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viernes, 19 de abril de 2024
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En la desprejuiciada cocina de Hernán, con Nuestras Canciones

Caraballo presentó su nuevo espectáculo, con folclore, rock, tango y hasta cumbia.

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Con la férrea ética -no es sólo una estética- de un desprejuiciado chef que mezcla ingredientes sin prurito en contradecir manuales, Vital Hernán Caraballo hizo convivir como amigos en su nuevo espectáculo a la cumbia con el tango, el folclore con el rock y hasta el siempre amable bolero resonando por ahí. De eso se trata Nuestras Canciones, lo nuevo de ‘la’ voz bolivarense, que tuvo su función debut el sábado en la sala de la biblioteca Cabrera y el grupo teatral Vamos de Nuevo, organizador del concierto. Claro que todas esas materias primas son almacenadas en la coctelera del cantante y guitarrista, quien junto a su banda bate y bate hasta producir tragos que llevan su indudable impronta y que rinden pleitesía a los temas originales interviniéndolos sin ambages.

Con Diego Peris en bajo, Raúl Chillón en percusión y Adrián Pérez Quevedo en vientos (saxofón, sikus) y segunda voz, Caraballo desplegó un ecléctico repertorio que comenzó con páginas de nuestro querido rock tales como Pupilas lejanas, de Pericos; 11 y 6, de Páez y Seminare, de Serú, para adentrarse luego en aguas más propias, con la sólida interpretación de dos de su disco sobre letras inéditas de Adrián Abonizio, Canciones para otro yo. Esto es Rueda la rueda, una pieza que, según compartió, le pega en un lugar especial del corazón, y Arriba y abajo. En medio, esa gemita llamada Un pacto, que el hoy cancelado Gustavo Cordera firmó para Bersuit Vergarabat y que recién vio la luz en 2002 en el álbum en directo De la cabeza.

Al toque la noche alcanzaría su clímax emotivo, con el cantante solo en escena para ofrendar, en voz y guitarra, su versión del tango Volver, con personales arreglos sobre los que su canto flotó sublime. El poder de la voz de Hernán es digno de encomio: no son tantxs lxs cantantes que hacen lo que quieren, la mayoría hace lo que puede, pero él es de los que conforman el grupo de los poderosos, acá y en cualquier lugar, hoy, ayer y cuando quieras. Y desde esa plataforma firme se permite lanzarse a buscar/volar, de otro modo sería un desperdicio, un avión con trayectorias previsibles que terminaría aburriendo.

Volver tuvo una suerte de abordaje candombeado, y la versión de Nada, el tango que tocó y cantó a continuación, ya con la banda de regreso a escena, lindó con el bolero.

El bloque Fandermole, a esta altura esperable y hasta necesario en un recital de Hernán, fue amasado con Oración del remanso y Cuando. Pero con Ella ya me olvidó, megahit de Leonardo Favio, la noche volvió a crecer hacia pináculos de emotividad, por el sentimiento que puso en juego al cantar un Caraballo que hizo explícito su amor por esa obra y por cualquier cosa que lleve la firma de uno de los artistas argentinos más iluminados de nuestra historia.

El desprejuicio es un camino de ida, por eso la banda se dio el gusto de interpretar Por lo que yo te quiero, del inolvidable cuartetero Rodrigo, y Tan enamorados, de Ricardo Montaner. Inesperados para casi todes, sobre todo para los que necesitan letras con sustento, canciones que les digan algo con cierto grado de profundidad, en detrimento de lo puramente rítmico y melódico. Todo, con una receta muy simple que a la vez es religión: jamás dejar de jugar.

Metido por ahí, el más familiar (para el público que sigue a Caraballo) El témpano, obra-bandera de Adrián Abonizio, cumpa de Hernán a quien aprovechó para evocar, con calidez y humor, al presentar una canción que es a la vez insignia de la sagrada trova rosarina.

Los bises fueron Seguir viviendo sin tu amor, junto a Muchacha el único hit en la larga carrera de Spinetta, con el que complació a una encendida plateísta que le pedía una de Luis (cuando a Luis se la pedían, solía ser un poco más reticente, ja), y Lamento boliviano, de Enanitos Verdes y como una suerte de homenaje a Marciano Cantero, el líder de la banda mendocina, que nos dejó hace tres semanas.

Acompañó poco público, la banda sonó joya cada cual en lo suyo, con sutilezas toda la noche y potencia donde fue menester.

Caraballo se quitó las ganas de cantar para compartir lo que canta en la cocina de su casa mientras matea cada mañana con su padre, tras ese ventanal por el que ingresa tanta luz como para iluminarle el corazón y revelarle qué hay ahí, qué cantar, sin más trámite que seguir lo que le dicta la emoción.

Chino Castro

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