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La aventura del “gaucho rubio”: 18.000 kilómetros a caballo entre Madariaga y Nueva York

Especiales de DIB - La Provincia Lado B - Por Marcelo Metayer.

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Un día de 1993, Hugo Gassioles se propuso emular la travesía del suizo Aimé Félix Tschiffely con los caballos criollos Gato y Mancha. Consiguió los animales y un compañero y se largó. Tardó tres años y medio en cumplir su sueño, y entró a la mayor ciudad de EE.UU. el 10 de noviembre de 1996. En el camino pasó situaciones peligrosas y conoció muchísima gente.

La escena parecía sacada de una película. Hugo Gassioles, de General Madariaga, arribaba sobre el lomo de su caballo al monumento al general José de San Martín, en el Central Park de Nueva York, EE.UU., ondeando una bandera argentina. Era el Día de la Tradición de 1996 y “el gaucho rubio”, como lo apodó la prensa estadounidense, llegaba al final de un viaje de 18.000 kilómetros y tres años y medio que tuvo peripecias increíbles y le dejó, sobre todo, haber conocido por el camino a “muchísima gente muy agradable, con quienes en muchos casos sigo teniendo contacto”. Un cuarto de siglo después, Hugo es un reconocido artesano y orfebre de los pagos de Madariaga, que sigue teniendo vivo el recuerdo de la travesía con la que quiso emular la de Aimé Félix Tschiffely y los caballos criollos Gato y Mancha entre 1925 y 1928.

Todo empezó, como cuenta Gassioles a DIB, en un asado. “Cuando tenía unos 18 años hice un viaje por Brasil cruzando el Amazonas. A la vuelta ponemos un criadero de nutrias con un amigo, Roberto Zopi. Y una noche entre copa y copa le estaba contando anécdotas de ese viaje y me dice ‘¿sabés qué sería lindo?, hacer un viaje a caballo’. Lo miro y le digo ‘dale, vamos hasta Nueva York’. Años después anduve por Centroamérica, después en Europa, volví a los 23 años y pensé en hacer este viaje”.

“Empiezo a buscar caballos -continúa vía telefónica desde su taller en General Madariaga-. Estaba en el campo de Roberto y un vecino de un muchacho que trabajaba en el campo de al lado me dice si me puede acompañar”. Se trataba de Héctor “Turco” Dahur, quien terminó viajando con Gassioles durante la mayor parte del recorrido, ya que Zopi decidió no hacer el viaje.

“En muy poco tiempo consigo los caballos. El viaje lo armé en cuatro o cinco meses”, afirma el platero. Los caballos eran Nahuel, Lucero, Argentino y Pampero, proporcionados por Juan José Barbieri, un estanciero de Maipú.

“Había planificado una ruta que terminó siendo parecida a la que hizo Tschiffely con Gato y Mancha. Puse una fecha y mientras tanto estaba buscando sponsors. Se enteró el Gobierno de la provincia de Buenos Aires y me ofrecieron auspicio económico”, relata Gassioles. Lo que finalmente le entregaron fueron dos bolsas de dormir, una carpa y un decreto provincial “que me sirvió en varios países para ir pidiendo permisos, junto a otros papeles”.

Los despidieron unas 15 mil personas en Madariaga, prácticamente la mitad del pueblo, el 23 de mayo de 1993. Llegaron el 25 a Maipú para pasar por los pagos del dueño de los caballos. “Hicimos unos kilómetros de más pero bueno, nobleza obliga”, dice.

42 meses al paso

Después de Maipú siguieron hasta La Plata y comenzó la dura travesía.

A lo largo de tres años y medio cruzaron Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, México, entre otros países hasta llegar a EE.UU.

Hacían “entre 30 y 35 kilómetros por día, que es lo que separa la mayoría de los pueblos. Hubo días de 60 ó 70 kilómetros, pero fueron jornadas excepcionales cruzando algún desierto, Perú sobre todo”.

Mientras tanto, el dinero que la Provincia había prometido no llegaba y “acá un grupo de amigos fue haciendo algunos eventos y fiestas” para asistirlos, además de que “mi familia aportó una ayuda importante”. El gasto total del viaje rondó los 80.000 dólares.

Bombas, tiros y tiburones

Gassioles cuenta que cruzaron muchas zonas de gran peligrosidad: “Pasar Perú con Sendero Luminoso en toda la sierra no era algo simple. Recuerdo un pueblo donde el destacamento de Policía había sido volado hacía pocas horas y todavía salía humo”.

“En Guatemala se tIrotearon la Policía y la delincuencia y nosotros estábamos en el medio. Hubo momentos de esos que si la sangre tiene olor, estoy herido”, agrega. En Colombia, en tanto, “hemos parado en la casa de Fabio Ochoa, padre de los hermanos Ochoa, del cartel de Medellín. Allí los caballos estuvieron como 20 días”.

Cuenta que generalmente dormían tapados con el recado, al aire libre. “Si andás a caballo y tenés pinta de gringo, eso es sinónimo de plata y estás en la mira de todos para hacerte sonar, pero los que duermen debajo de los puentes, a la intemperie, tienen pinta de locos y a los locos nadie les dice nada”, relata.

El momento de quizás mayor tensión fue al pasar de Colombia a Panamá: “Nos habían recomendado que no hiciéramos el Tapón del Darien (zona selvática en la frontera) porque era usado por narcotraficantes y contrabandistas de armas con mulos y caballos y bueno, nosotros veníamos a caballo”. Entonces “conseguimos una embarcación muy pequeña pero no podíamos llegar hasta la orilla. Nos tiramos en la desembocadura de un río y nadar. Cuando el mar crece hace como un tapón en la desembocadura del río y crecen todas las aguas porque hay mucho pescado y se llena de tiburones. Nadamos pocos metros pero vimos la aleta de un tiburón. Esos 7, 8 metros nadamos como un motor fuera de borda”.

Solo al final

El final del viaje fue un poco accidentado. “El Turco” Dahur se había casado en Ecuador y había tenido un hijo. “En México él ya decide abandonar, y después fue en avión hasta Nueva York. No pudo entrar a EE.UU. con sus caballos porque aparecieron con piroplasmosis y no quiso seguir con otros animales”, recuerda.

Por otra parte, el recorrido puramente a caballo fue hasta Washington. “En EE.UU. me ofrecieron cortar los puentes para que yo pasara pero era todo un problema porque Washington a New York son como pequeñas islas y tenés mucho puente. Cada vez que cortaban un puente había muchas complicaciones. Así que pensé, por 400, 500 kilómetros no le iba a sacar mérito al viaje. No quería marcar un récord Guinnes. La intención fue, simplemente, cumplir un sueño”, cuenta.

Un cuarto de siglo después de esta aventura, Hugo Gassioles confiesa que “no tengo nada, soy artesano y vivo de la artesanía. No le di mucha difusión a esto porque pretendo vivir de lo que trabajo y como no conseguí una propuesta que me interesara para hacer un libro, no lo hice”.

“Por ahí en algún asado, entre copas, cuento esta historia”, finaliza el relato el platero y cierra el círculo de un sueño que nació en un asado, entre copa y copa. (DIB) MM

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