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No pidamos peras al Albert

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No tiene asidero desilusionarse con este gobierno si se lo votó por izquierda, ya que se partió de la desilusión de que Cristina no podía ser candidata en pos de buscar a alguien más proclive al consenso y cerrar la grieta, que cuando la mentada correlación de fuerzas da en contra de los sectores populares, esto es casi toda la vida, tarde o temprano implica algo parecido a agacharse. El Frente de Todos nació de una concesión, implícita en un eslogan óptimo para ganar una elección pero acaso lábil para gobernar, que en última instancia siempre compele a imponer. Es CFK descafeinada, si esto no es un oxímoron. Durante un período sus propios publicistas hasta desalentaron, como estrategia electoral, usar el vocablo kirchnerismo. Bastante atrás en nuestra historia se prohibió pronunciar la palabra Perón, sólo que la proscribieron los otros, los malos, y a sus adversarios, no a los propios.

Admitir que Cristina no podía ser presidenta fue conceder la conformación de un frente que, por heterogéneo, limara ese filo que al kirchnerismo le dio su esencia para marcar la diferencia en la política argentina de la restauración democrática. Hablo del fondo, lo que en verdad siempre irritó o encantó del kirchnerismo, ya que las transformaciones políticas rarísima vez vienen envueltas en atildado packaging para los bazares de la derecha, y sí suele ocurrir que la táctica se devora a la estrategia y el afán por el consenso termina siendo el fin, otro fósforo que se apaga en las famélicas manos de los pueblos. Renunciar a Cris presidenta fue tragarse el primer sapo, mucho antes de un desatado batracio Berni cada vez más difícil de digerir: había que correrse al centro para que no continuara Macri, que indirectamente ganó con la solapada derechización de su contendiente. El pueblo estaba peor que nunca pero guay con mostrarse muy zurdes. Que en 2023 la elección sea entre Larreta y Massa sería una muestra cabal de que nos corrieron el eje y nos asesinaron un sueño.

Por eso no cabe desilusionarse con un gobierno que no se decide a enviar el proyecto de cobrar un uno por ciento por única vez a las más pornográficas fortunas del país, impuestito que iba a destinarse a paliar los costos de una pandemia que parece que por fin va a extinguirse, con la llegada de la vacuna rusa que los exquisitos del ‘sálvese quien pueda’ y el terraplanismo mental se negarán a colocarse so pretexto (tal vez subrepticio) de no ser inoculados con comusovietcubamapuchismo, una combineta de espeluznantes cepas de origen venezolano cien mil veces más letales que la mismísima covid. (Con la cepa peroncha k no hay chucho: jamás les penetrará.) Nadie debería arriar los cometas de su ideal ahora que Axel Kicillof, aún el wing izquierdo del Frente de Todos, decidió desalojar Guernica para honrar las instituciones. Justamente el problema son las instituciones y la justicia clasista, pero pedirle a este gobierno que desmonte ese atávico ‘dibujo’ quizá sea un error de quien lo pide, una desmesura.

La realpolitik triunfó en Guernica, y si triunfa la realpolitik pierde la política entendida como el instrumento mejor para revindicar los pisoteados derechos de los pobres. La realpolitik ganó también con el voto argentino sobre el ‘caso Venezuela’. Si ella vence, la economía pone de rodillas a la política, y cuando eso sucede los perdedores del capitalismo son otra vez goleados y nada se revierte, todo se condensa. La realpolitik, que tiene una k pero es poco k, por más pragmáticos que hayan sido Néstor y Cristina. ¿Mandar a bajar los cuadros de los genocidas, reabrir los procesos de juicios a los carniceros del ’76, cimentar la Patria Grande, otorgarles a las amas de casa el beneficio de la jubilación sin tener aportes, por citar al voleo unas pocas medidas del primer kirchnerismo, fueron realpolitik? ¿Sepultar el ALCA al grito de ¡ALCA ALCA, al carajo! en la propia jeta de Bush fue realpolitik? Para no mencionar batallas que se perdieron en lo práctico pero se ganaron en lo simbólico/poético y por eso algún día emergerán, como la denominada ley de Medios, que era y ¿sigue siendo? la madre de todas las batallas. Otra que Vicentín.

El kirchnerismo enamoró porque reventó tableros que parecían de granito y fundó cielos para angelitos negros. Marcó golazos que nadie esperaba, fue heterodoxo y se convirtió en leyenda mientras seguía gobernando. Rescató de su sub vida a millones de personas arrojadas fuera del mapa, les enseñó a ser dignas y que su vejada existencia también cabía bajo el sol, les llenó el pecho del orgullo de por fin ser, les sembró estrellas rojas en la frente, al tiempo que desnudaba a los poderosos, los jodidos y los tibios, dejándolos en bolas para siempre. Y fueron doce años, no el agrio veranito cambiemita.

Jugó mejor rodeado que ahora el ‘Capitán Beto’, dato que tampoco debe omitirse en tanto que central, pesado: Néstor primero y Cristina después, más Lula, Chávez, Correa y Evo, hasta se ubicaron a la izquierda de sus pueblos para hilvanar juntes fútbol y poesía y usufructuar una grave distracción de una derecha que quizá ya no vuelva a distraerse. Estados Unidos, el gran Gendarme y conductor de la derecha mundial, estaba ocupado en asuntos que acontecían muy lejos de su ‘patio de atrás’, sembrando muerte para saquear recursos naturales en ‘Miedo’ Oriente, no les vio venir y cuando reaccionó tenía que sacar del medio y echar mano del repugnante recurso de inventar a Trump. El ‘local’ y dueño de la pelota perdió unos partidos, sin embargo el campeonato continuó…

Amén de que, salvo alguna excepción que confirma la negra regla, la derecha sí puede ir a fondo, pero la izquierda (así sea la izquierda de la derecha) debe avanzar muy de a poquito, como queriendo disimular, en puntitas de pie. Hoy las condiciones no están dadas para el advenimiento de un Sandino, porque si lo estuvieran la presidenta sería Cristina y Alberto su jefe de Gabinete. Por qué ni siquiera hoy, cuando América Latina (y el mundo) arde no están dadas esas condiciones, cuándo si ni siquiera hoy, sigue siendo un bravo tópico para la sociología y la harto demorada autocrítica de una izquierda que, al menos en Argentina y a través de su mayoría intensa, parece continuar más empeñada en odiar al peronismo y rumiar que le robó sus banderas para mancharlas con mentiras, que en pergeñar un proyecto que enamore y no se asemeje a un cuento pletórico en preciosismos impracticables. Por qué los pueblos pauperizados acostumbran refugiarse en liderazgos fachomesiánicos, es otro áspero asuntito conexo. Qué es la democracia hoy, otro, por si faltaran.

 

Un mal día el sueño terminó, y enseguida resurgió pero recortado, posibilista, más dócil, custodiado y gerenciado por un frente variado que no debería caer en lo variopinto, del que el kirchnerismo es la locomotora pero rebosa de vagones. (Incluso volvió empandemiado, algo que no esperaba nadie.) Se asumió que era imprescindible para echar a ‘Macrisis’ poner al timón a un kirchnerista que no pareciera muy kirchnerista, entonces ahora no cabría exigirle a Alberto, un hombre idóneo, decente, rodeado por funcionaries que en general funcionan y que además no llevan ni un año de empandemiada gestión, entre ellos la mismísima CFK, que encarne la quintaesencia de la Cristina más rebelde y el Néstor más heterodoxo, ni desilusionarse si se comprueba que no lo hará, quién sabe porque no le sale antes que porque no puede.

Convengamos, para cerrar, que en la poco afinada y ya en plena formación orquesta de la desilusión, deberíamos separar paja de trigo, dado que sólo tendrían el derecho ganado a desencantarse aquellos que militaron al FdT con el alma, no quienes lo apoyaron tapándose la nariz y, cual idealistas de cotillón, bien tempranito se arrancan la camisa gritando su decepción con un sueño que no soñaron.

Chino Castro

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