17 de octubre de 2023
Faltan poco más de dos meses para que se cumplan 52 años. No es una fecha de esas que se recuerdan por lo grato del acontecimiento; todo lo contrario.
El 19 de diciembre de 1971, un avión Douglas DC-4 de la desaparecida empresa de cargas Aeropalas impactó contra la cumbre del cerro Huaycas en Perú. Había salido de Ezeiza y en ese tramo del vuelo, el último, buscando arribar al aeropuerto de Maiquetía en Caracas, Venezuela, luego de una escala en Lima, la aeronave se estrelló en medio de una fuerte tormenta, a más de 3.000 metros de altura, casi en la cumbre del cerro.
Esta tragedia de la aviación civil argentina se cobró seis víctimas. Una de ellas fue Ricardo Luis Vega, piloto y bombero voluntario; su hijo, Ricardo, fue al rescate de esa historia y, después de muchos años de búsqueda e investigaciones, la plasmó en un libro que se publicó en estos días, ‘La imagen oculta’, editado por Pacto de Lectura. Otra de las víctimas fue Nerino Moretti, uno de los primeros pilotos comerciales nacido y criado en Bolívar.
Sí, una de las víctimas fue un bolivarense.
Marcela, su única hija, nacida del matrimonio con Encarnación Sánchez, fue quien tomó contacto con LA MAÑANA, con la intención de que se conociera la edición del libro, que echa luz sobre ese luctuoso accidente en el que perdió a su padre. Ricardo Vega relata el accidente ante Infobae. A partir de esa nota y los intercambios con Marcela reconstruimos lo que pasó.
El avión siniestrado era un Douglas C54A10-DC Skymaster, que la empresa de cargas aéreas Aeropalas había adquirido en 1970 cuando todavía se llamaba Aerosur. Vega padre era el tercer piloto del vuelo y ese viaje la primera vez que iba a trabajar con esa compañía. La tripulación de la aeronave se completaba precisamente con el comandante Nerino Moretti, la primera oficial Mirta Emilia Tanevich (la primera piloto comercial que tuvo nuestro país), el mecánico de a bordo Pablo Re (quien tomó el lugar de quien debía volar pero se reportó como enfermo 24 horas antes de la partida), el técnico en carga Salvador Astorga y el gerente de Carga Carlos Ruaguer. Todos fallecieron.
Había sido construido en 1942 para la Fuerza Aérea Norteamericana, en medio de la Segunda Guerra Mundial, y salió de servicio en 1945. “Un año más tarde lo incorporó la Empresa de Transporte FAMA (Flota Aérea Mercante Argentina), y poco después pasó a la órbita de la Fuerza Aérea Argentina, que le otorgó la matrícula T-42. Fue entonces cuando, como avión a disposición de la Presidencia, llevó en dos oportunidades a Juan Domingo Perón y su esposa, Eva”, tal como lo dice Infobae, en la nota de autoría de Hugo Martín.
“En 1961 se cambió su fuselaje para ser usado como transporte de carga y se le agregó una letra a su matrícula: TC-42. Y le adaptaron una suerte de corrales para llevar animales”.
“En viaje a Madrid, en dos oportunidades debió hacer aterrizajes de emergencia. En 1969, la Fuerza Aérea desafectó al aparato y lo compró Aerosur (luego llamada Aeropalas) y con una nueva matrícula: LV-JPG. Era uno de los dos aviones de la compañía. La efímera Aeropalas presentó la quiebra en 1972 –tras el accidente- y cerró, sin dejar rastros, al año siguiente”.
El Douglas DC-4, tal como se lo conoce, debía hacer la mudanza completa de un general del Ejército designado como agregado diplomático de la embajada argentina en Venezuela. Según los testimonios que Ricardo Vega hijo recogiera para el libro, el avión demoró cuatro veces su partida debido a que la carga no entraba dentro del mismo, carga que incluía, por ejemplo, algunos caballos.
El 19 de diciembre de 1971, una fuerte tormenta azotaba Santo Domingo de Guzmán, provincia de Morropón, la ciudad más cercana al cerro Huaycas. Hacía una semana que llovía, usual para esa época del año, y ese día el clima estaba por demás complicado.
La última comunicación del DC-4 quedó registrada a las 17.03 y fue recibida por la Estación Chiclayo; en ella decían que estaban ascendiendo y que estimaban pasar por Talara a las 17.52. Luego, silencio.
Silencio de comunicación. Porque los habitantes de Santo Domingo escucharon estremecidos una poderosa explosión, luego otros ruidos, como de rocas desprendiéndose del cerro y cayendo. No pudieron ver nada, las nubes bajas por la tormenta lo impidieron.
Los testimonios de los pobladores les dieron a los hijos de los tripulantes fallecidos pistas para reconstruir los hechos. Santos Córdova Pintado, ex ayudante mecánico de aviones, les dijo que por lo menos un motor fallaba, que eso se podía determinar del rugido que se escuchaba y que la aeronave volaba en círculos. Teófilo Domínguez Castillo, otro lugareño, corrió hasta la Guardia Civil para informar de la caída de un avión y el desprendimiento de partes del mismo por la ladera. Esos eran los ruidos que se habían escuchado. El libro de Vega hijo lo cuenta.
En aquel entonces y ahora, las circunstancias del accidente quedaron envueltas en un halo de dudas. La falta de caja negra, que ese modelo de avión no disponía, impidió que se conociera la verdad. El informe de la Junta de Accidentes de Perú señala entre otras cosas que “se desconoce la experiencia del piloto por ser extranjero”, que "el avión funcionaba normalmente cuando decoló del aeropuerto internacional”, que “el piloto al llegar a la zona del accidente encontró mal tiempo”, y concluye que “no hubo falla alguna de material que produjera el accidente”. Sobre las causas, atribuye a las “malas condiciones meteorológicas” lo ocurrido y a un “error personal del piloto al haber tratado de continuar el vuelo”.
A las familias de los tripulantes les quedan dudas al respecto. Vega lo afirma en la nota que edita Infobae. Creen que el avión despegó con una falla en el motor, al que habían intentado reparar durante la noche previa (la del sábado) en Lima; el informe peruano dicen que llegaron el domingo, que sólo repostaron combustible. De acuerdo a Vega (h), pilotos amigos de su padre le informaron de ello a su abuelo.
Además, consideran que la torre de control no debió autorizar el vuelo, debido a las condiciones climáticas imperantes. “Ellos iban a hacer un vuelo visual, podían elevarse pero siempre tenía que ser visual el vuelo (NdelR: el avión carecía de radar meteorológico y no podía volar por instrumentos). Salieron con una nubosidad de 8/8, la máxima que hay en la aviación. Un cielo totalmente ubierto. Le autorizaron ese vuelo. (…) En las desgrabaciones de la torre por radio, no por audio- ya a los 10 minutos, el piloto le dice que están volando a ciegas”, cuenta y sostiene que la decisión de ascender era para ver si a mayor altura encontraban cielo más despejado y recuperaban visibilidad para volar.
Ahí sobrevino la catástrofe. “Pero no llegaron a la altitud que había pedido, que eran de 16.000 pies (4.876 metros), porque el mínimo para volar allí es de 15.000 pies (4572 metros). Está hasta que alcanzan los 8.000 pies (2.438) y en ascenso, y ahí se pierden los datos. La exigencia de los motores para tratar de encontrar cielos despejados, hizo que las fallas en uno de ellos reapareciera. Y hay que sumarle el peso excesivo que llevaba el avión y el frente de tormenta”, explica Ricardo en la nota.
El lugar del accidente, por sus condiciones geográficas, era complicado en exceso. Y fueron los mismos pobladores del lugar los que iniciaron las tareas de rescate de los cuerpos al día siguiente.
“Desde un pueblo aún más pequeño llamado Quinchayo Grande pudieron divisar los restos del avión, que se estrelló a sólo diez metros de la cumbre del Huaycas. Allí quedó el morro de la aeronave, que tenía pintado el escudo argentino, mientras el fuselaje se deslizó 1.400 metros por la ladera. En 500 metros a la redonda hallaron cuatro cuerpos mutilados y desnudos, además de camas, ropas, muebles, bicicleta y restos de algunos caballos que también transportaban. También la placa metálica que recordaba el servicio del avión en la presidencia de Perón”, cuenta la nota de Infobae. El 21 de diciembre hallaron el cadáver de Mirta Tanevich, en un lugar casi inaccesible: una roca saliente sobre el vacío en forma de balcón, entre un arbusto y la pared de piedra. Solo un campesino se ofreció para rescatarlo: Ibrahim López Patiño, quien descendió hasta la roca, atado de la cintura. Los pobladores fueron una pieza por demás importante en el rescate. También las memorias de las operaciones civiles de rescate de la tripulación argentina quedaron plasmadas en un libro, editado en 2022, de autoría de Braulio Calle López, ‘Tragedia en el Huaycas’.
El último cuerpo en ser hallado fue el del comandante bolivarense, Nerino Moretti. Recién el 25 de diciembre fue localizado, a 1.250 metros del resto de las víctimas.
“Luego de la autopsia, todos los cuerpos fueron enviados a Piura, la principal localidad del norte peruano. Y el 26 de diciembre, a Lima. Recién el viernes 14 y el sábado 15 de enero, en dos tandas, los restos fueron enviados de regreso a nuestro país, en sendos vuelos de Aerolíneas Argentinas”, se explica en la nota.
LA MAÑANA, en su edición del 14 de enero de 1972, da cuenta del sepelio de Moretti, y sobre el traslado afirma que “sus restos, tras larga espera, fueron entregados a sus familiares anteayer y trasladados desde Perú a Buenos Aires por vía aérea, en un aparato de Aerolíneas Argentinas, junto a los de sus infortunados compañeros Re y Astorga, y finalmente trasladados a Bolívar por tierra”.
“Siete víctimas al caer un avión argentino en el Perú”, titulaba LA MAÑANA en su edición del miércoles 22 de diciembre de 1971. En la noticia –con los primeros datos que se conocían- se mencionaba el rescate de cuatro cuerpos, entre ellos el de una mujer. Nada decía de las identidades de los fallecidos.
El jueves 23 ya había precisiones y el nombre de Nerino Moretti aparecía en la lista de tripulantes muertos. “Piloto comercial de recordada actuación en nuestro medio años atrás, (…) en el desempeño de su profesión desarrollaba una intensa actividad de pilotaje que frecuentemente lo llevaba fuera de las fronteras del país, en extensos viajes, como el que con destino a Guayaquil realizaba el sábado y que tuvo tan luctuosa interrupción”, citaba este matutino.
Nerino Moretti había nacido en la zona de Vallimanca, en el campo de la familia llamado ‘El Peligro’. Hijo de José Moretti y María Stramucci, era el menor de tres hermanos: Pierino, Pierina y él.
De acuerdo a la semblanza que de él hace LA MAÑANA, “perteneció al Aero Club Bolívar –que también tuvo el honor de presidir-, en el cual bajo, la dirección del señor Gómez Olivera, obtuvo su brevet de piloto civil a los 18 años”.
Su hija Marcela relata que “a los 17 años viajó a Buenos Aires junto con Osvaldo Ferraro, ‘Piraña’, y comenzaron a hacer el curso de piloto civil en una delegación de la Fuerza Aérea que hacía unos pocos años que funcionaba”. Nerino y Osvaldo trabajaron como fumigadores en Bolívar, mucho tiempo.
“Mi padre ‘se enganchó’ en la Fuerza Aérea y fue encomendado a trabajar a Comodoro Rivadavia, a la base aérea, donde conoció a mi madre, Encarnación Paula Argentina Sánchez, locutora de LU4 Radio Comodoro Rivadavia. Se casaron en Bolívar y en 1957 nací yo”, cuenta la única hija de la pareja. Trabajaba como supervisor de Jhon Deere en Bolívar y en 1962 fue trasladado a Buenos Aires. “Desde ahí vivimos en Capital Federal. Mi padre tuvo una representación de la firma en Bolívar, luego trabajó para una empresa en Buenos Aires, y por último comenzó en Aeropalas, una empresa nueva, que tenía pocos años y dos aviones, dos Douglas”, puntualiza.
“El vuelo en el que viajaba mi padre, una vez que completara la mudanza en Venezuela, continuaba hacia Miami, con el proyecto de arreglar el avión para que se pudiese dedicar a vuelos charter uniendo Buenos Aires con esa ciudad. Además, mi padre junto con Ricardo Vega tenían como proyecto armar una escuela de vuelo para mujeres, proyecto que ya estaba en curso. Ya habían formado varias pilotos, entre ellas a Mirta Tanevich”, recuerda Marcela.
El trágico accidente le sesgó la vida a los 42 años; Marcela tenía 14 cuando perdió a su padre. Así como Ricardo Vega hijo, que tenía 9 cuando perdió al suyo, creció sin su presencia pero con su figura como emblema. Como todos los hijos de los tripulantes fallecidos en ese trágico vuelo, su vida quedó marcada e hicieron lo posible para reconstruir lo que pasó.
“Soy una orgullosa hija de ese padre, heredando su decisión, su carácter”, destaca con vehemencia, la misma que puso para que esta historia –y la del libro que la cuenta- sea conocida por todos.
Virginia Grecco.
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