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jueves, 18 de abril de 2024
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Primer domingo

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Nada cambió, el sol entra por mi ventana como siempre. Mi habitación está en orden, una brisa suave mece el colgante que pende del barral de la cortina. No se oye más que silencio que se quiebra con las cotorras que hacen su vida en las palmeras y por todos lados, esa plaga invasora verde que modificó nuestros paisajes.

No voy a detenerme a pensar en la plaga invasora, no quiero hacerlo y entonces dejo la cama y recorro la casa que está silenciosa, como casi todas. Alguien cierra una puerta creo, se oye un golpe seco pero no hay voces como si no estuvieran, repito la palabra y me aterro en un eco imaginario.

No estar. El verbo negado. Dos palabras y un cúmulo de significados, de temores callados, obligados al silencio.

Intento recordar cómo describía Paul Auster su país de las últimas cosas y no lo logro, lo leí hace tiempo, tendría que releerlo. Me saca de ese intento un altavoz que repite que la Municipalidad nos llama a quedarnos en casa por nuestra salud y no quiero oír más, es la voz querida de una locutora conocida, ¿será consciente de las palabras que dijo con su particular dicción? Tal vez fue un texto más de los muchos que leyó pero que se anidará en nuestra memoria como una araña y si existiera para nosotros el futuro nos acordaremos de su voz en esta circunstancia.

Ladran los perros, son varios, muchos, no sé si están juntos o si empezaron esa ronda que sólo ellos manejan de comunicarse sin que los entendamos. Oriana Fallaci describe una escena de la guerra de El Líbano en que los perros enloquecidos ladran sin parar, por días tuve esa imagen escrita por ella y que yo creé en mi cabeza. Algo simple como un perro ladrando. Algo tan complejo y tan ancestral. “Inshallah” y quién sabe qué quiere el dios, o el dios del dios, no sé seguramente me decidiré por uno cuando me toque la plegaria, hoy no sé.

Tengo que escribirle a Olguita Irigoyen porque ella tal vez recuerde detalles del libro de Auster. Voy a hacer un memo con cosas para hacer cuando la pandemia se haya ido. Memo: leer a Auster.

Goytisolo me perfora la memoria con su sitio de los sitios y me regocijo pensando en esa capacidad única para decir, es español y periodista. Es eso. Lo digo y endulza el ego de los que se saben semidioses y sin capa ni espada salen a contar el mundo por que ellos pueden y saben y si no, lo harán igual como les salga porque están ahí viendo venir la próxima ola antes de llegue esta que nació hace un instante y que estará en la rompiente antes de que termine este párrafo.

El silencio envuelve todo y me alegra. Quédate en casa piden y pido, quédate. Cuál es el contagio? Sera la ceguera de Saramago, esta Corona que amenaza con anidar en nuestros pulmones y robarnos el aire o la estupidez que corroe hasta el alma, pero no se nota porque no roba el aire, pero te roba el aire. Nos roba el aire y se va con él. ¿Será una? ¿Serán?

Persiste el silencio y se cuela por los vidrios transparentes y las ventanas cerradas. Esto aún no empezó. O empezó para otros y está lejos, es amenaza pero no advertimos que se cierne sobre nuestras cabezas la espada de Damocles, como enseñó Amparo. Sonrío al recordar a la soriana pequeña dando clases con esa pasión y volverse gigante en mi cabeza donde habita siempre.

Tengo que escribirle a Ale Tello y preguntarle cómo es la forma correcta de esa frase que ando rumiando. Memo: escribirle a Ale.

Busco para hacer un café. Abro mecánicamente una puerta, tengo muchas cosas que hacer mañana. Mañana. Cuándo es mañana? Memo: buscar el significado de mañana.

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