La Navidad, que ya pasó, dejó en claro que los bolivarenses estábamos ávidos de alegrías, de festejos, de recuperar afectos y demostraciones que desde allí devienen. Desde la misma tarde del 24 y hasta anoche mismo, las calles de la ciudad mostraron un movimiento inusitado. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo para, a fuerza de ganas y de esperanzas, entre todos intentar fabricar con risas un conjuro contra lo que nos tocó atravesar. Para que no vuelva, para que ni se atreva a pasar por aquí el maldito virus en el que casi no queremos ni pensar.
Están los que analizan que el horizonte se muestra amenazante y seguramente tienen razón. Habrá que aceptar que volveremos a pasar momentos tristes, incluyendo limitaciones que, según parece, no estamos dispuestos siquiera a considerar. Pero también es justo reconocer que no hemos nacido para ningún encierro, por justificado que fuere, y que el hombre es, ante todo, libre. En ejercicio de esa libertad es que Bolívar salió a las calles, arrumbó los barbijos, se estrujó y deseó felicidades desde el corazón, incluyendo abrazos, por supuesto. La alegría, aunque sea efímera, siempre se celebra.
