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jueves, 25 de abril de 2024
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Pegame y decime gil a rombos

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Cifras incontestables revelan que una impactante cantidad de empresas ha quebrado en los últimos tres años y medio a lo ancho y largo del país. Un doloroso alud humano que se aplasta contra su base.

El panorama es tan escalofriante que las opiniones interesan poco. Ahora mismo, también en Bolívar, hay algunas que no pagan a sus trabajadores, que ya están sufriendo in situ una precarización laboral que el gobierno de Macri formalizará si resulta reelecto, y ni hablemos de delicatesens como cobertura social, aportes patronales y condiciones materiales de trabajo. Empresas medianas, no emporios, a los que esta angustiante realidad económica empuja al precipicio de cerrar, lo que podría ocurrir muy pronto si en diciembre el ‘peronismo peronista’ de los Fernández no acude con medidas de salvataje. Con lo que implica: cuando una firma comercial cierra, los que primero y más pierden son los laburantes. Salvo el caso del padre del músico Ricardo Mollo, que acuciado por deudas resignó su histórica fábrica en Pergamino y se radicó como empleado en el oeste del gran Buenos Aires, casi no se conocen ejemplos de empleadores que vendan su coche para pagar aguinaldos, más bien lo que hacen es tapizarlo con la piel del trabajador, parafraseando a Charly García. Una triste tradición que no cambia según pasan los años. Aunque no les rinda demasiado mostrar a emprendedores que quebraron, en TN quizá conozcan alguna excepción de empresario solidario que acepta su derrota honrando sus obligaciones, como el padre de Ricardo Mollo. Una pena que falleció porque Morales Solá obtendría una gran nota de tinte evangelizador, mientras el imperativo Carlos Pagni le diría qué hacer para volver a tener una empresa. (Eso es vender cara la derrota, venderla digna, cambiarla por un triunfo ético que no tiene precio.)

Sin embargo, los dueños de algunas de esas tambaleantes pymes continúan bancando a Mauricio Macri y a sus políticas de exclusión social y desguace del tejido productivo en favor de la especulación financiera, mientras insisten en adoptar, a trompicones, ese pensamiento típico de megaempresarios que jamás los representará cabalmente, ya que no son más que pelusa en el organismo económico mundial. Otra triste tradición.

Pero las sienes del linaje popular progresista son pateadas por algo más desolador: que aún haya trabajadores pauperizados dispuestos a votar a Macri y sus representantes, de la nación a las localidades. Que reconozcan que están peor, pero afirmando a la vez que “lo de antes era una ficción”, como si asumieran que vivir bien es un derecho que no les corresponde, que su destino inexorable es el de trapos de piso, el felpudo donde sus propios verdugos limpian la suciedad de sus botas caras en el umbral de los suntuosos salones donde chocan copas los ganadores económicos, que en el capitalismo son siempre los perdedores morales. Que, como sintetiza una ilustración que un amigo posteó en su Facebook, aunque tengan que comer tierra seguirán votando al presidente que el ingenio popular, con extraña benevolencia a la vez que desprecio por el mejor enemigo del perro, ha bautizado ‘gato’.

Casi cuatro años después de la asunción del gobierno de Macri-Vidal, la sociología, la politología, la filosofía, la psicología, los programas de la tarde y la antropología siguen friéndose las neuronas para entender por qué en la Argentina hay tanta gente que elige poner su cabeza bajo la lenta sierra del saqueo y el no futuro. Ni el enjundioso Oscar Ruggeri lograría hallar en su arcón de verdades la que coincidiera con ese ígneo intríngulis. Ni Stamateas, Pilar Sordo y toda la autoayuda saben, y Sarlo se jubiló. Ni la brujería ha podido dar con el núcleo de esa encrucijada. Ni los ácidos de la revista Barcelona. Tantos y tantas que, apenas levantan la cabeza medio centímetro del barro, salen a ‘cazar negros’ con una fruición de chalados. Que cuando les va bien se autoconvencen de que es fruto del mérito propio, y cuando les va mal, es culpa del peronismo, ni siquiera del gobierno de turno, como vemos hoy. (Si el peronismo es una pasión, y ‘los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles’, el antiperonismo es una recontra pasión argentina cuyo efecto es y será el contrario al buscado, ya que hay una sola cosa que está garantizado que sus encarnizados cultores conseguirán: que el variopinto movimiento fundado por Eva y Perón jamás desaparezca. Después, igual que las hormigas y los roedores, nunca faltan es@s que se ponen preciosistas a la hora de votar, que sólo ese santo día se calzan un traje que les queda mal, pero eso es harina para otra columna.) Una penosa tradición más, que, por falta de tiempo o convicción para educar, ni el kirchnerismo pudo romper. Un tablero inconmovible. Hombres y mujeres que no han matado a nadie, buenos padres y madres de familia, vecinos preocupados por lo que ocurre en su cuadra o edificio, que participan en alguna institución, son sensibles con los perros, los domingos comen pastas o asado, no son tan derechos ni tan humanos pero tampoco torcidos, embocan cuatro en los rigurosos programas de preguntas y respuestas y creen que saben, y jamás olvidan la escarapela en los días patrios. Que, llevados de las narices por la massmedia, estos días ansían que retorne la ‘colimba’, así los vagos aprenden valores y disciplina y, sobre todo, a someterse al ‘orden natural’, contra el que nada puede hacerse, si incluso vivimos para encajar en él. 

Días atrás, el humorista Tute lo resumió en cinco palabras, en otra de sus magistrales viñetas. En el cuadro que circula por las redes sociales, se ve a un pueblo levantando un cartel que reza: “Estamos en contra de nosotros”. Vuelvo a apelar a Charly para cerrar estas líneas: Say No More, no digas más.

 

Chino Castro

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