alma salga a la luz, transformada en una obra”.

La industrialización masiva del calzado y la creciente moda de usar preferentemente zapatillas pusieron en jaque a muchos zapateros y, de a poco, fueron desapareciendo o buscando rubros más redituables. Rubén resistió y llegó a los cuarenta y cinco años ininterrumpidos de trabajo. Hoy con setenta y ocho años de edad decidió, junto a su familia, cerrar las puertas del taller, que desde sus inicios funcionó en Olascoaga 55, justamente por el numeral el nombre del comercio “Taller de Calzado y Artesanías 55”, nombre que se le ocurrió a Alicia, esposa de Rubén y compañera de toda la vida, no solo familiar sino que también laboral. “Alicia fue mi compañera siempre, siempre estuvo al lado mío, la luchamos juntos”, precisó Tamborenea.

nea. Rubén Tamborenea o “Tambo”, como le dicen sus amigos, en su despedida contó a La Mañana su vida de zapatero “Empecé hace cuarenta y cinco años con este oficio y después de varias idas y venidas, que fui trabajando en este oficio con algún socio o compartiendo el trabajo con alguien, me puse solo”. “Comencé solo acá en mi garaje, porque en el taller que yo estaba se habían ido de vacaciones y necesitaba trabajar”. “Un amigo me prestó la máquina de pulir y yo iba a cocer a la casa de otro colega y así arranqué.

“Con Alicia empezamos solos en nuestro taller hace cuarenta años”. “Era la época en la que se usaban los suecos de madera. Yo iba a la carpintería de Piermattei, compraba los tirantes y un tío de Alicia me prestaba la máquina de carnicero para cortar las plataformas”. “En el verano hacía las sandalias, le ponía chatuelas, clavitos, con la altura de la plataforma que querían las mujeres, caladas, los detalles que me pedían y las armaba”.

Eran zapatos de modelos únicos, con el gusto de la persona que los encargaba…
– Sí, sí. Dios me dio la habilidad esta. Cuando llegó el invierno se me complicó un poco más y entonces les sacaba los pisos a los zapatos y le pegaba la madera abajo y te quedaba un zapato nuevo.

¿Por qué elegiste ser zapatero/artesano?
– Yo estudié en una Escuela Agrícola de Valdés y me recibí de Capacitador en explotación agropecuaria y por esas cosas de la vida y del destino terminé siendo zapatero. De joven trabajé en Casa Vivanco y en otros lugares y no sé cómo pasó, pero terminé siendo zapatero. Cuando recién arranqué le hice una cartera a mi suegra, de cuero y íntegramente cocida a mano.

O sea que aprendiste solo…
– Sí. Todo lo que hacía eran diseños míos, cosas que fui aprendiendo. Aparte de los zapatos, cuadros, cintos y otro tipo de artesanías.

También te dedicabas al arreglo de los zapatos…
– En la época que se empezaron a usar las zapatillas, los zapatos importados que venían mucho de Brasil y que eran de plástico, nadie tenía cemento y todas las cosas que se necesitan para arreglarlos, entonces empecé a averiguar y a comprar los elementos que necesitaba y comencé a arreglarlas. Fui pionero en el arreglo de zapatillas y teníamos muchísimo trabajo. Alicia a veces no tenía tiempo ni de hacer la comida, porque había cola hasta la vereda de gente y ella atendía el negocio y tomaba los pedidos”. Era impresionante el trabajo que teníamos, me levantaba a las 04.30 y estábamos hasta las 12 y después arrancábamos de nuevo a las 14 hasta las 20.

En tanto años ¿tenes alguna anécdota o algo raro que te hayan pedido?
– Tengo varias, pero hay una que fue una desgracia ajena y que sirve como chiste: “Que me perdone el cliente”. Le hacíamos la plataforma a un chico que tenía once centímetros de diferencia en una pierna y en esa época trabajaba un muchacho conmigo y le puso la plataforma en el pie equivocado, entonces en vez de tener once tenía veintidós centímetros de diferencia eso no me lo olvido más.

Otra cosa es que tuve la habilidad de forrar zapatos y una vez una chica que se casaba me trajo la tela del vestido para que le forrara el zapato, se lo hice y en la fiesta le preguntaban, porque estaban asombrados de que tenía el zapato haciendo juego con el vestido y la mujer decía que se lo habían hecho en Buenos Aires, en un lugar importante y una de nuestras clientas estaba en la fiesta y se dio cuenta que lo habíamos hecho nosotros y vino y le contó a Alicia”.

¿Trabajabas solo en Bolívar o también en otras ciudades?
– Tres días por semana trabajaba en Daireaux. Me llevaba un amigo que vendía cosas y me llevaba y después me traía. El chico de Daireaux, cuando iba yo se iba y me dejaba el taller en las manos mías y hacía todos los trabajos yo.

Hace medio siglo no había las cosas que hay hoy por hoy y que se consiguen a la vuelta de la esquina ¿Con qué teñías los zapatos o cómo conseguías los insumos?
– Lo hacía con esmaltes, tintas, esmaltes, compraba de todos los colores, porque las clientas traían mucho para arreglar y de diferentes colores, entonces teníamos que tener todos. Tuvimos varios proveedores que venían siempre. La máquina de coser se la compré a un hombre de Junín y en el último tiempo le compraba a Marcos Astudillo, que es una gran persona, un amigo. Con él fue con el que más trato tuve y sigo teniendo.

¿Alguien de tu familia o algún trabajador sigue con tu oficio?
– Yo creo que de la familia no, porque mis dos hijas, Verónica y Silvina trabajan en las profesiones que eligieron y estudiaron y tengo tres nietas que son todas muy inteligente. Micaela, la mayor, se recibe este año de Ingeniera en Energía y su hermana Diamela, tiene diecisiete años y empieza la faculta este año y la más chiquita, Josefina, está en segundo año del secundario y también va a estudiar una carrera.

De los chicos que trabajaron conmigo, tengo uno que siguió. Por este taller pasaron muchos, algunos eran chicos que estaban en el secundario y venían a trabajar para aprender el oficio, también jubilados que trabajaban medio día. Hace poco vino uno de esos chicos y me dio una alegría muy grande. Leonardo Anello, trabajó conmigo y se puso de zapatero en La Plata y cuando vino a visitarme me dijo “vos fuiste un padre para mí” y esto me partió el alma y me alegro mucho”.

“Taller del Calzado y Artesanías 55” siempre estaba presente en la Rural. ¿Cómo recordas esas experiencias en las exposiciones?
– Cuando teníamos el stand en la Rural vendíamos muy bien. La gente se quedaba admirada y me encargaban muchas cosas, porque yo hacía cosas especiales, personalizadas, cuadros con frases, con nombre de la gente. Eran trabajos de cuero en relieve y que se hacía todo a mano.

¿Alguna vez recibiste algún premio o reconocimiento por tu trabajo?
– En el año 2017 el Rotary Club me homenajeó, fui reconocido como “Trabajador Destacado”. Fue muy lindo recibir ese reconocimiento desde la institución, porque somos pocos los zapateros y artesanos que quedamos, ya casi no quedan y es una pena, porque es un trabajo apasionante.

¿Qué te dejó tu oficio, tu trabajo?
– Gracias a Dios, pudimos agrandar la casa, hacer el taller, comprar el auto, darnos algunos gustos y principalmente hacer estudiar a nuestras dos hijas. Se fueron a estudiar a La Plata y con nuestro trabajo le podíamos mandar una encomienda todas las semanas, con la comida y el dinero que necesitaban para poder estudiar. Fue mucho sacrificio, pero lo logramos.

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