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Medina, el hombre de los camellos que revolucionó la Bristol en 1913

Por Fernando Delaiti, de la Agencia DIB.

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La llegada del ferrocarril a Mar del Plata hacia 1886 hizo que la ciudad, como tantas otras de la provincia de Buenos Aires, tuviera un impulso grandioso para dar sus primeros pasos camino a ser un centro urbano moderno. El tren ayudó a movilizar a una población que elegía la localidad para trabajar y habitar todo el año, pero también hacia principios del siglo XX se transformó en un balneario de élite. Las familias adineradas vacacionaban allí desde noviembre hasta Semana Santa.

Mar del Plata comenzó siendo una villa balnearia por iniciativa de la clase alta porteña, y eso se reflejó en la inauguración del hotel Bristol, en 1880. Paralelamente a la aparición de hoteles sobre la costa, se construían los chalets y mansiones de la élite veraneante, que fueron poblando la loma recostada sobre el mar entre la Playa Bristol y el Torreón del Monje. Cuando la Belle Époque europea llegaba a su fin, Mar del Plata todavía era un punto de encuentro reservado para una clase pudiente.

A fines de 1911 comenzaron las obras para dotar a Mar del Plata de una rambla de mampostería. Casi dos años después estaba lista. El 19 de enero de 1913, cuando se inauguró la “afrancesada” Rambla Bristol, se decía que Mar de Plata era “la Biarritz Argentina”. Y para no defraudar a nadie, aquel domingo buscó ser una fiesta distinta, única, acorde a lo que se quería mostrar. Por eso no faltaron el gobernador de la provincia de Buenos Aires, don Ezequiel de la Serna, elegantes carruajes, los primeros automóviles en serie y hasta una docena de dromedarios o camellos de una sola joroba, traídos desde las Islas Canarias.

Más allá de lo festivo, la inauguración tuvo su costado luctuoso. Pero como el hecho fue a kilómetros de allí, el balneario que estaba en plena ebullición de gente no se enteró. El Aero Club Argentino había organizado un “raid” aéreo para homenajear el acto marplatense con la salida desde El Palomar de aviones que surcarían los cielos costeros. Sin embargo, por mal tiempo, uno de los biplanos “Blériot” se precipitó a tierra por San Vicente y murió su piloto, Manuel Félix Origone, quien se convirtió en la primera víctima fatal de la aeronavegación argentina.

Qué fantástica la fiesta

A casi 400 km de esa tragedia, la fiesta seguía y los dromedarios hacían de la suya y hasta corrieron una carrera en la arena. ¿Pero a quién se le había ocurrido semejante extravagancia? Al inmigrante español Francisco “Paco” Medina, que había llegado a la ciudad unos meses antes en busca de un mejor destino para parte de su familia que había quedado del otro lado del océano. Con una valija y una docena de camélidos que había adquirido en Marruecos, buscaba reemplazar a los caballos en las tareas rurales y a los bueyes criollos como animales de tracción. Todo un desafío que basaba en la fuerza del dromedario, que podía cargar casi media tonelada.

Sin embargo, se sumaron dos problemas. Uno tuvo que ver con que fuera del desierto, los dromedarios soportaban una carga más liviana que la habitual. Y el otro con la tosquedad de su andar y la poca obediencia para que los jinetes puedan montarlos. Pese a tener el visto bueno de las autoridades del Gobierno de Roque Sáenz Peña, la idea de emplearlos en el campo fracasó rápidamente, y Medina debió buscar un nuevo trabajo para su “staff”.

Fue allí que pensó en un Plan B. Aprovechando el furor playero se le ocurrió utilizar a los camellos para hacer paseos sobre la Bristol. Para llamar la atención se organizó, ese 19 de enero, una carrera, con poco glamour pero que logró el efecto. Jinetes vestidos de beduinos con turbantes hicieron correr a los dromedarios ante miles de personas. El ganador fue el periodista y escritor Josué Quesada, reconocido tiempo después por sus novelas dedicadas especialmente al público femenino.

Ocaso y renacimiento

Durante ese verano, Medina impulsó los paseos en dromedarios por Playa Brístol para turistas, quienes hacia 1913 no acostumbraban aún a meterse al mar. Mujeres y niñas felices, vestidas con grandes sombreros adornados con cintas y flores, hombres de traje mirando a todo el mundo desde la altura privilegiada que brindaba la especie de silla que llevaba el animal. Todos bajo la conducción de un hombre vestido de negro, que guiaba al camello a lo largo de la playa.

Paco se ilusionó, pero otra vez los problemas le ganaron al éxito. Las autoridades no le renovaron el permiso ya que las quejas empezaron a multiplicarse: los dromedarios hacían sus necesidades sobre la arena y el olor, potenciado por el sol de verano, se tornaba difícil de soportar. Pese a que probó con las playas ubicadas más al sur, los animales se iban muriendo y se iba quedando sin staff.    

Con el dinero que había logrado ahorrar y la venta de algunos camellos, puso un Tambo Modelo y canchas de tenis en el Paseo General Paz, que inauguró en 1921. Con ese negocio le fue bien, y pudo invertir en hotelería. Además, formó una “nueva” familia, tuvo una hija que se sumó a la que lo había esperado en Islas Canarias hasta los 18 años, momento en el que vino a la Argentina.

Francisco Medina murió en Mar del Plata en 1947, a los 72 años. Lejos habían quedado los tiempos de los dromedarios, esos socios que le permitieron dar sus primeros pasos en el mundo de los negocios. (DIB)  FD

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