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lunes, 13 de mayo de 2024
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San Carlos de Bolívar

“La Batalla de San Carlos fue la más grande que se desarrolló en el territorio argentino”

Julio Ruiz habló a 149 años del suceso más importante que se dio en estas tierras.

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Lamentablemente desde hace ya bastante tiempo se ha dejado de recordar a la Batalla de San Carlos, un hecho histórico, el más importante que tiene el Partido de Bolívar para pararse delante de cualquier otra ciudad y decir que aquí se dio el enfrentamiento más grande que tuvo Argentina en su historia con 6.000 hombres combatiendo: blancos –los menos- e indios, en su mayoría.

Hasta no hace muchos años había actos oficiales en el monolito de Los 4 Vientos, que hoy no sólo tiene una placa rota, sino un yuyal típico de un lugar olvidado y poco importante. Hasta allí se llegó la gente de Evolución Radical con el profesor Julio Ruiz para dar otro relato de lo que fue aquel combate, el que dio paso a la verdadera conquista del desierto. No recordarla porque se tiene una idea distinta de lo que ocurrió hace 149 años es negar la historia, en eso coincidimos con el ex intendente, quien habló por casi 25 minutos, contando pormenores de los hechos ocurridos en aquel momento, que desembocaron en aquel famoso enfrentamiento que hoy la mayoría olvida, y del que el año próximo se cumplirán nada menos que 150 años.

Dijo Ruiz: “Hoy estamos acá en lo que se conoce como el ´Monolito a los cuatro vientos´. Elegimos este lugar para recordar la fecha de hoy por dos razones, primera porque cerca de aquí se desarrolló el acontecimiento que vamos a comentar, y segundo porque si hubiéramos cuidado los bolivarenses nuestra historia, seguramente tendríamos los bolivarenses un lugar más cerca, en el parque municipal ´Las Acollaradas´; pero lamentablemente el mensaje que venimos repitiendo sistemáticamente es que o desconocemos nuestra historia, o la ignoramos, o no la cuidamos”.

Y Ruiz contó una historia que pocos conocen: “Allá en el parque, en el año 1972, cuando se cumplieron 100 años de la Batalla de San Carlos, soldados del regimiento de Olavarría mientras construían el puente que une la glorieta con el parque, tan visitado y tan famoso, construyeron también una réplica del fortín San Carlos, con palo a pique, como era su construcción original; pero que duró poco tiempo, porque una vez que pasaron los homenajes y se fueron las figuras importantes, se lo comieron los yuyos, se pudrieron los palos, nadie se encargó de cuidarlo y nadie se encargó de reconstruirlo tampoco, ni siquiera de señalar con un cartel que allí estuvo una réplica del Fortín San Carlos a escala real, que podría haber sido tranquilamente el lugar donde hoy podríamos estar contándole a nuestros jóvenes cómo fue la historia”.

Julio siguió diciendo que “la historia que vamos a contar hoy debería ser conocida porque aquí cerca estaba el Fortín San Carlos, que hacía pocos años que se había construido junto con otros dos fortines, uno a la altura de Del Valle llamado ´Hombre sin miedo´, y otro a la altura de la bajada a La Nicolasa, que era el Quene Huín. Esos tres fortines constituían un freno a la salida de los malones para evitar que se llevaran el ganado”.

Como buen profesor y buen narrador, Ruiz atrapó la atención de los presentes para contar que “la Batalla de San Carlos se produce en un contexto muy especial, porque es la época que empieza el desarrollo de una nueva cultura en la Argentina, de una nueva sociedad. Hacía poco tiempo, 1853, que se había constituido la unión nacional y había nacido formalmente el Estado nacional a través de la Constitución Argentina. A partir de ahí el Gobierno nacional toma conciencia de que algo hay que hacer, porque en 1810, cuando se produce la Revolución de Mayo, los mejores ejércitos europeos luchaban con un fusil a chispa, con un sable, se movían a caballo, usaban cañones con balas de hierro, igual que nuestros ejércitos. Pero en 1853, después de 43 años de guerras civiles, nuestros ejércitos seguían igual, mientras que en Europa ya estaban las armas de repetición, los ferrocarriles, los barcos a vapor y el telégrafo, que había producido la segunda revolución industrial, y nosotros estábamos en pañales como en 1810”.

Con todo el panorama descripto, fue tiempo de entrar en el ambiente de la famosa batalla librada en este lugar de la provincia de Buenos Aires: “Además de todo ese atraso, teníamos otro problema, como el desarrollar un Estado nacional y no había fondos, entonces viene la elección del modelo económico, cómo hacemos plata, y había dos formas: a la norteamericana como decía Sarmiento, industrializando y educando para el consumo, o la más fácil, que era más rápida, la agricultura. Pero para desarrollar la agricultura necesitábamos la tierra, y la tierra era lo que llamaban el desierto; pero que no estaba desierto, había gente, eran los que vivían desde antes que llegara el hombre blanco; pero eso no importó, porque ya había empezado lentamente la conquista del desierto en 1700; pero llegaba hasta el Río Salado, de ahí para acá era zona libre, los indios venían desde Chile o desde otros lugares de la República y levantaban las manadas de ganado y las llevaban tranquilos para su consumo o para venderlas, y con eso obtener recursos en Chile para su subsistencia. Pero cuando nos encontramos con la imperiosa necesidad de recaudar, tenemos que elegir, no el modelo industrial, que lleva muchos años de inversión y muchos años para devolver ganancias, elegimos la agrícola ganadera”.

Todo tiene una explicación, y Ruiz tenía todas las respuestas: “Por qué agrícola primero y ganadera después, porque la agricultura permitía una más rápida recuperación de la inversión y ganancias, en meses, tal vez un año, en cambio la ganadería iba a llevar al menos tres. Entonces nuestro país se transforma en agrícola ganadero, y dentro de la ganadería elige la más rápida vía, que era el ovino, que generaba recursos mucho más rápido que el vacuno, y después en última instancia las vacas. Pero para eso hacía falta ocupar el terreno, que estaba ´desierto´, y ahí es donde comienzan las campañas al desierto en la provincia de Buenos Aires ya formalmente en el gobierno de Mitre. Estas campañas son las que van avanzando las líneas de fortines, y a la vera de esos fortines se van construyendo los pueblos, y ya para 1860 también está llegando el ferrocarril y el telégrafo, y arranca un avance sistemático que hace que los enfrentamientos con nuestros aborígenes que antes eran esporádicos, se vayan transformando cada vez en más constantes, porque ahora ya no estaban tan lejos los blancos de los indios, cada vez estaban más cerca invadiendo sus lugares”.

El relato de la historia es apasionante, y Ruiz siguió con los detalles: “Y comienza una lucha, una lucha que no estuvo exenta de las internas políticas que tenían los blancos, porque así como antes los Unitarios y los Federales habían buscado aliados entre los indios, ahora buscaban aliados los ´Liberales´ contra los demás. Y pasó que aquellos que en la época de Rosas eran los indios malos, los que estaban con los Unitarios, ahora pasaron a ser los indios buenos porque eran aliados del Gobierno nacional. Y los que habían estado con Rosas, que antes eran los indios buenos, ahora pasaron a ser los indios malos, porque pretendían defender su cultura, su territorio; pero además tenían el peso encima de haber estado con Rosas”.

Y Ruiz separó muy bien los bandos aborígenes: “Dentro de los indios ´amigos´ que estaban en el Gobierno nacional y que habían luchado en su momento para los Unitarios, había unos cuantos caciques famosos, entre ellos Coliqueo, que había venido de Chile y que estaba enfrentado con Calfucurá. Y Catriel. Y dentro del bando de los indios ´malos´ estaba Calfucurá, que también había venido de Chile, Calfucurá con toda su familia, con toda la elite de los Curá; pero que habían formado, a través de una serie de alianzas, pero también de ataques, de presiones y de muertes, una confederación indígena que planteaba justamente la defensa del territorio y de la cultura. En este contexto es que se produce la Batalla de San Carlos, en un contexto complicado en lo económico, en lo político y también en una lucha de dos culturas, una que se negaba a desaparecer y la otra que hacía fuerzas por elevarse, por dominar”.

El historiador destacó que “la que hacía fuerza por dominar venía con el progreso, con la tecnología, las nuevas ideas, los nuevos modelos productivos y con una de las armas más importantes que tuvo la conquista del desierto: el alambrado. Alambre de púas que no sólo trataba de impedir la salida del animal propio, sino que trataba de impedir la entrada de ajenos a llevarse el animal propio. Pero este alambrado también produjo un profundo cambio cultural en nuestras generaciones autóctonas de criollos y gauchos. Porque ese alambrado marca que el gaucho que antes mataba libremente una vaca para comer, ahora tenía que saltar el alambrado, y pasaba a ser un ladrón, y si era un ladrón y lo agarraban, lo obligaban a ir al ejército en la frontera, o directamente podía escaparse a vivir con los indios: Juan Moreyra, Martín Fierro. Pero no todos se animaron a quedarse viviendo en las tolderías, porque no era para todos, algunos se volvieron a los pueblos y allí por culpa del alambrado desarrollaron en la zona urbana actividades que no tenían que ver con lo suyo; pero sí con actividades que las ´buenas persona´ no querían hacer, como ser matones de los políticos de turno, trabajar para ellos, y ese es el ejemplo vivo de Juan Moreyra”.

Ruiz siguió, ya entusiasmado con el relato, contando que “después hubo una tercera parte, que no se animó a irse con los indios, tampoco se animó a cruzar el alambrado y tampoco quería ser un matón, y como tenía hambre golpeó la tranquera y pidió trabajo, y ese pasó a ser el paisano, como Don Segundo Sombra. Es decir, en este momento de cambio es que se produce esta batalla, que no es una batalla en el puro estilo militar, es una lucha de culturas, con armas nuevas en algunos casos y con tácticas viejas, porque se desarrolla al mejor estilo de los entreveros de gauchos e indios. Por esta razón no hay un lugar exacto para la batalla, se sabe dónde comienza, por aquí cerca, a dos mil metros, donde estaba el fortín; pero no se sabe dónde termina, porque fue una serie de encuentros fuertes entre las tropas de Ignacio Rivas, Boer, Ocampo, Palavecino, Santos Plaza, por si les suena, que son las calles de nuestro pueblo, apoyados por los indios amigos de Catriel y Coliqueo, que sumaban unos 1.800 hombres, más o menos, de los cuales 600 eran blancos y los otros 1.200 eran indios; contra las fuerzas de Calfucurá, Reuquecurá, Namuncurá, que sumaban 6.000 hombres, de los cuales la mitad se dedicaron a combatir y la otra mitad a llevar el arreo”.

fue la más grande que se desarrolló en el territorio argentino

Ya inmerso en el relato de la batalla, Julio continuó: “Hubo un primer encuentro aquí y después una retirada de los indios y una persecución de los blancos o de los nacionales, que generó otro encuentro y otra retirada y otra persecución que generó otro encuentro y así sucesivamente de acá hasta la laguna Cabeza del Buey. En el medio los muertos van quedando, murieron alrededor de 300 indios de Calfucurá y entre 50 y 80 de los nacionales. Por eso no se puede decir que fue una batalla tradicional, fue una batalla bien del desierto, y fue la más grande que se desarrolló en el territorio argentino, porque en ninguna batalla de las que se produjo durante la guerra civil, e incluso de la guerra de la independencia, llegaron a combatir 6.000 hombres, en ninguna. Maipú, que es una de las batallas que tomamos como grandes en la independencia, llegaron a combatir con suerte 6.000 ó 7.000 mil hombres, y fue de las más grandes. San Carlos tiene una importancia clave en la historia argentina, hasta San Carlos la Confederación Indígena era invencible y generaba temor, y también daba excusas a quienes querían de cualquier manera agarrar estos territorios y tenían la excusa justa para lanzar expediciones por todos lados contra los indios de cualquier color; pero a partir de San Carlos desaparece esa visión que había de ´invencible´ y Calfucurá se retira a Carhué y perdió gran parte del apoyo que tenía de su gente, y muere de tristeza poco tiempo después, en marzo o abril de 1873, y esto lleva a la disolución de la Confederación, y a partir de ahí empiezan las campañas al desierto que nosotros conocemos formalmente como la de Nicolás Levalle, la de Julio A. Roca, que son las que van eliminando los focos aislados que iban quedando de la resistencia indígena. El ferrocarril, el telégrafo, el Rémington y un arma nueva que se usó poco contra los malones pero que fue muy efectiva: la ametralladora”.

Después de las lanzas, como reza el libro de Oscar C. Cabreros, hubo un terreno allanado para la instalación de los pueblos. Julio contó que “a partir de ahí fue casi una guerra de policías para ir eliminando pequeños focos que iban quedando. Pocos años después, para 1882, prácticamente había concluido la conquista del desierto en las provincias de Buenos Aires, Río Negro, Neuquén y parte de la Patagonia, que a partir de ahí quedan incorporadas al patrimonio argentino”.

Julio reflexionó que “se puede hablar mucho de San Carlos; pero creo que más que del hecho puntual de San Carlos, de lo que tenemos que hablar es de la lucha de culturas, y vamos a encontrar en ese debate dos bandos netamente diferenciados, los que como en la placa que ya no está (sí, al monolito de los cuatro vientos le falta una placa) hablan de los hombres que dieron su vida por el desarrollo de la Patria, y aquello que van a decir el huinca que nos desalojó, que nos mató, que nos robó, que nos persiguió y que en definitiva eliminó nuestra cultura. Y las dos tienen razón, y el problema que se nos presenta en la historia es que así como hay una historia que escriben los que ganan, también hay una historia que escriben los que pierden, y las dos tienen razón, o por lo menos las dos tienen gran parte de la verdad, por lo tanto una de las cosas que tenemos que aprender es a no denigrar, a no ningunear, a no despreciar a ninguna de las dos partes de la historia, porque las dos son historia, y nosotros somos resultado de esa historia, de esa conquista del desierto, de esas matanzas, de todo eso, por lo tanto también somos en cierta medida partícipes de esa historia, algunos en la parte que les tocó ganar y otros en la parte que les tocó perder, y el resto en los que heredamos”.

Para concluir con una nueva exposición de lujo, Julio Ruiz dijo: “Esto que estamos haciendo tiene en realidad la intención de que aprendamos a cuidar lo que heredamos, a cuidar no sólo esto, que son los monumentos que recuerdan esos hechos, que son los que dan una imagen de la historia; pero también a cuidar lo que son nuestras culturas originarias, porque somos el resultado de los dos, y si negamos una de las dos es como negar al padre o a la madre, por lo tanto los dos merecen nuestro respeto, los unos y los otros; no es cuestión de que por izar la Huipala empecemos a putear a todos los blancos; ni es cuestión de que porque venimos a recordar la Batalla de San Carlos empecemos a putear a todos los descendientes de aborígenes, no es así la historia, así no construimos. Tenemos que construir un país en el que todos formamos parte de la misma historia, y para eso necesitamos aprender, conocerla, y sobre todo a respetarla para poder respetarnos, y eso en todos los órdenes, no sólo en la historia: en la cultura, en el pensamiento, en la elección sexual, en la ideología, en el lenguaje, en el vestir, en todo. Tenemos que aprender a respetarnos porque él, ella y yo formamos parte de la misma historia”.

Ángel Pesce.

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