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sábado, 20 de abril de 2024
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Golpe a golpe, banda a banda, patita a patita

Jorge Suárez cumple cuarenta y nueve años como músico.

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Esta semana se cumplirán cuarenta y nueve años de su debut profesional como músico, y aunque añora la época del ‘jet lag’ tropical, cuando con Los Diamantes Negros llegó a tocar todos los días de la semana y a viajar a una misma ciudad tres noches en siete días, Jorge ‘Patita’ Suárez está hoy donde quiere estar: haciendo rock, con la experiencia de un veterano y el espíritu de un pibe que disfruta de descubrir, aprender y también de lo que pasa alrededor.

Su primera experiencia fue con The Wonderfull. Fue a buscarlo el líder de la banda, Oscar López (falleció hace un mes). ‘Patita’ estudiaba con su álter ego, Francisco ‘Fratacho’ Di Francisco. Tenía casi 15 años. La primera vez le dijo que no, no se sentía preparado; la segunda, al poco tiempo, le respondió lo que López quería escuchar. Claro que ‘Patita’ hizo algo básico: preguntarle a ‘Fratacho’. “Ya estás para tocar”, le aseguró el célebre percusionista lugareño, y así comenzó a construir un camino que se fusionaría con su vida misma, o que sería su condimento principal y la fuente de sus mayores alegrías.

Entre 1972 y 1976 permaneció en The Wonderfull. Se fogueó fuerte: tocó en bautismos, casamientos, en el campo “arriba de un carro”, en clubes; “sólo nos faltó en un bar mitzvah y en un velorio”, exagera.

Ese año, apenas días antes del golpe militar, el baterista de Los Diamantes Negros deja la banda y se produce para ‘Patita’ de una las mayores ocasiones artísticas de su vida. “Era como saltar de la reserva a primera, era la banda del momento, se ganaba bien y se tocaba muchísimo”. Estuvo en el grupo durante treinta y ocho años. “Teníamos una especie de contrato, sin que hubiera un sindicato, por el que en las fiestas ganábamos doble, y en los carnavales a veces hasta triple. Recuerdo haber tocado en 1977 todos los días de una semana; y en 1988, fuimos a General Alvear tres días en una semana, por un camino que entonces era de tierra. Yo quería laburar”, subraya ‘Patita’, un obrero en el arte y en la vida, alguien que construyó todo lo que tiene ladrillo a ladrillo, y así le quedó una mansión. 

Dar más de un show por noche los fines de semana de la ‘temporada alta’ era habitual para la banda, y también recorrer con su música festiva las ciudades de la zona y otras más lejanas. Rodando por el ‘barrio’ fueron alejándose del ‘patio’. Llegaron a actuar en La Pampa y San Luis. Clubes barriales, deportivos y sociales, y más adelante centros de jubilados, eran sus ‘puertos’. 

En los años más intensos con Los Diamantes llegó a experimentar el jet lag, típico trastorno temporal del sueño que sufren quienes viajan a destinos con un huso horario diferente al de su país. Mucha vida nocturna altera los hábitos que la mayoría ha instituido como la ‘normalidad’, un concepto en descomposición en los tiempos pandémicos. Un jet lag menos cool que el de los que viven en aeropuertos y aviones como la pasajera en trance de Charly García, pero jet lag al fin.

Hoy no podría soportar ese trajín, pero la experiencia le sirvió en lo profesional y en lo económico, ya que en ese período, de fines de los setenta a principios de los noventa, se curtió como músico profesional y pudo comprarse su batería y sus elementos de trabajo. Suárez además distribuía desde entonces diario y revistas, por lo que para él era habitual -y sigue siéndolo, aunque con otra periodicidad- regresar a casa a las 4 de la mañana y a las 5 levantarse para salir con el reparto en la motito, llueva, truene o Argentina salga campeón. 

Un cohete que llega a destino

Tras cumplirse la primera década y media del nuevo siglo, ‘Patita’ vio un color flamante en su horizonte, ya que como suele suceder dos o tres piezas que parecían fijas se movieron de su sitio y así se formó una nueva figura, un dibujo en el que nadie había pensado: Eduardo Real y Diego Peris abandonaron La Trova, justo cuando ‘Patita’ llegaba a su límite físico y mental, agotado del barco Diamantes y con un deseo de dedicarse exclusivamente al rock que ya no podía contener. Estaba cantado adónde irían a parar, cuál era la silueta que surgía de esos movimientos, y no hubo sorpresa: Los Cohetes Lunares volvieron con todo, en un momento en el que parecían vencidos tras la partida del tecladista Juan Manuel Fagnano Mimb, que les había inyectado una nueva vida a comienzos de los dos mil. Pero la banda son en principio quienes la fundaron en los noventa: ‘Patita’, Real y Jorge Moroney estaban dispuestos a poner sus mejores fichas en relanzar su creatura, por eso hubo nueva vida para Los Lunares, desde hace varios años convertidos en una suerte de colectivo musical o plataforma de lanzamiento de músicos locales que pasan un rato y siguen, o se quedan.

La histórica sala de ensayos de Mitre 123, por años la casa de Eduardo Real Ricardo y hoy sede del estudio discográfico El Trébol Rojo, ha operado como punto de encuentro para instrumentistas bolivarenses de varias generaciones. En los últimos tiempos el propio ‘Patita’ se ha erigido en una suerte de promotor del bondi. Fue él quien convocó a un ensayo al ‘odontoguitar’ Ariel Tardivo, a quien una tarde cruzó por la calle con una guitarra, y más recientemente al también violero Pablo Pino. Tardivo no se integró a Los Cohetes pero puso en marcha su carrera musical en Bolívar, hasta ese momento desactivada. Su banda actual es La Destilada, con Jorge Suárez, nuestro ‘Patita’, en batería. Pino sí se quedó, y hoy es un ‘lunar’ más. Por su lado, el dueño de casa convidó al cantante Eduardo Javier Gómez Haedo, quien hasta regresar a su Córdoba natal participó de los shows del combo en los segmentos dedicados al blues y el rock duro. “Los músicos nos olfatemos”, dice ‘Patita’, poniéndolo en términos de hermandad. “La sala de Mitre 123 está siempre abierta, ahí va cualquiera que sea una buena persona, que es lo principal, tenga algún talento y lleve algo para tomar”, bromea.

Mejor con todos, y de todo

Casi cincuenta años después de pegar el primer golpe profesional a un tambor, Suárez aconseja a sus colegas novatos formarse académicamente, pero también reivindica el tocar con intensidad, con todos y de todo. “Yo les digo a los pibes que toquen otros géneros, porque eso te abre el ‘mate’. Lo aprendí de mis profesores, ‘Francis’ (Di Francisco) y el ‘Loco’ Peirano, que actuaban en bailes y también en cabarets, donde tenés que encarar lo que venga: bossa nova, chamamé, cumbia”.

¿Cumpliste tu sueño de pibe?

-Yo creo que sí. Uno de esos sueños lo cumplí cuando con Diamantes grabamos nuestro disco en capital. Y sobre todo la vez que con Los Cohetes fuimos a Estudios Panda. Para todos fue un logro grande. Pasó tanta gente por ahí… Iba entrando por el pasillo y veía los discos de oro, de un lado Charly, Spinetta, de otro León Gieco, y me preguntaba qué hacía yo ahí, me quería volver. Entré y el sonidista estaba mezclando una pista de Catupecu Machu, y hacía unos días habían estado Los Piojos. Grabamos el disco 1969, un título mío que refiere a la llegada del hombre a la luna, y con un diseño de tapa, la huella lunar, que también fue idea mía.

Hoy, su entusiasmo por salir a las pistas sigue intacto. Y se nutre del intercambio con sus sucesores, los músicos de las nuevas generaciones, muchx en Bolívar hoy. Durante la pandemia descubrió a varios a través de las plataformas digitales con las que ha ido familiarizándose, con otros se ha reencontrado. “Siempre fui curioso. Los bateristas por ahí nos ponemos a mirar a un percusionista de la India, que no tiene nada que ver con vos pero quizá puedas tomar algo de su estilo, o simplemente lo disfrutás. Las redes ahora me han abierto el ‘mate’, pero ya de pibe escuchaba jazz, Piazzolla, música clásica, y compraba muchos discos”, recuerda. Estos meses se ha decidido a bucear en el tango, la música de su viejo, cuyas letras aprendió “por ósmosis”, de tanto escuchar de pibe la radio de casa encendida a perpetuidad.

Discípulos

Años más tarde, durante su adolescencia, su iniciador en la música -a él le gusta la palabra mentor, dice que es el sustantivo exacto- fue el ‘Flaco’ Alfredo Mellado, un amigo mayor: “Lo primero que me hizo escuchar fue Hendrix, así que imaginate”. A sus 13 lo vio en un boliche con el Trío Cascote, banda en la que también tocaba ‘Fratacho’, y flasheó: “Después del show me pongo a charlar con él, y no sé qué me habrá visto, pero me invitó a su casa a escuchar música. Hasta el día de hoy somos muy amigos”, dice con cariño, y también orgullo. Eran tiempos en los que existía una suerte de tutelaje: sin redes sociales ni hiperconexión tecnológica, era menester que los más grandes iniciaran en la música a los más chicos, como en un ritual. Todos tuvimos un hermano, un amigo, un primo, tío o padre que nos mostraron los primeros discos como si se tratara de monedas halladas en algún cofre perdido, guiándonos según su propio paladar y deseo de propagar lo que les parecía valioso. Así mejoraban el mundo (suponían). Más que escuchadores de música yendo a tientas por el mar, todos fuimos alguna vez discípulos de alguien (y más tarde guías). Porque además, ese mar estaba más lejos, y parecía -o lo era- más profundo e intrigante.

Sin embargo, lo que más le interesa a ‘Patita’ y le renueva la sangre es tocar con los pibes y pibas, el intercambio/encuentro en ensayos y recitales. Para cuando se pueda, ya tiene agendada una invitación de Raúl Chillón para un show de La Fábrica del Ritmo, su ensamble. “Y con Jorgito Daniel Godoy siempre tenemos la idea de armar una banda, pero ahora no se puede hacer nada”, revela. Otro pendiente es la presentación del nuevo disco de Los Cohetes Lunares, por fin a está listo, esperando que la Tierra mejore.

Chino Castro

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