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martes, 16 de abril de 2024
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La positivización de la belleza es un medio sutil de dominación

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“Lo económico ha colonizado lo estético”, reflexiona el filósofo surcoreano Byun-Chul Han. Nótese que la afirmación no se limita a dar cuenta de la mercantilización de la obra de arte, cosa que el capitalismo hizo tempranamente al convertir en mercancía el trabajo del artista, sino que tal indica algo mucho más radical: que el capital ha capturado la experiencia estética misma, es decir al goce mismo en cualquiera de sus formas. El señalamiento llama la atención no acerca de cómo el capitalismo avanzó sobre el campo del arte haciendo de este una industria cultural y de entretenimiento, sino acerca de cómo el capital en su lógica de derribar obstáculos que impidan su circulación, ha capturado la experiencia estética en términos de subjetividad, goce y deseo al punto de retraducir todo objeto o situación como una experiencia estética digna.

Por ejemplo, ¿no les resulta curiosa la manera en que el adjetivo “bello” se ha extendido en las redes? Junto al dedito arriba, el infaltable comentario “que bellx/s” manifiesta la impresión más popular por estos días que nos causa o causamos al subir a las redes nuestras fotos personales. Así, cuerpos diversos, que no responden a un ideal de belleza como en los viejos tiempos, desfilan por la pizarra virtual del fb o Instagram y son acreedores de este elogio. Todos los cuerpos son bellos. No sólo los apolíneos y jóvenes. También son bellos los envejecidos prematuramente por las penurias de la vida o un trabajo pesado. Son bellos asimismo los hipercuerpos que producen los alimentos ultraprocesados. Son bellos también los cuerpos fláccidos que produce el sedentarismo actual tanto como lo es el David de Miguel Ángel. Bella es una cara “lavada” pero también un rostro afectado por la cirugía. Son bellos y bellas los petisxs, los negrxs, lxs blancxs, lxs calvxs, lxs gordxs y lxs flacxs, en fin. Lo bello hoy no necesita de negatividad, es pura positividad.

Muchos dirán que este fenómeno no tiene nada de malo, que es inclusivo, que da lugar a la diferencia. En mi opinión, la positivización de la belleza es un medio mucho más discreto y sutil de dominación, ya que habilita a una estética de las consecuencias que sobre el cuerpo y nuestro habitar el mundo tiene el modo de producción capitalista. Las redes sociales son la herramienta para tal fin.

Si uno repasa los trabajos de los teóricos sociales abocados a la comunicación de hace veinticinco o treinta años, confiaban en que internet democratizaría el conocimiento, la información y la producción de noticias volviéndola colaborativa y horizontal. Lo que finalmente ha ocurrido con la extensión de internet y el uso de redes sociales fue todo lo contrario. El aparente potencial subversivo de esta herramienta es en realidad la manera más eficaz de cohesionar la sociedad compleja actual. ¿Qué interés podemos tener en modificar una realidad que se muestra siempre en clave de goce? Me refiero a que abrir Facebook o Instagram es abrir una puerta a la comprobación de que allí afuera hay un mundo feliz y gozoso, un mundo en el que la gente siempre está gozando porque goza no solo cuando viaja, se divierte o está con sus afectos, goza también cuando en las situaciones más siniestras, por ejemplo un desastre ambiental, alguien viraliza una foto o un video rescatando a la fauna afectada y nos deja una bella imagen. Aprendimos a ver la belleza en el desastre. Alguien se fotografía en un comedor popular. Subida a una red social y puesta en circulación como una imagen más de una cadena interminable de escenas tales como comidas opíparas, parejitas que se aman, lugares exóticos, etc.etc., es significada como el goce narcisista de quien vive su síntoma como vocación de servicio o militancia. Se refuerza así la creencia ideológica de que el mundo que habitamos es un lugar digno y justo. El funcionamiento mismo de la red social hace esto insalvable. Mostrarse en las redes sociales es mostrar que se es capaz de gozar, porque gozar, digámoslo de una buena vez, es un mandato social.

El capitalismo hedonista ha producido una subjetividad que al igual que el capital, circula desregulada, libre de límites y normalización. ¿A qué fin responde esto? La experiencia estética ya no merece ser meramente contemplativa. Muy por el contrario, como existe el mandato de gozar, tal como existe el mandato de producir, es el sujeto parte inseparable, necesaria, sino el centro mismo de la experiencia estética. Así como los individuos se levantan cada día a trabajar, así también cada día “trabajan” para las redes sociales (aunque ellos crean hacerlo voluntariamente por el efecto de una inversión ideológica). Tal como el burgués se apropia de la plusvalía, la matrix se apropia del plus-de-goce y lucra con él (Salve Lacan).

Es curioso que en momentos en que la comunicación ha sido elevada al rango de maravilla de ingenio técnica y creatividad humana, la capacidad de dialogar se obture en plataformas que funcionan como lugar para desear el deseo del otro. Para que se entienda fácilmente, estoy pensando concretamente en la tan extendida selfie y otro fenómeno asociado que es el de la autorreferencialidad argumentativa.

La autorreferencialidad, esta cosa de argumentar “desde la propia experiencia” y sin apoyo en ninguna otra razón que nuestra creencia y, por otra parte, el auge tan extendido de las selfies, son dos costados de la misma cuestión. Desde su comienzo, la fotografía trazó sus coordenadas en la separación sujeto-objeto. Lo retratado tenía como ideal la captura de una imagen icónica que sirviera como referencia universalizable del objeto fotografiado. Así por caso, pensamos en la calle Corrientes y nos viene la imagen mental de la avenida con el Obelisco al fondo. Con el advenimiento de las “selfies” y las plataformas que les dan soporte queda anulada la separación sujeto-objeto cartesiana y lo fotografiado adquiere un nuevo sentido al adherírsele la singularidad que lo (se) capta con ella. La presencia en cuadro (la caripela) del sujeto está incluida en la composición y forma parte del producto final no como el resultado de un observador que fotografía desde “afuera”, sino como sujeto que se capta a sí mismo en unidad con el objeto. Una foto más de la Torre Eiffel, un pico nevado o una playa ya nada nos dicen si no incluyen la singularidad que la (se) autocapta con ella y resignifica en sus propios términos el objeto. El objeto pierde así su universalidad y en lugar de ello nos queda una colección inacabable de capturas singulares.

En el terreno de la comunicación, la autorreferencialidad imposibilita el diálogo ya que detiene la argumentación en un núcleo en apariencia inaccesible para el interlocutor que es la propia vivencialidad de quien allí sostiene sus argumentos. Íntimamente, el individuo no puede pensar al objeto, sólo puede “sentirlo” y así lo expresa. De esta manera el mercado de las ideas se convierte él también en una colección inacabable de posiciones singulares y de igual valor.

Roberto D’Alessandro, sociólogo

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