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Falleció Rubén Unzué, ex presidente del Centro Navarro

Necrológica.

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La gente queda en la memoria de sus vecinos o de los pueblos donde habitaron por varios motivos: el hacer, la forma de ser, el temperamento, etc. Ayer recibimos la triste noticia de que falleció Rubén Unzué, ese hombre peticito, chueco al caminar y amigo de todos.

De origen navarro (sus padres), se sumó a participar en el Centro Navarro, del cual fue presidente en dos períodos distintos 1998-2003 y 2005-2006. Ambos mandatos fueron muy importantes, el primero quizás más todavía porque fue el presidente que rearmó el cuerpo de baile luego de muchos años y es el que se han proyectado hasta la actualidad de manera ininterrumpida por un cuarto de siglo ya.

El segundo mandato de Unzué es más recordado por cómo llegó a la presidencia, ya que en 2005 se impuso en la única elección realizada en la historia del Centro Navarro (los demás presidentes fueron electos en asamblea a mano alzada), y la diferencia que lo llevó al sillón principal de la entidad de Avenida Venezuela fueron escasos 3 votos por sobre su oponente, Raúl Apestegui, con quien alternó mandatos.

Fue Unzué quien a fines de los ´90 apoyó a Marta Ladux para que, como integrante de cuerpos anteriores de antaño, intentara convocar una nueva formación de jóvenes dantxaris para rearmar un grupo que pudiera representar al Navarro en encuentros con los otros Centros del país. Y así fue como se le dio vida al cuerpo de baile que generaciones más acá han continuado manteniendo viva la llama.

Siempre con una sonrisa, con un abrazo, una palabra de aliento, una pregunta al que estaba algo caído, poniendo una energía increíble en cada cosa que hacía. El único encuentro de Centros Navarros que albergó Bolívar allá por 2003 fue gestionado por Rubén en sus primeros años como presidente; pero cuando se realizó quien dirigía los destinos del centro era Raúl Apestegui. De todas formas los enviados entonces por el gobierno de Navarra, el hoy legislador navarro Alberto Catalán Higueras, entre ellos, colmaron de presentes a Unzué por ese logro.

Se dio el lujo de ir a Navarra, la tierra de sus padres, en dos ocasiones. La última en 2005, durante su última presidencia. Allí pudo viajar con su hija Adriana y su nieta Lucía, un sueño cumplido, poder viajar al lugar de sus ancestros acompañado por su descendencia. Estuvo en las celebraciones de los 500 años del Castillo de San Francisco Javier. Fue un hombre muy activo, hasta los últimos años de su vida. Fue un incansable jugador de tejo, paseando sus ocurrencias y chistes por las canchas de la ciudad y la zona. Jugador de mus y tantos otros juegos de cartas sobre los paños de las mesas del Centro Navarro.

Se fue Rubén Unzué, se fue apagando de a poco a sus 94 años. Se cuidó mucho durante la pandemia pero hay una edad en la que la salud se pone frágil y el final se acerca. Se lo recordará en cada lugar por el que pasó, por el que dejó huella. En el Centro Navarro fue donde quizás haya pasado sus mejores momentos, puede que haya sido la institución a la que más tiempo le dedicó. Allí también deja un enorme vacío, como lo han dejado otros ex presidentes que han mantenido viva hasta la actualidad a la institución navarra.

Falleció ayer un tipo que se hizo querer. Murió Rubén Unzué y hay una gran tristeza en quienes lo conocieron y lo trataron. Se lo va a extrañar y mucho. QEPD.

Ángel Pesce.

¡Papá Rubén!

Como no teníamos toda la historia de Rubén Unzué para contar, le pedimos a su hija Adriana que nos hiciera un bosquejo de su padre, el cual transcribimos a continuación.

“Rubén Isidoro Unzué Irigoyen, hijo de Leoncio Unzué Salinas y Severiana Irigoyen Inda, nacido el 8 de junio de 1928 en Bolívar.

Su niñez la pasó en el campo hasta joven; luego en la ciudad, experimentando trabajos como camionero, le encantaban las maquinarias y vehículos.

Recordaba con agrado los años vividos durante el servicio militar en Neuquén, en 1949. Por eso escuchaba el Himno y las marchas con muchísimo respeto.

Amaba profundamente su Patria y sufría verla decaer; por eso nunca faltaba a votar en cada elección nacional, muy responsable, y su corazón latía muy fuerte cuando le hablaban de la tierra de sus padres y abuelos: Navarra, tal que la sentía propia. Por eso su doble ciudadanía. Eso lo movilizaba a que no se perdieran las costumbres y cultura que habían traído sus padres. Para ello no sólo asistía al Centro Navarro desde joven, sino que lo hizo ininterrumpidamente, ocupando siempre cargos en la Comisión, presidiendo en algunas oportunidades.

Fue un referente al momento de vincular el Centro Navarro de Bolívar con los otros cuatro de Argentina. Y es así que lo veíamos activamente tocando timbres para organizar un cuerpo de baile que represente a la ciudad.

Y la verdad que supo tocar bien el timbre, porque el cuerpo de baile brilló con cada persona que se incorporó para bailar o dirigir. Ubicándose entre los mejores entre Rosario, Mendoza, Mar del Plata y Buenos Aires hasta el día de hoy.

Ayudó a crear lazos entre Pamplona y Bolívar que perduran.

En la formación educativa cursó sólo la primaria en escuela rural (porque no había más grados); pero fue suficiente para defenderse en el rubro de emprendimiento de fábrica de bolsas de arpillera. Esto le permitió mantener a su familia y darle estudios terciarios y universitarios a sus dos hijas: Griselda y Adriana; aunque ellas ya habían dejado la etapa de secundaria en el viejo Colegio Nacional y él estando en la comisión Cooperadora, continuó participando en ella para lograr un proyecto en que junto al rector Raúl De Benedet se comprometían a realizar el nuevo edificio con más comodidades edilicias para las futuras generaciones de jóvenes bolivarenses. Colocó la piedra fundacional y tiró de la cinta inaugural, y lo reconocieron a lo largo de los años plantando un árbol en el parque por su labor, del cual disfrutó viviendo enfrente.

Casado con Delia Elsa Ardanaz, de quien enviudó hace 27 años. Pero no bajó su ánimo y se mantenía activo y enamoradizo. Participaba de los Torneos Bonaerenses (desde sus inicios) en etapas locales y regionales, con gran disfrute y sin pensar en ganar, tan solo por compartir con amigos.

Entusiasta y emprendedor, diseñaba y trabajaba a la par de sus amigos para crear espacios de recreación de bochas y tejo. Muy creativo, realizaba artesanías en bronce de pequeñas maquetas relacionadas al campo con los recuerdos de la infancia.

Exploró toda la vida en el arte de la fotografía con diferentes cámaras.

Aunque no era un buen bailarín, disfrutaba de los bailes y la música, que despertaban una sonrisa pícara cuando los recordaba con sus amigos.

Cultivó la parte física y mental con caminatas matutinas, ejercicios de tercera edad y participación en maratones como adulto mayor hasta los 90 años.

Asistía a la misa de la iglesia de la Santísima Trinidad todos los domingos, hasta que llegó la pandemia y lo encerró.

Jugaba a los naipes, truco, escoba y chin chon, haciendo sumas mentales hasta una semana antes de su fallecimiento.

En sus últimos años disfrutó mucho de la familia y del amor por su bisnieto. De los domingos con mesas largas, como las que vivió con sus tíos, primos y familia desde su niñez, y que lo acompañaron hasta este 26 de julio para despedirlo a su eterno descanso, entre jotas, paso dobles y la colorada bandera navarra”.

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