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martes, 30 de abril de 2024
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Diego y Ana en el auditorio: El camino de la justicia empieza por la poesía

Se realizó el concierto Canciones con nombre de Mujer.

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Un oportuno, cálido y bonito recital nos brindaron el sábado Ana Laura Maringer y Diego Abel Peris, convocados por la Biblioteca Rivadavia para homenajear a la Mujer, en el marco del 8M y en un tiempo de ¿inesperado? atropello institucional promovido desde el Estado nacional que, aunque duela aceptarlo, encuentra eco en la sociedad.

Claro que el nuevo rol de la mujer que la militancia ha ido construyendo golpe a golpe, como se gana metros en el rugby pero sin que se trate de un deporte sino de toda una vida de arbitraria postergación, también nuclea cada vez más voluntades que se incorporan a la lucha o sencillamente se lanzan, acaso en silencio, a una operación de deconstrucción que lo es todo, porque entraña la verdad de un cambio más allá de los discursos y posturas de ocasión.

Víctor Heredia, Paul Anka y tantos grandes tipos que integran la banda de sonido de nuestra historia colectiva también lo entendieron, al menos en algunas de sus canciones. Un tesoro invaluable del que Maringer (voz) y Peris (guitarra y voz) rescataron algunas perlas, a saber y en perfecto desorden: Diana, de Anka; Bailando con tu sombra y Mara, del entrañable ‘Negro’ Heredia; María va, de Tarragó Ros; Doña Ubenza, del Chacho Echenique; Gricel, de Mores-Contursi, y Hey Jude, de Los Beatles (dedicada a la ‘Tota’ Volpe, de la Rivadavia y promotora del encuentro), la canción escogida para coronar la juntada envueltos en los calores de la euforia, porque nada grande se puede hacer sin alegría. En armoniosa convivencia con incandescentes piezas escritas por mujeres, casos la bellamente desgarradora A la abuela Emilia, de Teresa Parodi, que Anita presentó con una evocación de su propia abuela, que partió hace poco y fue la figura que unía a la familia; Macorina, uno de sus furtivos amores a los que Chavela dedicó lo mejor de sí, o sea una canción, y Alfonsina y el mar, de los momentos altos del recital y una página casi obvia que, si cae en manos de gente así, siempre encuentra nuevos pliegues y una renovada hondura. 

Fue un recital rico en matices. El dúo, que es pareja en la vida real (y son parejes en lo artístico, ja), supo pulsar esa perilla que sube y baja los fuegos de los recitales, y que no todos los que aparecen sobre un escenario encuentran, porque bien sabemos que algunes son capaces de intentar maridar Fititos rojo punzó modelo ’66 con dos kilos y medio de helado de sambayón romano, tomá, bancame que ya vuelvo. Si a esa cualidad llamémosle organizativa la maridan con un cuidado laburo de armonización de sus afinadas voces, tenemos un excelente plato. Que se completó, y esto vendría a ser un condimento (en periodismo culinario hablarían de un vino redondeado), con la capacidad de Ana para transmitir lo que cantaba, con dotes que quizá traiga del teatro, disciplina madre de su hacer artístico y en la que estos días deslumbra en el papel de Bernarda Alba en Amor de Bernarda, producción de la compañía La Barraca. Empero, su compañero no le fue en zaga, porque en Gricel puso el corazón, no sólo su conocida pericia para ‘sonar’ bien y hacer que todo amalgame. Dondequiera que esté, al ‘Gordo’ Abel Álvarez se le ha de haber piantado un lagrimón de felicidad.

Cada canción fue introducida con alguna certera pincelada sobre la historia que la inspiró. Puede ser un problema, dijo Maringer, porque por ahí uno se imaginaba otra cosa y se quiebra esa especie de hechizo, pero en un contexto como el que originó este concierto, resultó, por necesario, también oportuno.

Hacia el final, el dúo tramó una suerte de sketch musical con Vení Raquel, de Los Decadentes, Milonga femenil, de Cintia Trigo, y Rosa, Rosa, de Sandro. Diego encaraba a lo toro, y Anita le contestaba con gracia, no exenta de firmeza. Una delicia, interpretada con ternura y humor, y otra de las cumbres del concierto. El hilvanado podría tomarse como una línea de tiempo que revela el avance de la mujer en la consideración social hacia la igualdad, un tren que no ha parado ni parará por más piedrazos y bombas que le arrojen.   

El público se metió en el recital; ‘entro en la noche como entro en una plaza’, diría el genial Abelardo Castillo. Cuando se crea la atmósfera, todo se ordena en función de lo principal: la ceremonia de ‘vivir’ una canción, con los cuores en línea.

El sonido fue provisto por equipamiento que prestó Eduardo Real Ricardo, incluido en los agradecimientos junto a Volpe, la propia biblio y el público, que se fue de la sala con el corazón contento y la reflexión en la punta del pensar. Amor y lucha, que esa era la idea.

Chino Castro

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