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sábado, 20 de abril de 2024
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Qué bien estábamos cuando estábamos tan mal

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La frase que sirve de título a esta breve columna fue usada en múltiples ocasiones por mejores y más iluminadas plumas que la de este humilde periodista de pueblo. Pero la tomo robada, (en todo caso supongo que se me perdonará el inocente plagio) porque resume las sensaciones todos (o casi todos) tenemos en estas épocas de pandemia.

Estábamos mal, muy mal antes del coronavirus. Pero no nos imaginamos, paradójicamente, lo bien que estábamos. Paso a detallar:

Vivíamos en el marco de una grieta absurda e innecesaria; pero al menos sabíamos que había una posibilidad de que alguna vez se sellara.

Corríamos todos los días de banco en banco tratando de atajar los descubiertos; pero sin saber disfrutábamos el tener crédito. Caro, por supuesto, pero crédito.

La visita al supermercado era algo así como una al tren fantasma. Los precios aumentaban sin cesar. Pero encontrábamos de todo, hasta papel higiénico.

El tránsito en Bolívar era un caos. Recorrer, por ejemplo, la avenida San Martín de punta a punta un domingo era toda una aventura. Había que esquivar varias bicicletas haciendo willy, diez o doce motos con unos treinta pasajeros a bordo sin contar los niños menores de 2 años, aguantar al que viaja en primera con los vidrios abiertos y la música al palo; pero podíamos andar en auto.

Nos despertábamos a la mañana y leíamos en cualquiera de nuestras pantallas que el riesgo país  superaba los 2000 puntos básicos y no le dábamos demasiada pelota, porque vaya a saber para qué cuernos se inventó el riesgo país, nos decíamos. Ahora debe andar por los 4000 y en franca creciente.

La plata no nos alcanzaba con las vacaciones soñadas; pero podíamos soñar con las vacaciones.

A los que ya somos grandes de edad nos hacían mal los dulces, debíamos aflojar con la sal porque la presión se sube a las nubes, no debíamos excedernos con el alcohol y pagábamos caro cualquier desarreglo. Pero podíamos hacerlo, aunque el médico nos retara, sobre todo cuando nos juntábamos con nuestros hijos y amigos en esas comilonas bien argentinas en las que no falta nada, ni el Campari con jugo de naranja.

En fin, todo así. Estábamos mal, muy mal; pero nada es comparable con lo que vivimos hoy. El panorama que se analiza hacia adelante es francamente desalentador y entonces nos encontramos luchando exclusivamente por vivir, por no enfermarnos y no enfermar a nadie. Ningún científico, ningún gobernante por encumbrado que sea, está en condiciones de decirnos cuál será el desenlace de esta verdadera tragedia humanitaria y mucho menos cuándo sucederá, a partir de cuándo habrá posibilidades de ir recuperando, lentamente, nuestra mala vida anterior, que tanto extrañamos. VAC

Foto: La voz del interior

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