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jueves, 28 de marzo de 2024
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Dos libros invaluables de autores bolivarenses fueron presentados en marzo

‘Policronia’ y ‘Luciana y Marcela duprat, pintoras de Bolívar’.

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En los últimos días se realizaron las presentaciones de dos libros que por su importancia no deberían faltar en las bibliotecas de los bolivarenses en particular, y de los amantes de la historia en general. O, al menos, deberían ser leídas por todos. Se trata de ‘Luciana y Marcela Duprat, pintoras de Bolívar’, de idea, edición y producción de Ariel de la Fuente, y de ‘Policronía’, en su tercera edición, de autoría de Miguel Angel Gargiulo, ambos escritores locales.

Sendas obras fueron puestas al conocimiento de quiénes se acercaron, en diferentes oportunidades, al auditorio ‘María B. de Barnetche’ de la Biblioteca Rivadavia. En el caso de ‘Luciana y Marcela Duprat…’, se trata de una reivindicación a la obra pictórica de ambas artistas, que vivieron en San Carlos de Bolívar décadas atrás.

El libro, una edición de gran calidad, contiene una selección de pinturas de ‘las Duprat’, como se las conoció, cuidadosamente elegidas y digitalizadas con gran profesionalismo, y varios ensayos: uno de Ariel de la Fuente, gestor de la propuesta, quien traza la historia de ambas mujeres y hace, como él mismo lo definió, “una interpretación y explicación general de la pintura”; otro de Alejandra Comas, amiga de Marcela y conocedora de la historia local; un tercero de Agustina Duprat, bisnieta de Luciana y sobrina nieta de Marcela; uno de Fernando Boro, encargado de la digitalización de las obras y en el que habla, precisamente, de dicho proceso; y finalmente, un exquisito texto de Luis Lozano, fiel al estilo de su pluma.

“Este proyecto se ha hecho con los cuadros que estaban colgados en los livings de las casas, mayoritariamente de Bolívar, pero también de Mendoza, Henderson y de otras partes del mundo”, sostuvo Ariel en la presentación, quien dedicó varios minutos a agradecerles a los propietarios de las obras por haber permitido fotografiarlas para incluirlas en este libro que las saca a la luz.

De la Fuente tuvo un segmento para destacar la tarea que Fernando Boro desempeñó para el libro. Remarcó que, siendo el único de los que participaron que no tenía relación afectiva con las pintoras ni con Bolívar, su trabajo fue excelente. “Fernando es el fundador de la digitalización histórica en Argentina. A principios de la década del ’90, cuando nadie sabía qué era la digitalización histórica, él ya estaba experimentando con eso.

No solamente fotografió todas las obras, no solamente sabía cómo hacerlo, sino que después de fotografiarlas hizo un trabajo de edición extraordinario para recuperar los colores, las imágenes, los detalles, de las acuarelas sobre todo, y para eso invirtió una cantidad increíble de horas, incluso investigando para resolver problemas digitales con los que se encontró y no conocía. Todo eso lo hizo gratis, solamente porque creyó en este proyecto; y si no hubiese sido por él, hoy no podríamos ver las acuarelas y los dibujos de las Duprat como los vemos”, remarcó el historiador local radicado desde hace años en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de Historia en la Universidad de Purdue (Indiana).

A esta altura vale aclarar que Ariel de la Fuente fue alumno de Marcela Duprat, de quien guarda un gran recuerdo y tiene un profundo cariño. “El propósito de este libro”, según palabras de su autor, “es homenajear a Luciana y Marcela Duprat, madre e hija, dos educadoras y artistas que hicieron una enorme contribución a nuestra ciudad. Para aquellos que no las conocieron, llegaron a Bolívar en 1937, cuando llegaron los grandes profesores del Colegio Nacional como Adolfo Cancio, Julio Cortázar y tantos otros.

Marcela vino con su madre y la abuela Duprat. Cuando murió su padre, necesitaron sostener el hogar y Marcela consiguió trabajo como profesora de Francés, así fue como se mudaron a Bolívar”, contó y aportó detalles generales sobre las historias de vida de ambas. Para destacar: Luciana había sido alumna de Eduardo Sívori, uno de los fundadores de la pintura moderna en nuestro país. “Fue una de sus mejores alumnas, podía pintar casi al nivel del maestro”, remarcó. Y fue claro: “¿Por qué este homenaje? En parte, porque se las recuerda como ‘las amigas de Cortázar’, pero fueron mucho más que ello. Fueron creadoras por derecho propio y este homenaje intenta restituirles ese lugar de creadoras.

En todo caso, el trabajo que hemos hecho lo que muestra es por qué Cortázar quiso ser amigo de ellas, por qué se interesó y entabló una amistad con ellas. Porque eran dos mujeres de una calidad extraordinaria, de una cultura extraordinaria, que podían hacer sus propios aportes”. De la Fuente tuvo especiales palabras para Marcela, a quien conoció y apreció enormemente, definió como una de las personas, junto a sus padres, que más lo marcó en su vida y que lo ayudó en su instrucción artística.

“Si hoy soy historiador es, en gran parte, gracias a ella. Estudié con ella desde mis 8 años hasta los 18. Tuve la suerte de ser su alumno, y de que me educara mucho más allá del Francés”, puso de relieve. A través de Marcela conoció las pinturas de Luciana, que lo conmovieron profundamente, al punto que buscar ese arte en las obras de otros. “Quería ver lo mismo en otras obras. Me di cuenta de que esas acuarelas representaban mi realidad, de Bolívar, y me hacían ver la belleza que había alrededor mío, que no podía notar hasta ese momento”, describió.

Además, De la Fuente indicó que este proyecto implica una preservación y ampliación del patrimonio histórico-cultural de Bolívar. Durante la investigación fotografiaron más de 250 obras de las dos artistas, de las cuales sólo pudieron incluir apenas un tercio en el libro. El resto del material será objeto de trabajos futuros, e incluso y durante la presentación, más los días sucesivos que los gestores del libro estuvieron en la ciudad, pudieron conocer otras piezas artísticas de las pintoras que tenían en su poder distintos vecinos y a las que fotografiaron en esta ocasión. Estas también serán tenidas en cuenta.

Por la intención que tiene la obra, de sacar del ostracismo a dos grandes artistas y darles el valor que corresponde en el imaginario social; por el gran trabajo de recopilación y digitalización; porque por el tipo de piezas artísticas que crearon Luciana y Marcela Duprat, que fueron paisajistas, el libro puede leerse asimismo como un manual histórico-pictórico, en el que se puede conocer y reconocer el Bolívar de ayer, es que este libro es de gran interés para Bolívar.

Si bien no salió a la venta y fue una edición limitada, ejemplares fueron distribuidos en cada una de las bibliotecas populares de la ciudad, donde podrán ser consultados y apreciados en su justa magnitud. ‘Policronía. Bolivarenses desaparecidos durante la Dictadura cívico militar 1976-1983’, por su parte, va ya por su tercera edición. Pieza de investigación histórica de Miguel Angel Gargiulo, trabajo que le ha demandado más de 23 años en total (1999 fue el año en el que comenzó), en esta nueva versión se incluyen las historias de dos jóvenes más cuyos destinos guardan relación con las acciones de lesa humanidad que cometieron las autoridades genocidas de la última Dictadura.

Rubén Heldy Santucho y Rufino Antonio Bugallo Siñeriz también fueron víctimas del Proceso. En la segunda edición, que se publicara en 2011, Gargiulo había sumado a Griselda Ester Betelu, bolivarense radicada en Olavarría y quien fuera compañera de vida de Raúl Alonso, de quien estaba embarazada al momento de su desaparición.

Desde sus inicios, Miguel ha entrevistado más de 400 personas que le permitieron reconstruir la vida de quienes fueron Raúl Alonso, César Gody Alvarez, Juan Carlos, Jorge Arturo y Daniel Alberto Daroqui, Violeta Graciela Ortolani, Mirtha Irene Pérez Tartari y María Caleste Marina, incluidos en la primera edición de 2005, hasta que los militares los hicieron desaparecer físicamente, más no así de la memoria de quiénes los conocieron.

Libros como éste además, refuerzan esa memoria, la renuevan, la extienden, la amplían para que muchos otros conozcan esas historias y reclamen para que nunca se olvide todo lo que pasó en nuestro país, y se haga justicia. “De estas dos últimas, la primera historia que terminé fue la de Rubén Heldy Santucho, cuya hija es Alejandra, la presidente de Hijos Bahía Blanca (de quien se proyectó un video al inicio de la presentación del libro). La familia Santucho, oriunda de Urdampilleta, se fue de esa localidad en los años ’50.

La segunda historia, de Rufino Bugallo, me costó un poco más, tuve muchísimos sinsabores y encontré muchísima reticencia para conocerla”, contó el escritor y sociólogo. “Ambos son de Urdampilleta, Bugallo más vinculado a la zona rural porque nace, en el campo de su abuelo, en la zona de El Deseado, un paraje a medio camino entre Pirovano y Urdampilleta.

Cuando termina el secundario coincide con la venta del campo y toda la familia se va a vivir a Buenos Aires, y allí comienza una vida que no hemos podido conocer en profundidad”, sostuvo Miguel quien sostuvo que no pudo profundizar en ella y dijo haber podido reconstruir no todo lo que hubiese querido – sino todo lo que tuvo a su alcance-. “En 1976 Rufino comienza a estudiar Sociología y se hace de novio con una chica que se llamaría Nidia Fernández (de quien el autor no pudo recabar información alguna prácticamente).

Bugallo desaparece yendo hacia La Plata por trámites de su carrera el 23 de febrero de 1977, su cuerpo aparece el 24 de septiembre del mismo año. Quiero recordarles que Miguel Etchecolatz y Ramón Camps eran los dueños de la vida y la muerte en la zona en la que desaparece”, contó Gargiulo. Y profundizó: “encuentran el cuerpo, no se lo entregan a la familia, no le devuelven el auto y el auto aparece, mucho tiempo después, en la casa de un comisario de Quilmes con el mismo apellido que la novia de Rufino, aunque no podemos saber si había un vínculo”.

En segundo lugar, el escritor contó detalles de la vida y desaparición de Rubén Santucho. “Nace en Urdampilleta, vive hasta los 20 años. Jugaba muy bien al fútbol. Consiguió trabajo en Ezeiza, a instancias de un hermano mayor que había viajado antes y migró para allá. Le tocó la colimba en Bahía Blanca, ahí conoce a quien será su esposa y comienza a militar en el peronismo.

Ya era militante, sindical, en Ezeiza. Se queda a vivir en Bahía, tiene 3 hijos: Mónica, quien tendría ahora 58 años y desaparece el 3 de diciembre de 1976, junto con él y con Catalina Ginder, su esposa; nace después Alejandra y el más chiquitito, Juan Manuel”. “La profundización de su militancia los lleva a sumarse a Montoneros, a él y a su mujer, y eso lo empieza a mover en el espacio geográfico de la provincia de Buenos Aires.

Separa a la familia, una parten va para Mar del Plata, la otra para Tres Arroyos, otra para Ezeiza; se separan para no ofrecerle un flanco fijo primero a la Triple A, luego a la Dictadura. Llegan a La Plata. La columna Sur de Montoneros es la primera ‘que revientan’, y en ese desbordamiento es que se desmorona la existencia de los Santucho. Hay un operativo descomunal en Los Hornos, donde vivían, se defienden, y sobreviven los dos hijos más chicos, Alejandra, que estaba jugando enfrente, y el más chiquito, que tenía un año.

A Rubén y Catalina los llevan, secuestran a Mónica y aparecerán sus restos en 2009, en una de las tantas excavaciones que hace el maravilloso Equipo de Antropología Forense”, relata Miguel. El rescate de los dos hijos menores, que habían quedado a pedido de los militares en custodia de una de las familias que allí vivían –y podrían ser quiénes los entregaron-, también está en este libro, de imprescindible lectura. Además de las historias de los 11 desaparecidos, en esta edición –revisada y ampliada- se incluye un ensayo a modo de prólogo que contextualiza el momento político en el que se desarrollan los hechos.

Y cuenta el origen de las acciones, de lucha y reclamo por la memoria, la verdad y la justicia, que se impulsaron en esta ciudad, allá por fines de los ’80, y que serían el germen de las investigaciones que este infatigable escritor e investigador cristalizaría en ‘Policronía’. Porque para avanzar necesitamos conocer de dónde venimos, porque como él mismo dice “el olvido como la omisión constituyen nuevas formas de injusticia”, conocer como nos lo permite esta pieza literaria y de investigación es central para continuar, “para que no nos roben, para siempre, la memoria”.

‘Policronía’ fue impreso en una tirada de 200 ejemplares, de los que aún quedan algunos que pueden ser adquiridos en librerías y kioscos (Mundo Gurí y Turulito, respectivamente). Dos libros, dos obras necesarias, cada una en su especificidad, para conocernos. En tiempos en los que la palabra escrita, en papel, puede no ser la forma dominante, ‘Policronía’ y ‘Luciana y Marcela Duprat, pintoras de Bolívar’ rescatan la literatura impresa como arte, como testimonio, como cimiento.

V.G.

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