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“Diario de un loco fue un flechazo, un amor a primera vista”

Christian Thorsen representa por última vez el cuento de Gogol.

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Christian Eduardo Thorsen descubrió a ‘los rusos’ en casa de su abuela. A sus once años se sumergió con una pasión nueva en la lectura de Los miserables, de Máximo Gorki, y no paró más. No tiene idea por qué, su familia no se dedicaba a actividades artísticas, ni como hacedores ni como consumidores, pero una vez que ese texto cayó misteriosamente en sus manos, se inició en su interior -se desató, habría que decirun proceso dentro del que encarnar al personaje de Diario de un loco es solo el capítulo nuclear, pero un capítulo al fin.

“Empecé a leer todo lo ruso. Me apasioné de chiquito. Son esos accidentes de la vida que te cambian”, dice él. Digamos que fue perdiendo la inocencia con estilo y profundidad poética, porque nadie como los rusos para escarbar en el alma humana. Un proceso que llegará a su fin en unas horas, sobre las tablas de El Mangrullo, donde el actor que pasó su infancia y adolescencia en nuestra ciudad (nació en Merlo, Baires) representará por última vez al atribulado personaje de la obra, una construcción corazón a corazón con Fabián Vena, el director.

Una vigorosa travesía interpretativa, como describió el diario La Nación. El metejón con Diario de un loco nació en 2011. Thorsen leyó el cuento homónimo de Nikolai Gogol e instantáneamente saltó la chispa: no es que alguna vez iba a hacerlo, sino que tenía que hacerlo. Así lo sintió; así lo decidió, en el nivel más sólido en el que se deciden las cosas: el subconsciente, donde llevamos clavados todos los amores de nuestras vidas.

Sé que la construcción de ese personaje, ese hombre profundamente perturbado que veremos Nación. El metejón con Diario de un loco nació en 2011. Thorsen leyó el cuento homónimo de Nikolai Gogol e instantáneamente saltó la chispa: no es que alguna vez iba a hacerlo, sino que tenía que hacerlo. Así lo sintió; así lo decidió, en el nivel más sólido en el que se deciden las cosas: el subconsciente, donde llevamos clavados todos los amores de nuestras vidas. Sé que la construcción de ese personaje, ese hombre profundamente perturbado que veremos por última vez en El Mangrullo, ha requerido mucho de vos, mucho compromiso, pasión y trabajo. ¿Es así, Aksenti Ivanovich es uno de los personajes de tu vida?

-Sí, es uno de los personajes de mi vida. Un texto narrado de manera tal, que uno puede vivenciar tan fuertemente el presente del personaje que es fácilmente trasladable al aquí y ahora del hecho teatral. Yo ya estaba formado y hacía teatro cuando me encontré con Diario de un loco, y fue un flechazo, un amor a primera vista: automáticamente me dije que a ese texto lo tenía que hacer. Pero claro, como todo amor con el tiempo se fue entorpeciendo: a medida que comprendía más el hecho teatral, me arrimaba a las complejidades que presenta el texto, que escapaban a mis capacidades técnicas.

Al saber más, sabias cada vez menos.

-Exactamente. Exactamente. Técnicamente me quedaba un poquito lejos. Peo mi fidelidad a ese texto, las ganas de hacerlo, no cambiaban. Tan es así que empecé a estudiarlo en 2015.

A memorizarlo. Sin tener más nada: ahí Fabián Vena no estaba ni cerca de tu radar, no había una sala interesada, un productor, un plazo de trabajo, nada.

-Nada. Era un pibe solo en una habitación de Buenos Aires memorizando un texto para algún día. Entre otros textos que circunstancialmente ya empezaba a hacer por esa época. Hasta que un día Fabián me ve.

¿Cómo llega? Me imagino que apurado, Fabián Vena parece un hombre que siempre está apurado. (Se ríe)

-Sí, llega apurado. Es una persona muy solicitada, y da pie a muchos de esos requerimientos, entonces tiene una agenda muy cargada, es alguien difícil de localizar, con quien no es fácil concertar cita y proyecto. En 2018, siete años después de que yo me encontrara con aquél texto, él me ve en La luna en una taza, en la que me dirige Daniel Dibiase (amigo de Vena), con quien hice en Bolívar la obra Tosco. Después de la función vino a saludarme, a decirme que le gustó mucho la composición que hice. Empezamos hablar de técnicas teatrales, de cuál era mi escuela, de de dónde venía. Podría haber quedado ahí, en un intercambio interesante, pero no. Meses después Thorsen recibe un llamado de Fabián Vena, que vuelve a felicitarlo por aquella actuación. “Cosas que hace esta gente que vive pensando en su vocación, en su carrera, que en ese contexto no tiene egos ni envidias. Me dijo que se había quedado pensando en mi actuación, y que me quería volver a felicitar”. En esa charla de una hora y media, Thorsen vio luz y entró: cuando se refirieron a proyectos, aprovechó para decirle que tenía algo pendiente: Diario de un loco, y que sería un honor que él lo dirigiera. Vena aceptó “inmediatamente”. Así fue que agarraron la pala y le dieron duro. “Y fue muchísimo laburo”, evoca con orgullo Christian en esta entrevista exclusiva.

¿Cómo fue ese proceso? Porque finalmente resultó una construcción de a dos. Vos seguramente tenías algo pergeñado, pero Fabián habrá puesto lo suyo.

-Yo creo que justamente si se le puede adjudicar alguna virtud a la representación que hago, tiene que ver con lo técnicointerpretativo. Esto quiere decir que supe poner en tiempo y espacio los requerimientos, las directivas de Fabián. La obra, en un porcentaje altísimo, pertenece a la mirada y al sentimiento de Fabián Vena. Es él el que se sumergió en el mundo de Gogol y puso mucho de sí mismo, de su espíritu, de su extraordinario mundo teatral, para que la obra se presente de esta manera. El cuadro que vos ves, casi en su totalidad es una expresión de la comunión que hay entre Fabián Vena y Nikolai Gogol, y yo me meto en el medio, como siempre hace un actor, como un mero intérprete de ambos. Es a lo que me dedico.

Al Christian de 2011, el que decidió hacer Diario de un loco, ¿le hubiera gustado cómo fue plasmado aquél sueño, en lo que se convirtió?

-Cuando te enamorás de una obra de teatro, la imagen que tenés es… El sueño no se justifica tanto en la imagen que tenés final de la obra, sino en lo que esa obra te está generando internamente en términos de emociones, realmente hay un enamoramiento. Yo no me imaginaba cómo iba a ser la obra, yo lo que quería era transitar profundamente, con toda mi capacidad poética, mi intensidad como ser humano, el mundo maravilloso que propone Gogol, ese mar de locura y de amor.

Vos te querías meter ahí, y listo.

-Y listo. Después, el cómo, se verá. Es muy del actor eso, ‘me calenté con esta expresión poética, con este texto, y lo quiero hacer mío, quiero que eso forme parte de mi ser’. Después aparecen los maestros, que saben mucho de esto, mucho más que uno…

Y más o menos ordenan todo ese ímpetu.

-Lo ordenan, le dan una forma, te arman el paisaje.

Vos querés gambetear, y aparece un DT que pone eso en función de un equipo que debe funcionar de determinada manera, bajo cierto diseño.

-Pero absolutamente. Y un equipo que en este caso sería todo el compendio técnico, de música, de luz, del manejo espacial, del maquillaje, de la escenografía, del vestuario. En ese sentido, sí, intervienen un montón de factores que terminan dándole el aspecto plástico a la obra.

Siempre se dice que una buena pieza de arte -una película, una puesta teatral, un libro, una canción- debe transformar a quien la consume, que no salís igual de un cine si la peli realmente valió la pena. Supongo que eso aplica a los hacedores artísticos: que, en tu caso, Christian Thorsen no es el mismo tras Diario de un loco.

-Suponés bien, es lo que pasa. Estos grandes textos de teatro, escritos por grandes maestros, fungen a la vez como grandes maestros, los textos. En el tránsito de la construcción del personaje, estos personajes tan profundos, tan difíciles de abarcar, uno tiene que buscar, ahondar mucho en uno mismo para poder dar algo de sí a eso, para poder darle algún viso de la propia humanidad. Si vos querés que estos grandes personajes escritos por estos grandes maestros tengan algo de vos y no sean un mero estereotipo, tenés que partirte, tenés que romperte, para que entre las grietas de vos salga esa singularidad y puedas decir a la postre ‘mirá, este personaje tiene algo de mí, le pude aportar desde mi humilde lugar algo a esta tremenda y hermosa complejidad’.

Cuando te sacan hasta el banquito Necesariamente en ese proceso uno aprende algo de uno. Y si en el camino aprendiste algo sobre vos, eso es crecer.

-Yo creo que sí. Es uno de los componentes, de los afectos o de las contribuciones colaterales del teatro que a mí me enamoran y quizá por las cuales sigo en esto. Actuar para mí es en gran medida tener un diálogo muy profundo y muy íntimo conmigo mismo.

Hay que animarse a eso. Hay que animarse…

-Claaaro. En el medio uno da mucho de sí, un ofrece mucho de sí. Se propone como un medio, un campo de experimentación si querés, para que el teatro suceda.

En ese diálogo con uno mismo sí que te sacan hasta el banquito, como decía Bonavena que pasaba con el boxeador, que cuando sonaba la campana se quedaba totalmente solo, hasta el banquito le sacaban. La valentía de mirarse uno es tal vez la operación más difícil que hay.

-Sí. Sí (se queda pensando unos segundos). Es, definitivamente, el aspecto si se quiere más difícil de la labor artística, más allá de la actuación. Asumirse y aceptarse uno en sus potencias y en sus debilidades, en sus claros y en sus oscuros, y saber que uno es lo bueno, lo malo, y que en esta intimidad que prescinde de todo tipo de moral, tiene que abrevar para poder construir un hecho artístico genuino.

¿Cómo te preparás para lo que se anuncia como la última función de Diario de un loco, y en Bolívar, una ciudad especial para vos?

-Yo elijo el lugar donde empezó todo para cerrar uno de los caminos que más lejos me ha llevado. Es cerrar el círculo, el mandala, si querés, en algún aspecto, de un largo periplo que nació al encontrarme aquél texto en 2011, o debería irme más atrás.

Es que esto empezó cuando ‘te chocaste’ aquél cuento de Gorki en casa de tu abuela.

-Claro. Entonces ese pibe de diez años, después de todo un recorrido y mucha vida en el medio, le está poniendo el punto final a un trayecto único y probablemente irrepetible. Creo que hacerlo en Bolívar tiene una connotación muy íntima, que a la vez quiero compartir con todo el público a través del personaje.

Diario de un loco se presentará esta noche a las 21 en la sala de El Mangrullo (Venezuela 536), con entradas anticipadas a 4 mil pesos y a 5 mil en puerta. Organiza Cable a Tierra Producciones. Darán sala 20.45, y el público se ubicará por orden de llegada.

Chino Castro

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