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martes, 23 de abril de 2024
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Javier Palacio: el cuchillero bueno profesionaliza su hobby

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Ama la política y no se aleja de su amado radicalismo, aunque no milite formalmente ni esté de acuerdo con el rumbo que el centenario partido ha tomado en los últimos tiempos (o no milite precisamente por eso). Una cosa no reemplaza a la otra, pero en los años recientes Javier Palacio ha descubierto que puede convertir en profesión su hobby de restaurar y construir cuchillos. La pandemia lo hizo.

No tiene antecedentes formales en el ámbito de las artesanías, aunque si mira con atención el ‘hilo’ familiar ve afinidad con su abuelo paterno, que era el típico hombre hábil con las manos, de esos que se las rebuscan para resolver los más variados menesteres (todavía quedan, porque la tecnología jamás podrá con todo), Y un tío, Roberto Wilk (primo hermano de su padre), trabaja en la única fábrica del mundo de metales flexibles, que es de origen alemán y está radicada en Hurlingham. Wilk jugó un papel clave en su ‘carrera’ como cuchillero, ya que le enseñó la técnica del templado, “el eje por donde transcurre la vida de un cuchillo”, explica Javier. 

Hace diez años este hombre que también se desempeña como agente de la oficina local del PAMI comenzó a despuntar lo que terminaría siendo una gran pasión, que hoy le insume sus tardes en casa tras salir de la agencia, en el taller que se armó donde antes había un quincho (¿habrá dejado la parrilla?). Fue en la cuarentena que su hobby explotó: en marzo se internó en el cuarto del fondo de la vivienda que comparte con su familia, en calle Sargento Cabral, y mientras levantaba su espacio advirtió que ahí podía haber algo más, a medida que iba animándose a mostrar sus creaciones y provocando un interés real primero entre conocidos y luego en la comunidad. A su primer cuchillo lo regaló, a tono con aquella vieja letra de Los Twist donde la banda de Cipolatti explicaba a los pibes que empezaban a salir, con la democracia calentándoles la piel como un sol desconocido, que “al primero te lo regalan, al segundo te lo venden”, aunque claramente el ácido Pipo no hablaba de navajas ni de puñales, mucho menos de un inocente serruchito para cortar el pan.

 

ACERO PARA VOLAR

Javier fue de lo simple a lo más complejo, de lo grueso a lo fino. Desde el año pasado produce mucho y vende todo, piezas que él crea con metal virgen o de discos de arado u otros elementos (trabaja por desbaste y por forja). Aunque la ‘banda de sonido’ de su vida sea el folclore, ambienta su ‘laboratorio’ con pop y rock de los ochenta para acá -a veces, aleatoriamente, de alguna radio local-, se prepara un mate y pone manos en la forja. Así, logra que cada tarde sea diferente, aunque esté haciendo lo mismo.

En las Fiestas 2020, Tinque, que así se llaman sus creaturas por un emotivo motivo que veremos después, fue furor. Los valores de las unidades parten de los cinco mil pesos, los materiales que emplea se comercializan a precio dólar y no es barato mantener el taller. Pero como en todo, a mejores materiales de trabajo, mejores resultados. “Con dos o tres herramientas uno puede hacer un cuchillo, pero si le va agregando todo lo que el mercado ofrece para trabajar, logrará uno de mejor calidad. Eso me fue pasando”, dice el hombre de indoblegables facciones aniñadas, que no resigna un bucle aunque en su boscosa cabellera ‘ya saquen la cabeza’ algunas canas. Su éxito, empero, no ha sido aún económico: todo lo que gana lo usa en mantenimiento del taller y reinversiones para mejorar su calidad de labor. Al momento de esta entrevista, esperaba la llegada de un acero  alemán de primera, pensado para piezas de corte de las que duran toda la vida y pasan de generación en generación.

Su producción ha despertado mucho interés, al punto que algunos le solicitan cuchillos según sus preferencias, ‘a medida’ (una mayoría de interesados pretende ‘pieza única’). Trabaja a pedido pero muy poco: prefiere elaborar sus propios diseños, como un artista que no negocia reservarse una porción de libertad. Sin embargo él se resiste a definirse como artesano -menos como un artista-,  no se considera así sino como “un avanzado aprendiz de cuchillería”. Desde el lado de los compradores también se expresa que el cuchillo tiene un ribete artístico, dado que muchos llevan uno para la cocina o la parrilla, pero otros tantos como un artículo de colección que jamás estrenarán. “Un cuchillo hasta puede ser un buen adorno”, agrega el fabricante.

Además, recicla. “Me gusta trabajar con elementos reciclados, me he recorrido campos y casas de remate. Hay muchos que cuestionan al cuchillo que no es de acero virgen, pero a mí me parece que va en gustos, que no cambia el producto, o si sufre una alteración quizá un ingeniero lo podría definir mejor. He comprado acero virgen, pero la verdad es que me apasiona reciclar, me parece que es más artístico”.

Pone especial énfasis en el acabado de cada pieza, y ahí también vemos al artista, aunque él le rehúya a la etiqueta: “A todos los lustro con esmero. Muchos prefieren dejarlos rústicos, que también hago algunos así por una cuestión de costos, pero me gusta llegar a lo que en cuchillería llamamos pulido espejo”, marca Javier, un tipo afable por naturaleza, buen conversador, de esos que además escuchan, pero también amante de la soledad, como lo refleja su vocación por meterse en un mundo dentro del mundo (¡una burbuja!) a volar a través del acero y la geometría. Un buen tipo, al que no te imaginás empuñando un cuchillo salvo para hacer el bien.

 

CON TINQUE EN EL CORAZÓN

Tinque, que así se llaman sus piezas, es también un modo que encontró de homenajear a su amada mascota, su perrito Tinque, el pointer que en su adolescencia lo acompañaba en sus aventuras de caza y de pesca. (Tinque era el nombre del perro del abuelo que le regaló a su Tinque.) “El día que se fue quedé muy impactado, pero esta es una forma de seguir teniéndolo conmigo. Cuando necesité definir una marca, el nombre vino solo”, expresa el hacedor. El factor emotivo de su tarea también late en el hecho de que su sobrino, Tomás, hijo de su hermana Lorena, poco a poco va entusiasmándose con el oficio, y ya ha visitado varias veces el taller en plan aprendiz. Igual que su padre, ‘Tito’ Palacio, que a menudo lo acompaña y lo ayuda. “Así se disfruta más”, dice con una sonrisa el cuchillero bueno. 

Chino Castro

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