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Juan Cuello, el gaucho enamoradizo que fue ejecutado por orden de Rosas

Por Fernando Delaiti.

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Se trata de un personaje popular, que tuvo en vilo a la Policía y desafió el poder del gobernador bonaerense. Tuvo varios romances que complicaron su vida. Fue perseguido y lo fusilaron en 1851.

A Juan de la Cruz Cuello lo sentaron en el banquillo y le quisieron tapar los ojos. “No es necesario, no le temo a la muerte”, les dijo a los dos soldados que lo contenían. Estaba tranquilo, acompañado por el padre Camargo y el fray Fernando. Miraba a su alrededor y veía a mucha gente, entre curiosa e incrédula, que había llegado hasta el lugar para presenciar su ejecución. Nadie parecía aterrorizarse de algunos cuerpos decapitados que había en el lugar.

“Por Dios, por la Patria y por la Confederación argentina, se impone pena de la vida al que pida por el reo. Mueran los salvajes unitarios”, se leyó.

El gaucho, sin temor, tal vez resignado, levantó la mano para decir sus últimas palabras. Allí intentó blasfemar de la Mazorca, la organización policial que ejerció el terror como instrumento en el Gobierno de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires. Pero una mordaza en su boca impidió que siguiera con sus injurias contra el entonces gobernador.

Los 16 tiradores del capitán Castillo prepararon sus armas. El silencio era total. La gente apretaba sus dientes a la espera de la orden final. Los sacerdotes apuraban sus oraciones para pedirle a Dios por el alma del condenado a muerte. A las fuertes explosiones de las armas le siguió el desplome del cuerpo de Cuello.

Allí, todos dieron media vuelta y se retiraron. Salvo dos soldados que se acercaron a la humanidad del ejecutado para cortarle la cabeza. La pusieron en una bolsa que partió con destino al cuartel de Palermo, donde sería exhibida para que, como describió magistralmente el escritor y periodista Eduardo Gutiérrez, a nadie se le ocurra “alzar el poncho” contra Rosas. 

La historia de Juan Cuello, entre mito y realidad, fue relatada por el militar y escritor Manuel Olascoaga y también por Gutiérrez, el creador de la novela Juan Moreira. Hasta tuvo una obra de teatro de los hermanos Podestá. De vida intensa y corta, nació por 1830 y murió a fines de 1851. Conocido por ser una especie de bandido rural, lo cierto es que fue un gaucho al que el amor le jugó alguna mala pasada y terminó encasillado como bandolero por obra de Rosas.

Cuenta la leyenda que Cuello no faltaba a ningún baile. Con su inseparable guitarra y eterno buen humor, su voz afinada entusiasmaba a los presentes y atrapaba a las mujeres.

Siempre con el chiripá pampa sujeto a la cintura, poncho y espuelas de plata en sus botas, era una mezcla de gaucho y hombre de ciudad. Su única arma era un pequeño puñal que llevaba escondido en su cintura, heredado de su padre, un capitán del ejército federal que comandaba el general y caudillo mendocino José Félix Aldao. 

Con mucho amor

Alto, de tez morena suave, sus largos rulos y presencia, que sobresalía en cada pulpería que pisaba, le permitían cautivar a las mujeres. Con elegante desenvoltura, vivía en una época de noches largas, que solían terminar a los besos con alguna limeta, esas botellas de vientre ancho y cuello largo.

A los 15 años había empezado a trabajar como peón en una estancia, y cuatro años más tarde, en 1849, tuvo uno de sus primeros romances con una joven también pretendida de un ayudante del Cuerpo de Serenos, una especie de guardianes que se encargaba de patrullar la noche. Eso le valió ser atacado por integrantes de la Mazorca, aunque gracias a la habilidad que tenía con el facón mató a dos policías. Sin embargo, fue atrapado, aunque Rosas frenó su fusilamiento y lo reclutó en las fuerzas militares.

Tiempo después, desertó y fue en busca de su amada, Mercedes, la joven de la sonrisa eterna.

Pero todo terminó mal: se encontró con la muchacha y su otro pretendiente, el policía, quien terminó con un puntazo en el corazón.

A partir de allí fue un perseguido, aunque no pudieron atraparlo y hasta mató al capitán del escuadrón que quiso detenerlo.

Lejos de esquivar los problemas, otro amor prohibido apareció en su vida: Margarita Oliden, una morocha de ojos pensativos, como la describió Gutiérrez, hija de un sargento y prometida del coronel Ciriaco Cuitiño, nada menos que el jefe de la Mazorca. La joven de 17 años fue encerrada por su padre para evitar su amorío con el gaucho payador, que la había conquistado cantándole una serenata.

Con ella se fue a Luján, aunque al ser perseguido debió escapar de esa ciudad. Margarita, cuentan algunas versiones, murió al dar a luz tiempo después.

Declarado “enemigo público”, junto a su banda de desertores siguió escondiéndose por diferentes localidades del territorio.

En este punto hay diferentes escritos. Uno de ellos cuenta que se refugió en el aduar del cacique Mariano Mohican, en Azul.

Ahí se casó con Manuela, hermana del cacique, quien terminó entregándolo a la Policía por unos pesos.

El 24 de diciembre de 1851, en la pulpería de don Cosme, borracho, el gaucho romántico terminó acostado en un catre sin poder reaccionar y rodeado de policías.

Manuela, que había cobrado por traicionarlo, fue apuñalada por otro indio que le robó el botín. Cuello fue trasladado a Santos Lugares y el 27 ejecutado.

Pocos días después, el 3 de febrero, Rosas quien había tenido un triunfo pasajero al atrapar al gaucho, era derrotado en la Batalla de Caseros, y su derrumbe empezaba a escribirse en la historia nacional.

(DIB) FD

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