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domingo, 12 de mayo de 2024
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Montoya Carlotto nos compartió las canciones para los días de su vida

El pianista, por primera vez en la ciudad al frente de su Septeto.

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Canciones de sus dos discos con el Septeto, un par de anticipos del tercero y hasta una larga obra instrumental, Dios no escribe líneas rectas cuando no hay forma de decir lo mismo, que empezó a tramar en 2001 y recién terminó ahora, conformaron el menú ofrecido por Ignacio Montoya Carlotto y su banda el sábado en El Taller.

Ante poco público en una noche glacial (otra vez, otra más) en la ciudad, el pianista y compositor olavarriense brindó un sólido concierto, sustentado en la calidad de los instrumentistas que dan forma a un ensamble que navega con pericia esas indeterminadas aguas entre el jazz, el folclore y la canción rioplatense, un rico e irregular mar en el que hay que saber nadar para no perderse, o hay que saber perderse -no es lo mismo-, una aventura que siempre implica conocer el camino de regreso a la costa. Música argentina, esa sería la etiqueta (o world music, a la hora de salir al mundo) para una propuesta que, si es por buscarle un link, podríamos emparentar con los ‘platos’ del pianista entrerriano pero rosarino por adopción artística Carlos ‘Negro’ Aguirre, un renovador de nuestro acervo folclórico.

Rayito de luz, basada en un poema del uruguayo Romildo Risso al que supo ponerle música Atahualpa Yupanqui, fue el tema de apertura del que sería un sobrio concierto, en el que Montoya Carlotto habló lo justo y necesario y sólo de música, para presentar el repertorio con alguna pincelada sobre la construcción de las canciones referida al ámbito cotidiano de un hombre que, pese a la repentina y irrefrenable celebridad que le cambió la existencia hace casi diez años, ha decidido contra viento y marea defender un cierto minimalismo y una concepción de vida en la que el núcleo es seguir haciendo lo que ha hecho desde que resolvió dedicarse a la música, manteniendo incluso sus rutinas geográficas.

A continuación, Vámonos a casa, del primer disco del Septeto (o Se7teto, como lo escriben en sus portadas y como se titula la placa de 2015), del que también recrearían Cortinas de agua, un tema típico de la obra de Ignacio con esta formación, ya que habla del paisaje cotidiano de una región bonaerense, la nuestra, en la que no tenemos mar ni formaciones montañosas y entonces nuestro gran tesoro es el atardecer, como diría el artista para introducir otra canción, con ese sol que cae de golpe y en un pestañear la noche se come de un bocado a la tarde, siempre tan trémula en ese final. Sutilmente, sus piezas también refieren a su singular trayectoria de vida desde 2014, algo inevitable ya que se compone, y se escribe, desde sí. A buen entendedor pocas palabras parece el lema, ya que el músico prefiere que su arte hable por él, y que sea el oyente quien complete en su cabeza su propia película. La melancolía vendría a ser el sentimiento predominante en el cancionero que presentó IMC, más un sabor o un color que un subrayado, como un halo que perfuma la música.

Integran el ensamble Ignacio, en piano; Inés Maddío, en voz; Ingrid Feniger, en clarinete bajo y saxo alto; Luz Romero, en flauta; Valentín Reiners, en guitarra eléctrica y clásica; Nicolás Hailand, en contrabajo, y Samuel Carabajal, en batería, cada cual por su andarivel pero ‘jugando’ para el equipo y tejiendo en función de lo que hay que tocar, que siempre es lo principal. Reiners y Feniger, en ocasiones recortándose para dar con sus solos unas pinceladas de fuego al andamiaje, por caso durante la obra instrumental que se cita arriba, aún inédita. El guitarrista también brilló en la última canción de la noche, Serenata de la noche al día, una de las páginas de Inocencia repetida (2020), segundo opus del Se7teto, del que también ofrecieron Malos augurios, Mil preguntas y Colpas de luna quieta.

Agosto, también de Inocencia repetida, constituyó el momento más emotivo de la noche. El compositor contó que nació en ese mes de 2014, cuando descubrió su identidad como Montoya Carlotto (hasta entonces era Ignacio Hurban, el apellido de la familia que lo crió, a la que jamás llamará apropiadora). El tema está impregnado de esa turbulencia, y de algún modo le sirvió para seguir de pie y re-conocerse en medio de un escenario personal que cambiaría para siempre, atravesando agudos vendavales nunca del todo domesticados. Dijo que todos los agostos son especiales desde entonces, y diferentes entre sí, y que a esta canción debía ponerle la voz él, ya que vio que contar algo tan íntimo y constituyente requería de la primera persona. ‘Los árboles renacerán, en este patio vacío. /Con un pañuelo y nada más, como si fuera un vestido. /Girando al sol, un jueves más conmigo. /La libertad, en mayo no es lo mismo’, dice la letra. Y que ‘Los árboles renacerán, por algún martes prohibido, /resucitando sin piedad, todo el dolor que has vivido’.

El otro anticipo fue Postales de nuevo infierno, que seguramente verá la luz en el tercer disco de la banda, aún en etapa de elaboración.

El final final llegó con Después, el único bis, una composición referida al inaprensible oficio de ser padre, que ha transformado a Ignacio tanto o más que el encuentro con su insigne abuela Estela.

Organizó Cable a tierra producciones, que tiene entre manos -y entre algodones, para que no se hagan añicos- lindos planes para el último cuatrimestre del año, sobre los que hablaremos en otra ocasión. Una vez más, el sonido lució impecable, provisto por MB, de Hernán Moura y Lorenzo Blandamuro.

Chino Castro

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