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Historia y leyendas del Margaretha, el barco alemán varado frente a Mar de Ajó

En septiembre de 1880 el navío mercante Margaretha naufragó en la costa del Cabo San Antonio. Apareció abandonado. Traía una gran carga, pero las historias que generó el siniestro terminaron siendo más importantes. Y el barco le dio nombre a la región por muchos años.

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Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

La historia de la humanidad puede contarse por sus navegaciones. Y la historia de las navegaciones puede contarse por los naufragios. Miles y miles de buques han terminado su vida en tragedias. De esos, muchos concluyeron en costas argentinas, cada uno con su propio relato. El del Margaretha, un bergantín alemán que quedó varado frente a lo que hoy es Mar de Ajó en 1880, es fascinante porque empezó con el misterio de una nave abandonada y continuó con leyendas que se siguen narrando hasta el día de hoy, además de haberle dado su nombre a las playas de la región.

La investigadora Adriana Pisani cuenta en “La fantasía del naufragio” (1991) que “a fines de septiembre de 1880 una noticia apareció en los diarios: una nave varada en el Cabo San Antonio. Era el Margaretha, de bandera alemana, que navegaba hacia Chile, vía Estrecho de Magallanes”.

Continúa: “La Capitanía de Puertos envió al teniente Diego Laure en el vaporcito Sol Argentino para verificar la noticia y al llegar encontró parte de la mercadería que transportaba, depositada en la playa en muy mal estado por el temporal que azotaba la costa. Entre otras cosas, Margaretha traía setenta y cinco cajones con muebles, maderas, pintura, motones, ‘agua florida’, sillas, dos pianos, aceite de linaza, mesas, etcétera”.

Lo que también había en el buque eran unos 700 barriles de pólvora, que Chile necesitaba ya que se encontraba en guerra con Perú y Bolivia. “Parte de esa pólvora luego produciría un accidente en los agentes que custodiaban el cargamento”, asegura Pisani.

Pero los que llegaron al barco no encontraron lo más importante: la tripulación. La nave estaba abandonada a su suerte. Este detalle fue el que más tarde provocaría leyendas y confusiones.

“Se apercibe de no tener gente”

El 30 de septiembre, una nota en La Prensa titulada “Siniestro en el mar” contaba que “ayer a las 4,30 p.m. estaba (el buque) a una cuadra de la orilla. Se apercibe de no tener gente y aparece en perfecto estado”. En el texto se relata la suerte de la tripulación: “El capitán de la corbeta española Paquete de Valdegas dio cuenta que a la altura del Cabo San Antonio recogió a su bordo a los tripulantes de dicho Margaretha que andaban en un bote habiendo abandonado aquel buque hace cuatro días. Los tripulantes declararon que cuando consideraron inevitable la pérdida del buque por fallarle el timón resolvieron abandonarlo habiéndose embarcado en un bote con muy pocos víveres y que cuando fueron hallados habían perdido el rumbo y desesperaban ya de salvarse por falta de alimento”.

Al menos ésta es la historia oficial. Supuestamente, una corte naval celebrada en Alemania años después habría determinado que el siniestro se debió a un error en la navegación y negligencia del capitán Johann Heinrich Ramien y el contramaestre. Otras fuentes, como la investigadora Pisani, dicen que la corte en realidad absolvió al capitán Ramien.

El extraño abandono

Pocos años antes, en 1872, había sido encontrado el buque Mary Celeste a la deriva en el Atlántico, vacío e intacto. Esa historia cautivó a la imaginación de la época y se entiende cómo el hallazgo en Mar de Ajó despertó muchas conjeturas. Lo primero que se pensó es que en el Margaretha había ocurrido un asesinato. Así, La Prensa publicó el 8 de octubre que “se cree que a bordo se ha cometido un crimen pues así lo hace creer la precipitación de la fuga de los tripulantes de este buque. Abandonaron el buque sin llevarse ni las cartas que tenía”.

Estos tripulantes de misterioso destino eran dieciocho y no había pasajeros. Sin embargo, otra tradición de la época -que se contradice con la del hallazgo del barco abandonado- dice que cuando se produjo el siniestro los escasos pobladores de la zona acudieron a ayudar a los náufragos, entre los que se encontraban actores de una compañía de teatro. Éstos se asustaron cuando vieron a los criollos y empezaron a gritar “les sauvages! les indiens!”. Hasta que un vecino conocido como “Mingolo”, seudónimo de Bernardo Minjolou, les dijo a las actrices: “Mademoiselles, soyes les bienvenues” (señoritas, sean bienvenidas).

Las leyendas también hablan de extraños cargamentos, como gran cantidad de toneles de vino que habrían sido tapados por la arena, y de la imagen de Santa Margarita de Alacoque, que primero se emplazó en un hotel y que luego fue entronizada en la iglesia que lleva su nombre. En el primer caso los barriles, como se ha dicho, contenían pólvora. Y en cuanto a la imagen, en realidad fue traída desde París muchos años después del naufragio, en la década del ’30, por la señora Delia Correa Morales de Cobo, parte de la familia que organizó el loteo de esas tierras y fundó Mar de Ajó.

Playa La Margarita

Lo que sí es verídico es que el buque varado terminó dándole nombre por muchos años a la región, que se conoció como Playa La Margarita. Luego se levantó cerca de la costa un gran hotel hoy desaparecido llamado, justamente, Las Margaritas. En el frente, de cara al mar, estuvo mucho tiempo la imagen mencionada de Santa Margarita.

En tanto, en el Complejo Las Margaritas, en Costanera y Avenida Libertador, muy cerca de donde terminó el barco alemán, existe un mural dedicado a “Los Caídos en el Mar”. Lo curioso es que la obra está encuadrada por tres palos que sostenían el techo del hotel Las Margaritas… pero pertenecían a otro buque naufragado en la costa, el Vencedor. De hecho, junto a los palos se hallan las cadenas de este barco.

La historia y las leyendas del Margaretha dieron su nombre y su alma de misterio a los pagos de Mar de Ajó. Los restos del buque todavía asoman cuando hay bajamar y son una referencia obligada para las fotografías turísticas. Las cuadernas están muy cerca de donde el mito cuenta que fueron enterrados aquellos toneles con bebidas espirituosas llegadas de la vieja Europa. Y siempre, en las frías noches del invierno de la costa, hay quien asegura recordar que cuando la localidad empezaba a poblarse, una persona que había instalado una bomba de agua vio brotar de la perforación un aromático vino francés. (DIB) MM

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