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martes, 21 de mayo de 2024
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No siempre quien espera, desespera

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Leí el artículo Seamos realistas, no pidamos lo imposible, de Chino Castro, y me quedé pensando.

Hoy la Pandemia y su respuesta, el aislamiento social preventivo obligatorio, con sus fases y dinámica, nos conmina a esperar. Situación que no se lleva bien con el mandato de la época de gozar sin aplazamiento. Desde esa lógica, no hay lugar para la espera. La pregunta que nos moviliza es qué se obtura si no hay lugar para la espera. Justamente, se detiene la posibilidad para el placer, para la creatividad. Por eso, abarrotados de objetos de consumo, la experiencia subjetiva que vivenciamos es la del sentimiento de vacío. Sólo que se pone en marcha, una y otra vez, la promesa del consumismo, y así andamos, esclavizados para poder comprar cosas una y otra vez.

En el citado artículo su autor dice que la lección que nos deja esta Pandemia es la de la importancia de la paciencia, porque la suspensión que implica de nuestra más íntima realidad que es nuestra habitual vida cotidiana, no nos deja mucha opción más que la de esperar.

Pero hay diversas formas de esperar. Hay quien mientras espera, desespera. Habrá quien mientras espera, crea, habilita la posibilidad de hacer con lo que hay lo posible, y así valora estar vivo. Lo difícil es que estar vivo implica mucho más que lo que se entiende en términos biológicos, y, es algo que parece olvidado en los discursos que ofrecen sentido al atravesamiento de esta difícil situación. Justamente, se priorizan las “necesidades” para habilitar opciones de convivencia inevitable con el virus, que tienen que ver con lo utilitario, con la productividad, y poco se piensa en las experiencias culturales.

Decía Winnicott:

Vivir creativamente es una experiencia universal, e incluso un esquizofrénico encerrado en sí mismo y confinado al lecho puede estar viviendo creativamente en una actividad mental secreta, como recordando una canción, y por la tanto en cierto sentido puede ser feliz. Desdichado es el que, durante una fase, advierte que le falta algo que es esencial al ser humano, mucho más importante que la comida o la supervivencia física.

Por supuesto que la ausencia de enfermedad, comer, tener abrigo y un lugar material donde resguardarse, son cuestiones prioritarias a atender. Pero no son lo único prioritario, ni lo único a atender. Además, no podemos olvidar las diferencias de realidades socioeconómicas, educativas y culturares que son notoriamente visibles, y que crudamente nos interpelan para que ya no podamos dejar de ver el mundo desastroso en el que vivimos. Es irritante el grado de hipocresía que se halla en los discursos de cuidado para la población general, y en el “nos cuidamos entre todos”, cuando no hay un claro registro de cuánto hace que no nos cuidamos entre todos, y por eso, hay personas que no tienen agua y no pueden juntar agua porque padecen dengue, por ejemplo. Aunque hay miles. Claro que no hay acción individual que no se entrame en un nosotros, y a eso hoy más que nunca debemos resaltarlo, por lo que por supuesto que se trata de cuidarnos entre todos. Pero registrar otros niveles de descuido histórico, quizá propicie otra toma de conciencia, y ese discurso alcance el registro de realidad. Si no, estaremos en la misma, y seguiremos creyendo que “a mí no me va a pasar”.  Y por supuesto que me incluyo. Todos somos engañados por las sirenas de Ulises que resuenan una y otra vez en nuestros pensamientos, pero son nuestros, no de Ulises.

Tenemos que esperar, resolver nuestros egoísmos, desengañarnos de las promesas del consumismo y el progreso indefinido para alcanzar la felicidad infinita. Aprovechemos la espera, que nos lleva a encontrarnos a solas, no en soledad, pero a solas con nuestras propias decisiones, con nuestro sentir, con una pausa que quizá sea la oportunidad para la creatividad, para la invención del propio vivir. Que lo que nos angustia se convierta en preguntas. Que esas preguntas nos involucren. Reemplacemos los juicios por preguntas. Y así, a partir de buenas conversaciones sigamos buscando un sentido que construya un buenvivir.

Colaboración: licenciada Cecilia Luna, psicóloga.

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