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viernes, 29 de marzo de 2024
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La pelota se fue con Diego

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Ser bueno y malo a la vez, el mejor y el peor, humilde y soberbio, manso y violento. Ser el mejor futbolista de todos los tiempos, el hombre más conocido del planeta y, en un abrir y cerrar de ojos, el tipo que apenas puede caminar y al que le niegan el saludo sus propios hijos. Ser rico, riquísimo, habiendo salido de la miseria misma. Ser el pibe de Villa Fiorito y también la máquina de generar dinero y fama y privilegios. Tener amigos de los buenos y muchos de los otros. Ser querido y odiado casi por igual y hasta a veces por los mismos que han ido cambiando sus emociones al paso del tiempo. Todo eso y muchísimo más fue y comenzará a serlo aún más a partir de hoy Diego Armando Maradona.

Porque a partir de hoy se consolida como un mito, que lo era pero vivo y la muerte, esa filosa espada que corta cuando quiere y ella solo sabe, lo puso al Diego en ese lugar reservado para lo intangible, lo que está más allá del bien y del mal y por eso mismo quizás revista características de misterio. Sucede a menudo que la muerte purifica, al menos para el concepto que podemos manejar los que quedamos vivos. La muerte en tales casos, con un negro chasquido de dedos, genera el olvido inmediato de las miserias humanas y pone a la luz sólo lo bueno. Debe ser una forma que alguien eligió para ayudarnos a los que quedamos vivos a soportar ideas de ausencias eternas. Eso sucederá con Diego.

Recordaremos sus hazañas deportivas con la emoción de haber sido contemporáneos a tales proezas. Mentiremos haberlo visto en tantas tardes de fútbol, diremos haber llorado con el gol a los ingleses y pasados los días, los meses, quizás lo años, cuando aparezca un nuevo Messi a discutirle estúpidamente su calidad de el mejor, sonreiremos pícaramente convencidos de que no habrá otro como él. Diremos que fue el mejor de todos los tiempos y que, además, Diego era bueno de alma, humanamente sano. Lo habremos purificado que es, al fin, lo que merece.

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