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San Carlos de Bolívar

Hermana María Elba Berthelot, su fallecimiento

Por Walter D´Aloia Criado.

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Sierva de Jesús Sacramentado.

Con la partida de la Hermana Elba, de la Comunidad del Hospital, se cierra un largo capitulo para Bolivar. Las Hermanas del Hospital como se las conocía, ya no volverán a ser nunca lo que fueron. Durante mas de 50 años su figura menuda y activa fue presencia viva, no solo de la religiosa y de la enfermera, sino también de la vecina y de la amiga. Con la Hna. Amelia, su fiel compañera de siempre, formaban un dúo dispar y complementario. A la figura pequeña de Elba, le correspondía la larga y delgada figura de Amelia. Y al gesto enérgico de una, el sosegado ademan de la otra. Por eso, para todos, durante décadas, ellas fueron las Hermanas del Hospital, figuras conocidas y queridas por una ciudad que hoy llora la partida de una de ellas.

Maria Elba Berthelot, tal era su nombre en el mundo, había nacido en 9 de Julio. Supo de una adolescencia y una primera juventud inflamada en deseos de santidad y de entrega. Eran cinco amigas, cinco adolescentes que compartían sus sueños de consagrarse a Dios.  Crecieron en esas ansias hasta que, llegada la edad, las cinco partieron a Congregaciones diferentes, para que el sacrificio de la entrega fuera aun mas completo. Maria Elba ingreso en 1955 en el Noviciado de las Siervas de Jesús Sacramentado en San Miguel junto a otras jóvenes. Pero solo perseveró ella. Dios la había elegido y con su Si se convertía en Su Esposa, coronada de azahares y vestida ya con el habito que les había dado M. Benita, la fundadora. A partir de su profesión religiosa en 1956, fue destinada a los Hospitales que la Congregación atendía. Así pasó por el hospital Muñiz, el Hospital Tornú, la Clínica de Paraná…Su vida se centró en el Sagrario y en los enfermos. Largas noches de vela arrodillada ante el Sagrario y largas noches de vela junto a la cama de los moribundos. En ambos, estaba Cristo vivo.  Así, lo había visto la Madre Maria Benita Arias, y así lo vio ella. Desde entonces fueron sus dos amores. En 1967 la Superiora General la destino a Bolivar. Quizá pensó fuera un lugar mas de un largo itinerario. Pero los superiores entendieron que Bolivar era su lugar en el plan de Dios. Y fue su lugar en el mundo. Y fue su lugar para ir tejiendo la corona de Gloria que hoy el Señor le estará entregando.  Junto a ella, siempre Amelia. Primero, en los años de la juventud, como compañeras activas de todo apostolado, luego, ya en el final, como hermanas cuidándose una a la otra en las dolencias que fueron trayendo los años.  Así, la Hna. Elba dejó, entregó, derramo como una ofrenda ante el altar de Dios, sus años en Bolivar. Años al frente de la Farmacia, años de transitar los largos pasillos del Hospital, años de estar sosteniendo la mano del que sufre. Su capacitación profesional como Enfermera, su rectitud y sus principios como religiosa, hicieron de su palabra y de sus acciones una catedra de vida para todos, para médicos, para enfermeros y para pacientes. Su blanca figura menuda, recorriendo con pasos ligeros pero suaves los pasillos del hospital, su sonrisa amplia enmarcada en el blanco de su hábito, su palabra dulce o severa, según las circunstancias, han formado parte de la historia, no solo del Hospital, sino de todos los que alguna vez pasamos por ellos. La Hna. Elba, junto a la Hna. Amelia, no fueron dos hermanas que pasaron. Fueron “las Hermanas “del hospital. Ocupo también durante un tiempo el cargo de Consejera General de la congregación asistiendo a la Madre General en su Gobierno. Pero su tarea era otra. Era esta. Estaba aquí, en Bolivar. En su Hospital, junto a su gente.

Para mí la Hna. Elba, junto a la Hna. Amelia, fueron una parte esencial en mi vida. En la vida de aquel adolescente que quería también entregar su vida a Cristo. Por ellas aprendí a amar la Eucaristía. Por ellas aprendí a servir a los mas pobres. Hoy cuando la Hna. Elba nos deja, se agolpan en mi memoria, junto a las lágrimas en mis ojos, las imágenes de toda una vida compartida. El Coro Parroquial Santa Cecilia, para el cual yo en una vieja Olivetti copiaba los canticos, el Coro Polifónico de Bolivar, el del Profesor Lavalle, donde lucia su voz de contralto.  Las misas cantadas en la Iglesia de los PP Trinitarios, a los que le unía una larga amistad. El Congreso Mariano de 1980 en Mendoza, que organizamos juntos.  Pero la Hermana Elba, era aun mucho mas que eso. Y los que la conocimos puertas adentro bien lo sabemos. Era la organizadora de todos los eventos de la Comunidad, el “cerebro” que planeaba y hacía, la experta cocinera de los platos mas elaborados, de las tortas mas exquisitas, de los dulces mas ricos, de los postres que yo iba a saborear tantas tardes, donde entre almibares y chocolates transitaba sueños de santidad y entrega.  Era la organizadora de viajes y excursiones, a pesar de las quejas de la Hna. Martha, de la Hna. Ilma., de la hermana “viejita” de turno. Era también la anécdota precisa, la que “retaba” con una simulada dureza, tenía su carácter, la que mimaba a Colita, el perro que no ladraba cuando se iban a misa y la que muchas veces se emocionaba hasta las lágrimas recordando los tiempos del Noviciado, los canticos en latín, los fervores de la juventud pasada.Con ella se van los recuerdos del Viejo Hospital, con la Casa de Hermanas en la planta alta y la Hermana Olimpia de Superiora, la de los mis madrugones de la misa de 7, con el P Palazzolo y un rico desayuno preparado por ella con esmero. Adaptada a los tiempos, aprendió conducir para hacer más efectivo su apostolado y la vieja estanciera celeste quedo ineludiblemente unida a ellas. La estanciera celeste fue un símbolo. Y su amor a los sacerdotes que fueron pasando, proverbial. Fue un poco madre de todos, en el detalle amoroso, en el postre más rico, en el ornamento mas almidonado. Padre Cesar, Padre Tomas, Padre Palazzolo, Padre Rafael, Padre Lisandro, Padre Mauricio…tantos nombres por los que sus dedos pasaban las cuentas del rosario y sus rodillas, ya vencidas, ofrecieron sus horas de adoración ante el Sagrario.

Su amor a San José también fue proverbial. Él era su gran valedor y su amigo. El que le concedía los favores. Quizá por eso, justamente un 19, día del mes en que la Iglesia celebra al Santo Patriarca, el Señor, casi sin darnos tiempo a pensarlo la llamo a Su lado. Esta partida nos sorprende a todos, por lo inesperada. Hace muy pocos días, me había llamado, pensando en preparar los 100 años de la llegada de las Hermanas al Hospital. Me hablo con entusiasmo. Con alegría. Con la alegría y el entusiasmo con que supo vivir estos 65 años de entrega al Señor.  En las buenas y en las malas. Con lagrimas y con sonrisas. Con todas las dulzuras y todos los dolores que conlleva el Amor.

Nos queda la Hna. Amelia. La otra mitad. Un corazón, por más desprendido que sea después de toda una vida religiosa, no es nunca un corazón insensible.  Por eso, hoy Bolivar entero se une a su dolor, al de las Siervas de Jesús Sacramentado, al del Hospital, al de la Comunidad Parroquial, al de un pueblo por el que la Hna. Elba se dio durante 54 años y se convirtió en una figura querida y admirada por todos.

Es difícil la despedida. Para mí, y para todos los que la tratamos y quisimos. Por eso, querida Hna. Elba, nosotros, te lloraremos y te recordaremos siempre. Estas cosas de la tierra. Tú, sin duda ya vives la Gloria. Quizáen el Cielo habrá más dulces y más canticos desde esta tarde. El Señor, el Amado, te estará ya dando la corona imperecedera de la Esposa fiel. Y tú, Maria Elba de Jesús Sacramentado, de rodillas, ya sin dolores, adoraras eternamente, cara a cara, al Amor que guio toda tu vida, al Amor de los Amores.

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