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jueves, 25 de abril de 2024
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Las llagas de la Independencia que aún reclaman atención

Marisol Darretche y otra mirada sobre el 9 de Julio.

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Cuando en mayo de 1810 se produjo la revolución, no se estaba pensando en la independencia. Ese norte surgió después. Lo afirma la profesora de Historia Marisol Darretche, apoyada en dichos del historiador Oscar Terán, quien dice que los sucesos de aquél glorioso mayo “ocurrían de modo tan rápido y explosivo” que la teoría corría detrás, sin poder contenerlos adecuadamente. “A medida que ocurrían” la historia buscaba depositarlos en algún molde, por caso vinculándolos con la Revolución Francesa o con postulados teóricos previos de pensadores como Rousseau, por citar uno de los grandes ‘cabezones’ de la época.

Más tarde brota la necesidad de encauzar políticamente el caos que todo proceso revolucionario provoca, dejando pedazos humeantes allí y acá hilvanados por un gran sueño en pañales que brillaba en los ojos de un pueblo necesitado de esos líderes que, como dice Charly García en Mientras miro las nuevas olas, ‘nacieron para mirar lo que pocos pueden ver’. Se empieza entonces a pensar en la independencia, que se declararía seis años después pero que no alcanzaría una completitud, como analizará Darretche más adelante. No había al respecto una postura unánime: una era la de San Martín, Belgrano y Moreno, “que pretendían una monarquía parlamentaria. Ellos habían viajado a Europa y allá no veían con buenos ojos a estas revoluciones latinoamericanas. Aún predominaban las monarquías, aunque estaban en un proceso de debilitamiento producto de la Revolución Francesa y el surgimiento de las repúblicas”, analiza la educadora. “En verdad, hacían mucho ruido estas revoluciones que tendían a las ideas de la Revolución Francesa”. Por tanto, “quizá para evitar discordias”, Belgrano propone “una monarquía parlamentaria”, una posición que “no prosperó”.

Otro punto de discordancia era que algunas provincias de la futura república renegaban del centralismo porteño. “Es una época muy conflictiva en ese sentido. Buenos Aires tenía el puerto y se sentía privilegiada y superior al resto”, lo que originaba rispideces internas “que también terminaron demandando algún tipo de ordenamiento político”. Y ahí, hoy diríamos que por encima de la grieta, San Martín, que enfatizaba la necesidad de la independencia ya que en su criterio no alcanzaba con la revolución. “Decía: ‘¿No es una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón, hacerle la guerra al soberano de quien se dice dependemos, y no decirlo?’. Se preguntaba abiertamente qué estábamos esperando”, marca la docente.

También jugó su papel la Asamblea del año XIII, al definir “algunas cuestiones e ideas”, incorpora la entrevistada.

Empero, un hecho clave que propulsó la independencia argentina fue el retorno al poder en 1814 del rey Fernando VII, que había sido encarcelado cuando la invasión de Napoleón a España. “La soberanía había vuelto al pueblo, de ese modo se tomó en las colonias, porque el rey no estaba presente. Entonces había llegado la hora de decidir si seguir bajo su mando o declarar la independencia”.

El posicionamiento de Belgrano perdió, y también perdieron las provincias que no acordaban con Buenos Aires y convergían en la Liga Oriental, es decir Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, la Banda Oriental y la provincia de Paraguay, que no se apersonaron en el Congreso de Tucumán ya que no avalaban que el hoy territorio bonaerense fuera el núcleo del poder. “El acta de la independencia será suscripta por veintinueve provincias, pero el ‘nos’ que ahí se expresa no comprende a todas”, denuncia Marisol. Triunfan, finalmente, el centralismo y la élite porteña, el saavedrismo, traducido a facciones políticas, en detrimento de un Mariano Moreno y sus acólitos.

¿Fue una independencia real, vale decir total, o ‘renga’? Si fuera que fue ‘renga’ o parcial, ¿con qué no se logró romper, o qué no se consiguió incluir?

-Yo creo que gran parte del problema de pensarlo como nación tiene que ver con la historia oficial mitrista que luego se elaboró respecto de la Revolución y la Independencia. Estamos atravesados por esa visión, que le fue funcional a la necesidad de generar en el pueblo argentino el sentimiento de nacionalidad, de patria, de que éramos libres, referido a los sucesos que originaron nuestra nación. Los procesos independentistas militarmente sí fueron protagonizados por negros, gauchos e indígenas, pero políticamente hablando el centralismo porteño, los terratenientes y la élite de entonces salieron ganando.

La declaración de la Independencia, rescata Darretche, fue también escrita en aymará y quechua, “pero no se invitó a ningún representante de pueblos originarios al Congreso de Tucumán. Lo mismo que sucedió con el último censo argentino, que incluía preguntas sobre comunidades originarias pero no se convocó a ningún representante de ellas a participar de la elaboración de ese cuestionario, es decir que no contuvo su visión”. Su análisis deja puertas abiertas relativas al proceso con epicentro el 9 de julio de 1816, que la entrevistada duda, o directamente descarta, que haya contemplado a “todos los sectores y clases sociales”.

Todo, sin entrar a otro problema mayúsculo y acaso irresuelto, cual es el de nuestra independencia o dependencia en lo económico: “En algunos aspectos, seguimos siendo un país muy colonial”, define Darretche, sin ahondar en la materia.

Lo mismo que con Malvinas

Aquél armazón que pasó a la posteridad como la visión mitrista, o la versión de nuestra historia elaborada por los que sacaron tajada de esa primigenia configuración institucional (el gran relato), resultó exitoso, al punto que “sigue empujando a creer que no celebrar la independencia es algo así como una blasfemia. Y lo mismo ocurre en lo referido a la guerra de Malvinas, cuyo análisis demanda semejante peso patriótico de quien lo realice que pareciera compelerlo a vivir aclarando, a renglón por medio, que las islas son argentinas, para que nadie desconfíe. Yo veo peligrosa esa carga patriótica que se exige, porque no te deja ingresar al conflicto, al problema, para abrirlo”, asevera a todo vapor la profe de Historia.

“Algunas aristas empiezan a abrirse”

Por otra parte, y volviendo al tópico Independencia argentina que nos reúne aquí, Marisol da cuenta de que ha llegado a las escuelas un material a través del cual el Ministerio de Educación solicita trabajar en las aulas la cuestión de género en relación a la independencia. “Es decir que se empiezan a abrir aristas”, evalúa con moderado optimismo la entrevistada: “Tenemos a Manuela Gorriti, una mujer escritora que los chicos tienen que conocer, es decir cuáles fueron sus posibilidades y dificultades, qué papel cumplió, o Juana Azurduy. Esas otras caras de esta historia política comienzan a emerger”.

Pero la peor de las suertes, o las desgracias, es la que han corrido los pueblos originarios, confinados al opaco rincón del ostracismo desde que la historia que modela el ser argentino tiene memoria: “Aún están reclamando lo que les corresponde; hasta que no consigan sus derechos territoriales no podrán considerar que la independencia fue plena” aquellas comunidades expulsadas de la conformación del estado nacional y, tiempo después, masacradas sin miramientos ante la aprobación o el silencio de las mayorías de sus compatriotas, que, por convicción, temor, desidia o culposamente avalaron la cosmovisión de los opresores.

Finalmente, cabe afirmar que “la autonomía política plena que se declaró en 1816 no fue el punto de llegada sino el de partida para otras independencias, algunas, aún pendientes”, concluye la educadora.

Chino Castro

¿Un té?

¿Juré que no vería, furioso y callado, yo, a quien se llamó el orador de la revolución, a las partidas de perros negros, que devoran a los indios que escapan de las minas de oro, de sal, de plata;  juré que no escucharía el murmullo que viene de las minas de oro, de sal, de plata, de las cocinas y galerías de los señores del Norte, ese murmullo opaco y fascinado que se desprende de bocas raídas por una vejez prematura, de una carne expiatoria y condenada al saqueo y al infinito silencio de Dios, y que dibuja el aullido del perro negro, como se dibujan los mitos, y detrás, tenaz e inaccesible como los mitos, al patrón de la bestia y del infinito silencio de Dios, y también la carne sacrificada, rasgada, herida, por los colmillos insaciables; juré que yo no vería, yo que tuve un corazón docilísimo, los potros del tormento, y los caballos despanzurradores, y a las damas, que, de pie en altos balcones de ciudades de piedra, tomaban chocolate en cónicas tasas de plata, y apreciaban la hermosa musculatura de los caballos despanzurradores, a cuyas cinchas, monturas, estribos, estaban atadas las manos y los tobillos de subversivos del orden público, según escribió José Manuel Goyeneche, sudamericano, grande de España, y que morirá en olor de santidad, para que los patrones de los perros negros no olviden, jamás, la filiación de los que se sublevan contra el saqueo?

(…) Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde.

La revolución es un sueño eterno, Andrés Rivera, páginas 172-174.

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