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jueves, 18 de abril de 2024
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No tengo miedo al invierno con tu recuerdo lleno de voz

Baglietto-Vitale-Baglietto conquistaron el Coliseo.

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Dicen que el tango te espera, y es un tango (no existía el trap) el ‘envase’ que alguien empleó hace cincuenta mil para formular una aguda reflexión filosófica, que a algunos calma y a otros desespera: veinte años no son nada, se pasan sin que te des cuenta. Dos décadas, justo la mitad del período que los bolivarenses debimos aguardar por Juan Carlos Baglietto, quien tras su vibrante presentación junto a la trova rosarina en Empleados en 1982 (¿o fue ’83?), el domingo brilló en el Coliseo junto a Lito Vitale y su hijo Julián Baglietto. Cuarenta años de sed bien saciada.

Sin Jano Vitale en bajo por motivos que no fueron explicados, y bajo organización de la productora Cable a Tierra, de Dani López, Baglietto-Vitale-Baglietto desembarcaron en el teatro más grande de la ciudad con un mix con eje en la música ciudadana, pero que hizo lugar a un par de perlas de ese género en sí mismo que es la canción rosarina, a un rock de impronta beatle y hasta a un bolero cantado ajustada y cálidamente por Julián, mientras su padre percutía la batería con delicadeza y emoción, como quedó demostrado en el tierno abrazo que le obsequió cuando cada cual regresaba a su puesto en la ‘trinchera sensible’ que todo escenario es.

El ataque rosarino se desplegó de entrada, con Dios y el diablo en el taller; Príncipe del manicomio y esa pieza siempre urgente, como una bandera de fuego portada por un pueblo, que es DLG, de un Fito Páez del que rato también harían, como primer bis, Las cosas tienen movimiento.

El teatro lució abarrotado; ya sesenta minutos antes del concierto, la hora señalada para dar sala, más de un centenar de personas hacía la cola para ingresar, en una atmósfera de alegría que parecía prolongar el sentimiento que provocó el angustioso triunfo de la Selección en el Mundial. Una señal contundente del interés que había no sólo en Bolívar sino en la región, porque hubo gente de varias ciudades de alrededor y un poco más lejos también.  

Qué decir de la performance del dúo, ahora convertido en trío, que no suene a lugar común: pues allá voy con obviedades tales como que a la voz de Baglietto, una de las mejores de la música argentina libra por libra como dirían en el boxeo, no le pasan los años ni le baja el caudal, y que Vitale es un enorme instrumentista y arreglador. Y al andamiaje que supieron construir en tres décadas (precisamente la gira que los trajo a la ciudad es celebratoria de sus treinta años de hermandad musical) se ha incorporado con prestancia Julián Baglietto en batería y a veces voz, como pudimos disfrutar el domingo.

Par mil, de Divididos (quizá la sorpresa de la noche), y Qué he sacado con quererte, de Violeta Parra, florecieron luego casi al modo ‘soy mi propia rockola’, pero el picoteo de temas y estilos es tal vez el núcleo del plan, así que todes contentes. Tanto más, cuando no venían a presentar un disco.

Naranjo en flor (lo primero que grabaron como dupla), La última curda y Nada conformaron el siguiente bloque, con el baterista fuera de la escena. Tres tangos clásicos que interpretan hace añares y que les quedan como gol a Messi (¡Baglietto, sos Messi!, le gritó alguien, a lo que el eximio cantante respondió con una sonrisa… y algunos goles cantados). Un género que han contribuido a vincular con las nuevas generaciones gracias a ropajes musicales más modernos según las estéticas sonoras, o acaso mejor dicho sónicas, en boga, reflexionó Baglietto.

Otro sello del cantante (este sí que es el cantante, y que no se ofenda nadie), que se mantiene fresco a pesar de tratarse de obras que interpreta hace mucho, es su poder de transmisión: aunque cantó sentado casi todo el concierto, en ocasiones con la guitarra y en otras con percusión, se las arregló con naturalidad para tocar el alma del público sin ramalazos de histrionismo que, claro, hasta estropearían su performance. Sí, el alma, esa piedra que en algún lugar todes tenemos, como diría Spinetta, el domingo fue regada con una llovizna dulce de esas que impregnan en serio.

En una suerte de medley, Vitale voló con su poderoso teclado de dos pisos para ofrecer una suya que no podía faltar: Ese amigo del alma, homónimo y cortina de un viejo micro musical de Canal 13 durante las noches de algunos años de mediados de los noventa, acaso el germen del actual Anfitrión, que el hiperkinético multiinstrumentista conduce para la tele pública.

Sin que lo supiéramos el concierto promediaba, pero aún quedaban algunas estaciones. Una fue la mencionada incursión como vocalista de Julián Baglietto, algo también quizá inesperado. Luces bajas y minimalismo para el bolerón Contigo en la distancia, de César Portillo, un manjar que se degusta de a poco. Otra estuvo constituida por un segmentito de folclore argentino a través de la sensible y melancólica Tonada del viejo amor, de Falú-Dávalos, y la demoledora Piedra y camino, uno de los grandes clásicos de Baglietto-Vitale y también del autor de folclore criollo por antonomasia, eso que siempre será Atahualpa Yupanqui, en palabras del rosarino. Y se aguardaba lo que sucedió: el cantante se lanzó a su elemento con el pecho abierto, metiéndose en la canción más que cantándola, y así puso a la platea a levitar, todes con la piel erizada, los ojitos húmedos y el puño de la victoria vibrando en el corazón. Una cuchillada del amor, diría su coterráneo Páez.

El fuego encendido era el marco óptimo para descargar el golpe más certero de la noche, porque siempre será una gloria escuchar a Baglietto (y si no es con la trova en pleno que sea con Lito y todo más que bien) recrear El témpano, la supergema de Adrián Abonizio, otro coterráneo suyo, y a esta altura el buque insignia del desembarco en Baires para conquistar el país de los rosarinos sagrados que se nos quedaron a vivir.

Poco después se marchaban agradeciendo, pero el público estaba en llamas y exigía más, entonces regresaron para una exquisita versión de Las cosas tienen movimiento, otra de Fito, y, como quedaba sed, reabrieron el cofre para una última piedrita: Grisel, oro tangazo que les queda bonito y que introdujo una nota de calma, porque había que empezar a marcharse y ya demasiado calor hacía fuera de esa burbuja que fue el teatro durante una hora veinte, el tiempo empleado para un recital conciso pero pulenta.

El sonido y la iluminación, todito impecable, fueron provistos por la empresa del propio Baglietto (los artistas llegaron a casa con un staff de casi quince personas).

Así, Cable a Tierra Producciones cerró un año inolvidable, uno que recordaremos siempre, porque encima florecerá ya que el emprendimiento de López promete exquisiteces para el que ya llega, y más vale ir poniendo la mesa.

Chino Castro

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