23 de julio de 2021

Espectáculos

Espectáculos. La fisura cósmica de Palo Pandolfo


Roberto ‘Palo’ Pandolfo, singularísimo cantautor y poeta que falleció inesperadamente el jueves, en Buenos Aires, regaló su arte al país durante casi cuarenta años, y los bolivarenses también tuvimos el privilegio de disfrutarlo, dos veces.





La primera fue en el Me EnCanta 2017, ocasión en la que este diario lo entrevistó en exclusiva tras su vibrante show con La Hermandad, su última banda. Aquí, republicamos completa aquella nota, a modo de homenaje y agradecimiento a una de las más originales voces del rock argentino.









Energético, despojado y contundente fue su show al frente de La Hermandad en la luna final del Me enCanta Bolívar 2017, sin condimentos multimedia y bien ‘garrote y a la bolsa’, una bolsa en la que, oh pequeño-gigante detalle, conviven sólidas canciones de todas sus épocas y proyectos. Minutos después de bajar del escenario, el creador de Don Cornelio y Los Visitantes charló con LA MAÑANA en plan relajado y abierto, dándose tiempo para ir a fondo en cada reflexión y análisis sobre su propia obra, compartiendo con generosidad sus gustos y su mirada sobre el fluir del rock argentino desde los aún humeantes ochenta.





Acerca de cómo armó el setlist para este recital de cuarenta minutos, Palo explicó que metió en segundo lugar Ella vendrá, su tema más famoso, como un “gesto de complacencia consciente, para empezar a enfiestarnos”, ya que “es un festival, donde hay un público diferente entre sí, y queremos ir arriba, emocionarnos”. “En un recital de una hora y media en un teatro o boliche de capital, dejamos Ella vendrá para después. Lo que estamos poniendo es Tazas de té chino, de tercer o cuarto tema, para meter un clásico fuerte al principio y romper el hielo. ¿Para qué hacerme el snob si lo que más queremos es que la gente se enfieste y se descontrole, y baile y haga pogo y se ‘mate’?”.
La variedad de un repertorio amasado en más de treinta años le permite a Palo y La Hermandad ser “una banda festivalera nacional y popular, no elitista”. Pero también pueden zambullirse “en un sucucho atroz y cantar canciones tangueras con la guitarra, media hora de canciones perdidas, acústicas, y de repente quedarnos diez minutos zapando un loop de slow tempo”. “A todo músico más o menos normal le gusta el jazz, porque es como la cuna de la improvisación. El tango también pero no tiene la improvisación, son obras armónicamente elaboradas pero sin improvisación. Nosotros hacemos música popular, canciones, pero nos permitimos y nos gusta improvisar”, puntualizó Roberto Andrés Pandolfo.





En tus listas y enfoque actuales, ¿dónde queda Patria o muerte (Don Cornelio, 1988), que en su hora no vendió nada pero hoy es de culto?
-En nuestra lista ideal metemos Soy el visitante. Rescato algún tema de Patria o muerte, que junto con Transformación (2016), es de los discos que hice que más me gustan.





¿Por qué?
-Están grabados en vivo. En Transformación lo fui a buscar. Es el segundo disco de la banda, igual que Patria o muerte, igual que Espiritango (Los Visitantes). Un hombre de 50 años, sé lo que me hace bien y lo que me hace mal. Yo creo que a partir de los 40, para las personas de sexo masculino -las mujeres maduran antes- la vida empieza. Eso quiere decir que uno empieza a tener elecciones conscientes. A los 20 estás haciendo todo un desastre, te podés morir, cualquier cosa. A los 30 te creés que ya sos grande, que estás desarrollando algo adulto, y es peor: te equivocás más, desde pensar que sí. A los 40 ya tenés dos décadas de equivocarte, y decís: ‘esto me sirve, sí no, sí no’; es un sistema binario, unos y ceros, sí o no.

A Transformación decido grabarlo en vivo. Somos dos violas, bajo, batería y teclados, vamos al mejor estudio de Buenos Aires, Romaphonic. El equipo de guitarra en un lado, el otro en el otro, todos juntos en redondo. Es loque se aproxima a Pescado Rabioso, Led Zeppelin, las bandas que nos gustan. Bach, Piazzolla o Troilo. La música real que más nos gusta, es gente toda junta tocando. Desde fines de los setenta empezaron con los overdubs, sobregrabaciones, graba la batería, después el bajo, a las dos semanas otro, al mes las voces. Discos de laboratorio, así graba la mayoría. McCartney; Thriller, de Michael Jackson, los mejores discos del ochenta para acá. Pero fuimos a buscar un hecho antropológico, si no artístico: cinco especímenes de sexo masculino debatiéndose con herramientas sonoras, encerrados. Patria o muerte tiene eso, por la desesperación, el caos y la anarquía. En Transformación, desde un trabajo de oficio, fuimos a buscar el mismo salvajismo. Yo hago todo el tiempo links, todo el tiempo vivo con el pasado presente, viste que la vida es un círculo elíptico, espirales ascendentes. Pasás por el mismo lugar pero si Dios te ayuda y no sos un enajenado y un tarado, podés estar un poco más arriba. Es la experiencia bien aprovechada. Estoy muy referenciado en Patria o muerte, y en la dualidad entre el primer disco de Cornelio y el segundo. Mi vida está puesta en esa dualidad total, en esa contradicción absoluta, en ese ruido infernal.





“No soporto las fórmulas”





Lo que marcás de las espirales (Espirales, tema 1 de Patria o muerte, además) me remite a una canción tuya en la que citás a Marechal, que decía que de todo laberinto se sale por arriba.
-Sí, La misma suerte, un tema muy testimonial. Habla de mi mujer. Teníamos sólo la nena, había cumplido tres años, y nos separamos. ‘Yo sé muy bien pelearnos / no tiene sentido / si toda esta emoción pega la vuelta’. Si hay amor… Es todo un tratado sobre una separación de una pareja con una nena de tres años, lo que le pasa a todo el mundo (se ríe). Tiene un voto de esperanza, y también un poco de ironía: ‘uh la la, la vida es un laberinto / y siempre se sale por arriba / o si no, mejor tirarse desde un piso quinto’. Compongamos esto o hagámonos mierda de una vez por todas. Después nos reconciliamos (se ríe con ganas), y tuvimos el nene, el varón.





¿Hay mucho de lo que te pasa en tus canciones?
-Son épocas. Hay canciones más testimoniales y otras menos. En Transformación, compuse desde la melodía pura y dura, sin guitarra. Es el único disco que hice así. Esto es un abrazo lo compuse desde la improvisación, pero la improvisación con letra. O sea cantar la canción a viva voz, como si ya estuviera compuesta. Le llamo composición automática. Poner playrec y cantar: ‘¡el agujero de tatatatá!’. Cantar toda la letra a huevo. Es dificilísimo. Me agoté, no pude componer más así. Entonces empecé a hacerlo por primera vez desde la melodía. De pie, sin guitarra, ni teclado, ni letra, ni nada. Cantar melodías libres y astronómicas. Tenía después que buscarle la armonía a eso con la guitarra, y después la letra. Al final escribí letras y pude hacer algo que estuve toda la vida buscando. Yo estoy siempre superando etapas, no soporto las fórmulas, todo el tiempo pateo el tablero. Lo de Patria o muerte lo hago siempre, te das cuenta que me referencio. Hago una cosa, después otra y otra y otra. Como nunca, empecé a escribir letras con un tema ‘premasticato’, como yo imagino que hacen (Peter) Gabriel o García. Letristas, no poetas a lo Spinetta, jugando con palabras a ver qué pasa, sino enfocarme en un concepto a la mañana, como el Mundial de Fútbol, mi viejo, mi hija mayor, la conquista española en América, el ritual digital de la vida. Escribir sobre temas dados, y desarrollarlos desde la metáfora, no diciendo ‘jugó Argentina con Messi’.





No haciendo periodismo.
-No, claro. Es metáfora, muy poético. Y hablando supuestamente de terceros o de temas externos a mí, terminé siendo híper autorreferencial. Es la trampa de Transformación, que yo mismo me hice. Quería hablar de otras cosas, y todo lo que dije me ocurrió. Hasta las peores cosas atroces. Fue muy diabólico. Hasta me volví a separar de mi mujer, me quedé sin swing. Hay un montón de premoniciones.





Tiene algo bizarro estar grabando atrás, en la carpa de prensa, mientras desde el escenario estallan Los Cohetes Lunares, con Chorch McMoroney cambiando golpes con Personal Jesus, de Depeche Mode. Palo y La Hermandad salieron una hora antes de lo anunciado, a las 20.30, lo que desató la cólera hacia la organización de los varios que se quedaron sedientos del ícono. Después, se sacó fotos con cinco o seis, incluyendo un Jorge Godoy que en esos días se aventuraba en los páramos de la delgadez, y hoy ya luce de regreso a los terciopelos de la leudancia. Se metió en la carpa para artistas, se cambió la sudada remera celeste por una a rayitas, recibió su plaqueta de manos de los organizadores, y se dispuso para la prensa. Hiperkinético y verborrágico, pletórico en conceptos y ‘mano (o lengua, ja) suelta’ para compartirlos, algo inhabitual en un ámbito de pueblo en que los músicos que encandilan en el firmamento argento, a sabiendas de que no están abriendo su bocota para Rolling Stone ni (mucho menos) Inrockuptibles, no dan notas o responden ‘con el casete’, como dicen en el fútbol. Palo, que no será un masivo pero sí un consagrado, vuela a años luz de esa pichulería espiritual.
Ahora toma whisky -Ballantines- en un vaso de trago largo, sin ‘rocks’. Mira a los ojos, se contonea, se compromete, se muestra, se juega. No esquiva, no subestima, no da clase. Responde. La remera de “Yo le gané a la vida”, seguro le quedaría mejor a otro rockero consumado, no a un tipo que, como reza Charly en una canción que habla de una mujer que acaso él conozca, está en ‘tránsito perpetuo’. Palo no baja de ninguna montaña, está de barrio hasta las rodillas. No ha visto ninguna luz, pero no para de buscar ese fogonazo que vuelva a ponerlo en crisis. En ese trayecto lleno de accidentes, encuentra cosas.





“Estamos hechos mierda”





¿Qué te influencia hoy para componer? Seguramente ahí también sos rupturista.
-Algo patronímico es Lennon-Bowie-Spinetta-García. Está todo ahí, y después miles de cosas. Estoy escuchando mucha música moderna, hace unos diez años.





¿Qué?
-Anglosajón contemporáneo. Todo lo más moderno que me va llegando, viste. Un amigo me regaló un pendrive el año pasado, para mi cumpleaños en noviembre, con sesenta y ocho discos de 2016. Está Nick Cave y otros sesenta y siete más. Pendejitos de Florida, San Francisco, Londres, Manchester, hay peruanos re fisura, unos mexicanos, de todo.





¿Qué descubriste en ese paquete?
-Que estamos hechos mierda. Seeee… Hay un ruido mental infernal. Es Daniel Gorostegui, tecladista de Cornelio y Visitantes, el que me baja eso, un enfermo melómano; hace treinta años me da la música más moderna y fisurante. Es muy ochentoso todo. Las voces están pasadas por la morfina, están totalmente dopados, no como en los ochenta, que estaban todos como excitados. Las voces son todas morfinómanas, con lo mínimo: ‘ahhhhhhh‘ (canta). Y un montón de ruido blanco, filtros, distorsión, arreglos raros. Estamos en una batalla mental con lo mediático, nos comen la cabeza. Aparte son los hijos de los punks ya, ni de los hippies, o sea que son pibes que están post, de vuelta. Los veo como muy zen, esa cosa morfinómana, gente muy ‘yoica’, muchos vegetarianos, todo muy cool. En Argentina no estamos muy así todavía. Cuando hicimos Don Cornelio buscábamos la vanguardia, dónde está la psicodelia en el siglo XXI, lo rupturista, lo raro. Lo raro es lo que nos interesó siempre, y ahora también.





Palo tiene mugre celeste, como si estuviera sucio de cielo. Se lo ve entusiasmado, atorado de arte, porta una cabeza que gatilla enrulados links. Tiene algo de zen incendiado que no para de arder. A los 52 sigue con la actitud punk de patear los tableros que va fijando su propia obra, no quiere ser un cover de sí mismo, como diría Malosetti. Y si, en el decir de Saccomanno, la de Marguerite Duras es una escritura lesionada, las canciones de Palo tienen algo de lesionadas, aunque nuestro impar frontman no haya nacido en Vietnam sino en Flores sur. No sé si es su voz, no sé si su mirada, pero la suya no es una obra de perlas cristalinas, sino enchastradas.





Continuará.
Chino Castro


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