17 de mayo de 2021
Noam Chomsky, que no aparece en las mesas del periodismo independiente, opina que "este mundo tiene tiempo de descuento si no se soluciona la desigualdad". Agregaría que la humanidad, no el planeta ni menos el universo, se condena a la extinción sin gloria si no ejerce la memoria. De otro modo no se solucionará la desigualdad. La memoria es justicia en acción. Ya nos enseñó el poeta Juan Gelman que lo contrario del olvido es justamente la justicia. Y a la densa lista histórica hay que incorporar y ya a lxs que, entre otros caramelitos, abominaron de las vacunas, militaron que el covid era una tonta gripe, un nuevo invento del kirchnerismo para sojuzgarnos y, ante las primeras evidencias, que se murieran los que se tuvieran que morir, total eran otros y lejanos, en general viejos, pobres y perdedores. A los que pretendieron instalar la berretada de la ‘infectadura’, algunos de los cuales se vacunaron primero. A aquellos y aquellas que ¡por primera vez en su vida! se llenaron la boca hablando de la libertad, mirá qué momento eligieron para pretender ensuciar a la Señora. Produjeron este escenario de sociedad en estado terminal. Algunes fueron golpeadxs por la vida y hoy enarbolan la bandera del ‘cuidáte cuidáme’ (¿¿alica alicate??), y con alfombra roja deben ser recibidos por quienes portan ese estandarte desde hace año largo, porque si aún es que vamos a emerger de esta ciénaga, será juntos. Aunque jamás se hagan cargo de que acaso sea tarde, ya que cuando se trata de pérdidas siempre serán socialistas. Se nos alertó hasta el hartazgo, vimos al Globo pincharse, pero parece que las cosas no existen hasta que les pegan en el palo de su egoísmo, y ni así asumen que fueron la nafta de la voraz turbina de este acabóse. Borges decía que la lluvia es algo que siempre ocurre en el pasado, y para millones de argentinos, la culpa es un tumor que siempre crece en otros cuerpos.
Incorporemos al ‘cacao’ un curioso nuevo egoísmo, como si le faltara condimento: el de vacunados que, a resguardo de un ‘coronazo’ grave ni reparan en el otro, cobijados del frío y la peste en la mansión de su ombligo.
Ejercitar la memoria con quienes con su desaprensión convocaron a la segunda ola y ya claman por la tercera, si todavía quedara gente que masticar, es nuestra deuda con quienes se fueron. No es hora de ‘salir a degollar brujas’, pero cuando la marea baje deberemos afrontar ese pendiente. Sólo así podrán descansar en paz y sólo entonces tendremos mañana, porque la historia no se repite: se empantana.
Lo agrio del asunto es que capitalismo y memoria se llevan como Macri y dignidad: para que él triunfe, ella debe permanecer de rodillas. Si los pueblos se pusieran a hacer justicia con los que los saquean, grandes, medianos y piojos y en el ámbito y la materia que quieras, acabarían con ellos y, lo que en verdad importa, con esos siniestros paradigmas de los que a veces ni leña son. La economía quedaría descuajeringada y dejaría de regir la vida en la aldea global, como antes de que el progreso viniera a arruinarlo todo. La economía, la gran dictadora de la sociedad contemporánea, la máxima enemiga de la solidaridad, la religión de la desintegración. Porque los que ahora crujen son los pobres, no la economía, ¿o sabés de algún rascacielos que cerró alguna ventana? Eso sí que sería una refundación, una revolución. Verbos, no sustantivos, que vuelven a adquirir musculatura, hoy que todo está apagándose y hasta la vacuna parece un estornudo de impotencia en un vendaval de muerte e infierno en cuotas.
En este desmemoriado páramo de materialismo en el que discurre la civilización, la lucha contra la corrupción ha usurpado el lugar que le pertenece a la pelea contra la injusticia. En esa lucha no hay poesía, ya que convalida el orden vigente, y sin poesía podrá cambiarse el auto, pero el mundo no.
Y ya que llegamos hasta here: ¿quién nos asegura que el fin del mundo no haya comenzado con la pandemia? ¿Por qué va a terminar con una gran explosión, como en las películas? Las evidencias nos golean, la vida nos muestra con crudeza lo insignificantes que somos, pero guay con renunciar al ‘ombligo’, el último refugio del sentido de la existencia del hombre moderno, formateado para producir, consumir y acumular sin nunca detenerse a pensar por qué (no hablemos ya de para quién), sin nunca detenerse salvo cuando es expulsado por el propio orden que alimenta, y más que parar, se estrella. (Ahora es peor, porque se desnucó la Humanidad, y estamos todes enfermos, también lxs aún libres de la dentellada del pac-man.) ¿Por qué todavía hoy, y así de rotos, asimilamos humanidad a mundo? El planeta podría tranquilamente seguir sin nosotres, y quizá mejor, aunque no habría quien lo relatara.
Son días como pétalos mustios de una noche larga. Días como flechas, diría Marechal, lanzadas lentamente hacia el abismo por la mano sádica de un titiritero que se nos caga de risa. Somos muñequitos tambaleando en la hermosa calesita que chocamos. Semanas y meses de alas plegadas, como plegaba las suyas en la canción de Spinetta aquél ángel atrapado en Bosnia. El grado de descomposición es tal, que sólo nos faltaría desatar una puja fratricida. Nos duele el ánimo, esa especie de bruma que no está en ninguna parte y está en todas, esa electricidad que nos diferencia de los muertos que se nos vienen encima, que nos imploran con esa mano desesperada que nos tironea la fe, nos comen la conciencia mendigándonos una explicación. (Hoy, los vivos no podemos a los muertos sostenerles la mirada.) Una trastornada parva de adioses que podríamos haber evitado. Pero habrá que aguantar, cejijuntos y enojados, aturdidos, asustados y ya hartos, con la alegría atorada de mariposas marchitas, hipersensibles y aún vivos, con el cuore a la intemperie y viento en contra. Ya no se trata de algo personal: hay que hacerle el aguante a la especie, bancar la Vida, incluidos lxs peores, como si hubiésemos vivido todos estos años para este instante. Un desafío inesperado, incomparable, con el peso de la historia aflojándonos las rodillas, y lxs que no están doliéndonos de vergüenza en cada gesto.
Chino Castro
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SANIDAD
Incluye la inoculación contra brucelosis bovina a terneras de 3 a 8 meses y contra el carbunclo en animales mayores a 8 meses.