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jueves, 28 de marzo de 2024
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San Carlos de Bolívar

Noventa años construyendo

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La sala es amplia y las paredes están cubiertas por bibliotecas repletas de libros. Algunas fotos de familia y un aroma a chocolate que llega desde el fondo. Busco parecidos entre las personas que veo en esas imágenes, conozco a todos, sólo ha pasado el tiempo desde que se tomaron y, como todo, también las personas cambiaron.

Unos pasos se acercan y la inconfundible voz de Olga me llama por mi nombre. En su mano derecha un mate recién cebado, junto a su saludo y su sonrisa llega también el olor a chocolate.

La escena que describo pasó cientos de veces, en distintos momentos del día, en distintos momentos de la vida. Alguna vez el mate era reemplazado por un plato con sándwiches de queso porque si había algo que no podíamos hacer era saltear comidas.

El fondo, ese sector vedado al público es la cocina, de allí proviene el olor a chocolate, a carne horneada, a hogar. La cocina de Olga salió de un cuento del genial Gabriel García Márquez, hay aromas, definidos y mezclados, frutas, verduras, condimentos que crean una atmósfera de cuentos.

La mujer que se da el gusto de cocinar es una muy especial. Lo es por muchas cosas y también porque hoy cumple años, han pasado noventa años desde que llegó al mundo en Lobos esa niña inquieta de prodigiosa memoria que ha atesorado los recuerdos más lindos y los ha contado en un libro: “La sillita del abuelo Luis y otros relatos”, en el que entre ficción y juego de letras enamora con la ternura de las cosas simples y profundamente importantes. La familia, los amigos, los afectos, los vínculos nacidos en la infancia tranquila y llena de sueños.

Olga Robel Morena vino a vivir a Bolívar siendo ya una adolescente, aquí se recibió de maestra y ejerció en las escuelas rurales hasta que optó por dejar su vocación para ocuparse personalmente de la crianza de sus hijos.

Sencilla de maneras pero de presencia elegante, bella de rostro y dueña de una gran personalidad se ocupaba de cimentar sostenes en todos los órdenes. Ella hace su riquísima crema de chocolate y está atenta  a las noticias, al calendario de fechas importantes, a responder al requerimiento que eventualmente se le hace por motivos diversos. Es una constructora, silenciosa, de bajo perfil que acompañó en el cimentar a su esposo el doctor Oscar Casimiro Cabreros, abogado, director de La Mañana donde escribía con asiduidad, miembro de numerosas comisiones de las más diversas instituciones de este Bolívar, su “terruño” como gustaba llamarlo. Ese hombre lleno de inquietudes podía estar en tantos lugares a la vez porque a su lado estaba una columna enorme que no sólo sostenía sino también creaba.

Se ocupó de la educación de sus tres hijos, Mariela, Víctor y Juliana, y la devoción por los nietos mostró su lado más amoroso. Algunos hemos tenido el enorme privilegio de tenerla cerca, lo que implicó saber de su afecto, su cuidado, su preocupación sincera y ni de casualidad nos eximió de la corrección, el reto, el llamado de atención cuando algo ameritaba, porque también así construyó y porque de algún modo todos los fuimos, hemos sido o somos parte de La Mañana, estamos en su jurisdicción de madre que construye.

Un llamado de Olga a la vieja Redacción de La Mañana podía ser por tres motivos: recordar una fecha o una persona, haber hecho algo muy bien o muy mal. Pero hay algo que siempre me llamó la atención, su particular forma de estar en todo.

Que Olga celebre hoy sus noventa años es un hecho por demás feliz por obvias razones, muchos años bien llevados, pero también porque en ella puede resumirse el valor de la mujer inteligente, culta, luchadora, fuerte, esa misma que eligió entre la profesión y la crianza de los hijos, pero no dejó jamás de tener inquietudes literarias, curiosidad por aprender y vocación de enseñar.

De las manos de Olga han nacido caricias, amor, pancitos, relatos, el aporte contra reloj a los que trabajábamos en el cierre y no sabíamos algo, entonces ella, la columna enorme estaba ahí también para ayudarnos, como otras veces estuvo para abrazar a los suyos y a algunos que nos agregamos a su lista sin permiso pero que hemos tenido en ella un referente y sobre todo una mujer que comprendía, ayudaba, sostenía, esa que sabía lo que dolía, cómo , cuánto, y por eso tenía la palabra de aliento siempre a mano,  un abrazo para levantarte de cualquier lugar y sostener, porque eso es lo que ha hecho con maestría durante todos estos años.

Felices noventa años Olga! Feliz día este de hoy y los que estén por venir. Celebramos tu cumpleaños y tu vida, agradecidos de tu paso por las nuestras. Que el mundo tenga muchas Olgas que construyen y sostienen como vos. Queremos más cuentos, más postres de chocolate y muchos, muchos abrazos que te devolveremos con alegría.

Alejandra Córdoba

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