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Detrás de la máscara hay un chico encendido

Pedro Aznar nos brindó una gran versión suya, con su nuevo disco y clásicos.

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Cuando, a capela y parado adelante en el medio del escenario, fuerte y chiquito, Pedro Aznar encaró Quebrado, todas/os nos abrazamos a lo que habíamos ido a buscar -un perfume, alguna especie de verdad-, y no porque lo anterior no haya dado la talla, sino porque con esa canción poéticamente confesional y esa manera de ofrecerla/obsequiarla, el ex Serú Girán entregó lo mejor de sí, que siempre es todo, y coronó una hermosa noche en su primera vez en la ciudad, el martes en un colmado Coliseo. A capela, y a capa y espada.

Después, sólo quedó tiempo para la célebre Tu amor y A primera vista (del brasileño Chico César), empleada como una flor para dar las gracias, mirarse a los ojos y decir hasta la próxima, querido, que ojalá sea pronto.

El concierto del multiinstrumentista, cantante y compositor hizo eje en una mayoría de canciones de su nuevo disco, El mundo no se hizo en dos días, mechadas con clásicos suyos y de otras firmas, ya que como el propio Pedro había anticipado en entrevista con este diario, siempre reserva un segmento de sus recitales para regalarles a quienes nunca lo han visto y quizá no vuelvan a tener la chance de, un racimo de esos temas a los que el correr de los años ha impreso la entidad de entrañables, una categoría que vale más que mil Grammys.

La apertura, apenas siete minutos después del horario anunciado, sucedió con Salve, una canción no justamente ganchera de su nuevo álbum, que desgranó en una versión acaso muy larga, en la que fue incorporando ‘in situ’ capas de instrumentos -teclado, guitarra- y de su propia voz. En la ocasión, Aznar tocó teclados, a menudo procesados, bajo y un multiplicidad de guitarras, eléctricas y acústicas según lo que demandara la obra.

Al toque, A cada hombre, a cada mujer, bello tema del último y subvalorado disco de Serú Girán (Serú Girán, publicado en 1992, el año de una reunión que pintaba para más y quedó ahí). Y ya no habría manera de dividir lo indivisible, Pedro y nosotrxs. La emotiva interpretación, despojada y certera, montó al público en clave sentimental, como para dejar claro que también habría en el concierto varias de esas que sabemos todos.

Un simple abrazo, la tercera, es un aire de folclore que lleva letra de Víctor Heredia, y forma parte de El mundo no se hizo en dos días, ambiciosa obra de unos veinte temas de la que también interpretó Mientras (un aire celta, con mandolina); Duermevela, casi una canción de cuna; la lánguida September Blues (en teclado); Canción de otoño; Aceitosaurio con su pasta de hit; Dejando la tormenta atrás, una de las cuatro de ese disco que compuso antes de la pandemia, y que parece premonitoria, y Corpoland, una fuerte declaración de principios contra las corporaciones ‘anti-vida’ que masacran al mundo para seguir llenando esas catacumbas donde esconden el dinero y de donde extraen su sucio poder. La pieza abre con una suerte de manifiesto, en donde el artista levanta su bandera para contar/cantar lo que ve. La tocó con bajo, como para darle un tono de gravedad a un asunto bien espeso. Justamente El mundo no se hizo en dos días es una toma de posición sobre lo que pasa en el planeta hoy, tamizado por su mirada; toda obra lo es, pero en este caso el ex Pat Metheny apela a letras más bien directas para enjuiciar artísticamente a los grandes verdugos de la humanidad, que -lamento desilusionar a alguien- no son los dirigentes políticos, al menos no en primera línea. El hombre que se hizo bajista a partir de Madre Atómica ya viene transitando esa senda, metiéndose en el ‘barro’ del ‘barrio’, desde Quebrado, su disco doble de 2008, bien mirado un hermano mayor -no porque sea mejor, sino porque nació antes- del que vino a presentar a Bolívar en el inicio de una gira bonaerense que incluirá solo tres puertos (los otros son Benito Juárez y Bahía Blanca), hacia su desembarco en el sur.

De la flamante placa incluyó además Todo de mí, versión en español de All of Me, de su admirado John Legend. Entre las canciones sobre el amor, más que de amor, escritas estos años, una de las mejores, según su consideración en el reportaje aludido antes. Con ella linkea Ya no hay forma de pedir perdón, tocada unas cinco estaciones antes y con un aroma a Aznar que embriaga… aunque sea de Elton Hércules John y Bernardo ‘Bernie’ Taupin.

El artista habló poco, diríase que lo imprescindible, y casi no presentó ninguna canción, si bien a algunas quizá hubiera ‘recargado’ con palabras introductorias, tales los casos de Mientes y, ya en el segmento bises, Tu amor, ambas elaboradas junto a un tal Charly García para una celebrada sociedad musical que dio el fruto dos grandes discos, a mediados de los ochenta y principios de los noventa. El mismísimo ‘bicolor’ apareció en ambos casos en las imágenes proyectadas en el fondo del escenario, que acompañaron todo el concierto con figuras alusivas a lo que Pedro interpretaba, ya sea una ruta, una flor o un paisaje de otoño.

La voz de Aznar, una de sus grandes armas para nada secretas, lució en estado de gracia, a pesar de alguna tos que revelaba cierto malestar y de su mención, cuando tuvo que afinar la mandolina, de que los cambios bruscos de temperatura alteran las voces, pero también los instrumentos. Potente cuando es menester, sensible cuando la canción desnuda y deja inerme, siempre rica en matices, como su propia obra, que abreva en estilos (folclore, pop, rock, bossa y últimamente rap y trap) sin perder el estilo.

En el renglón de las que ‘sabemos todes’ corresponde incluir a Zamba para olvidar, un inesperado hitazo folclórico, y quizá a Rencor (cuarto bocadito de la noche), de Quebrado, que estrictamente no es un hit, pero su impronta beatle invita a creer que ha estado siempre ahí, flotando en el viento, que de algún lado la conocemos.

El concierto fue ganando en calidez, con el artista convidando al público cuidadas dosis de su humanidad, sin ‘cortar camino’ por el lado de la simpatía. Así, ya hacia el final el teatro coreó algún tema, o metió palmas en otro par, y todo se tornó ameno hasta lo amigable, como si conociéramos al tipo que estaba ahí arriba, esa bestia ‘libra por libra’ de la canción popular que sigue siendo aquél chico que (se)describe en Quebrado, pero que, al menos en nuestro Coliseo bolivarense, no lució asustado sino encendido, con la siempre frágil seguridad de un gran creador que ha ido construyéndose a sí mismo mientras florecía en canciones y discos durante el largo viaje de casi cincuenta años (faaaa). Productos caseros, por más tecnología con que se los arrope, de un cocinero singular; unidades a la vez complejas y simples, clásicas y modernas, que ya tienen un cielo ganado entre las preferencias de los argentinos, y mirá que tenemos para elegir y cultivar el paladar.

23.29, tras Mientes, Pedro daba las gracias y se marchaba, para regresar muy pronto y obsequiar tres más, que ojalá pronto se prolonguen en ramilletes de ese collar de perlas tan suyo y ya tan de todos. Sobre la orilla de la medianoche ya no llovía; la luna ha de haber querido ver/escuchar bien.

Organizó, de modo impecable y con cada detalle a salvo, Cable a Tierra Producciones, de Daniela López, que de este modo comienza el año bien arriba. Como para seguir sumándole certeros acordes, extrayéndole lustre melódico, a la canción sin fin que nos cuida la vida.

Chino Castro

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