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miércoles, 24 de abril de 2024
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Destellos de una “épica no consciente” que aún encienden nuestros cielos

Entrevista con Adrián Abonizio y Juan Aguzzi, autores de La rosa trovarina.

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Para “fotografiar una época en movimiento”, Adrián Abonizio y el periodista Juan Aguzzi, que integraron la trova rosarina desde la precuela y se conocen de pibes, decidieron escribir La rosa trovarina. A cuatro manos, para “contar esta historia nosotros que la vivimos, antes que un tipo que no la conoce”, me dicen los autores en el lobby del Hotel San Carlos, en la tarde del jueves 7. Aboniziovino por tercera vez (para Aguzzi fue la primera), a presentar el libro y disfrutar del concierto debut de Canciones para otro yo, el disco de Hernán Caraballo sobre letras suyas. 

Fuera de los propios protagonistas, recurrieron a colaboradores de fuste para que aportaran su pluma sensible: Carnota, Fontanarrosa, Horacio González, Rodolfo García, Rep. Todo, “con la idea de que sea un libro lindo de leer, con buena gráfica”.

El volumen, un compendio de relatos y prosas poéticas, salió por la editorial rosarina Ciudad Gótica con un norte de distribución nacional, aunque también lo comercializan los propios autores en el marco de las presentaciones que ofrecen por el país.

El proyecto les hacejusticia a los artistas satélites, sobre cuyas cabezas no cayeron las embriagadoras luces del centro porteño. Los laterales abiertos, para usar la metáfora futbolera que el propio Abonizio empleó en esta charla, que arman el juego para que se luzcan los volantes creativos y los goleadores.La trova tuvo una ‘cocina’, que sólo conocen quienes estuvieron ahí. Si llegó la hora de mostrar al que pelaba las papas, nadie mejor que Abonizio y Aguzzi para impedir que el olvido los convierta en polvo, como si no hubiesen estado ahí empujando un carro que resultó un jet.

“La distribución se hace muy difícil”, marca Adrián. “Como diría un funcionario macrista, ‘y, son dos pizzas, tres’”, se ríe. “¡No, una sola!”, lo corrige Juan, por lo que se ve, más atento a una pertinaz escalada inflacionaria que el gobierno corre de atrás, para no hablar del alicaído bolsillo popular. “Pero yo hablo de la pizza comprada en algún supermercado, esa así nomás, con masa y casi nada arriba, como la vieja prepizza”, contragolpea el hombre que, en una canción, vio milagros en una villa.

Raro que aún no había sido contada aquella epopeya.

Aguzzi: -Había un libro de un colega porteño, Sergio Arboleya, que contó nuestra historia pero desde una mirada exterior, y conociendo a la trova ya después de que triunfamos en Buenos Aires.

Llegó al Mayo Francés a fines de junio, como algunos revolucionarios de cartón.

-Algo así (risas). Nosotros estuvimos adentro, y teníamos la posibilidad de narrar la génesis de la trova, porque antes era una masa informe de músicos, poetas, escritores, teatreros, cineastas, en un clima político muy adverso.

Ustedes simplemente se juntaron a hacer, sin una perspectiva de fundar la trova.

Abonizio: -Pero también muchos de nosotros nos dimos cuenta del peligro que se corría. Mucha gente vinculada a nosotros estuvo adentro. Y me podía haber tocado a mí. Era una lotería. Uno no se podía ir a Suecia. No valientemente, sino inconscientemente, me dije que iba a quedarme, que a mí la historia no me iba a borrar. Humildemente, pasara lo que pasara, yo no iba a quedarme en Suecia, huido, viviendo en un muelle, trabajando en una granja y casado con una tetona hermosa. Hablábamos de eso, de que teníamos que aguantar, porque había cosas que decir. Yo me hacía el profético, pero sabía que algo iba a pasar. Estábamos al tanto de todos las desapariciones, del martirio que fue, pero qué íbamos a hacer. No teníamos un blindaje político, no pertenecíamos a ningún partido, no éramos conocidos, y nos movíamos en ese ámbito como entre sombras y luces tratando de hacer lo nuestro.

Un recuerdo se hilvana con otro, en un retroceso de tobogán emotivo con un sabor agridulce por lo que fue, por lo que pudo ser, por lo que ya no será y de algún modo sigue siendo. Todos los participantes de aquella gesta cultural llevan tatuados en el cuerpo los mojones de un viaje que nunca acabará, ya que su puerto todavía es un sueño moldeado a dentelladas. Una legión de artistas, más que una generación, que aún proyecta su larga sombra sobre toda música argentina de raíz popular. Se vistan de lo que se vistan siempre tendrán cara de ‘trova rosarina’ y respirarán el espíritu del lugar. Hasta el rockstar Fito Páez, el ‘menos parecido’. Abonizio dice que “había adoración mutua. No teníamos dioses, era entre nosotros. Saber que hay uno parecido a vos, otro que escribe, te va manteniendo vivo. No hicimos ninguna épica consciente”, remata, fuerte y al medio.

EL HURACÁN FITO

“La junta militar decidió que fuéramos conocidos (ver aparte). Ahora: tarde o temprano iba a ocurrir, porque talento hay, no me voy a hacer el boludo”, subraya Adrián.

Estaban condenados al éxito, como diría Duhalde.

-Seguro. Y el agregado de Fito, que entró como por una ventanita. Yo lo vi y le dije ‘sos un hijo de puta’. Tenía 15, 16, y se juntaba con Liliana Herrero, escuchaban cosas, y al otro día… Fito tocaba de oído, pero era una esponja.

En el ’83 vino la trova a Bolívar, y Baglietto dijo en el escenario de Empleados algo así como que había que prestarle atención a Fito, que iba a ser un grande.

-Por suerte aún nos escribimos con Fito, con mis críticas hacia lo que es el estrellato. Cuando Fito se arrimó lo veíamos como un pibito. Nunca nadie lo gastó, nosotros no somos de gastar, sino de sumar. Pero decíamos ´cómo este pibito escribe esto’. Escuché un cassette de Staff, su grupo del colegio, y me acuerdo que le dije al ‘Rengo’ (Rubén Goldín): ‘Loco, a esto hay que quemarlo’. ¡Cómo Fito opinaba de eso, si no había ni cogido todavía! Rubén lo adoptó, fue muy generoso y lo adoctrinó. Yo no, no tengo conocimientos musicales. Y así Fito se fue incorporando, incorporando.

Aún hoy los troveros de las mil batallas a punta de melodía se siguen compartiendo canciones. “Cuando teníamos 19 también nos mostrábamos temas. Éramos muy fanáticos del Cuchi Leguizamón, y a mí me encantaba Deep Purple también. Yupanqui, Violeta Parra, King Crimson, dame cualquiera. Armamos un Frankenstein”.

¿No parecerse a nadie era una búsqueda consciente?

-Sí. Muy consciente eh. Si uno cometía el pecado de hacer un tema parecido a Pappo, te bajaban el pulgar. Y si hacías uno parecido a Spinetta, ibas bien. Pero a mí Pappo me gusta también eh. Sabíamos los temas del Cuchi Leguizamón, hablábamos mucho de Marechal. Más bien una argentinidad sería. Suena a patrioterismo pero era así. No anhelábamos Nashville o Bob Dylan, aunque escuchábamos todo eso.

¿Da para que se junten a componer como antes?

-Sí, surgieron cosas en el colectivo (en un viaje en bondi a un recital). Y antes de la pandemia nos juntábamos en casa de Fabián (Gallardo) a ensayar. Con la excusa de repasar algunas cosas (surgían nuevas ideas). (Más adelante dirá que las modas no lograron vencerlos, “aunque una piba de 25 años no tenga idea quién soy yo; capaz piensa que soy el remisero”. Le digo que seguramente esa piba escuchó El témpano, y me dobla la apuesta con un “hay muchos témpanos nuestros dando vueltas”.)

El que nunca vuelve cuando vuelve la trova es Fito.

-Sí. Por cuestiones que no es que me las guardo, sino que no pregunto. Fito no quiso, no aceptó participar de esto. Me saco mis conclusiones, que son como cuando en Navidad no viene el tío Adolfo a cenar, y hay un montón de suposiciones.

¿Lo ha devorado el estrellato, quizá? Vos aludías a eso hace un rato.

-Sí, pero me hubiese gustado también que me devore el estrellato. Estar hablando con vos acá y mañana ir a pasear a San Francisco. El estrellato es poder adquisitivo. Es grabar tu disco sin poner de garantía tu casa. Él lo padeció, pero se animó a dar ese paso. De antemano lo sabía. Por eso Juan dijo lo que dijo, fíjense en este.

Pero también puede ser una especie de prisión. Tenés que responder a un montón de gente que espera determinada cosa de vos en tu nuevo disco, o podés hacer lo contrario, pero de una u otra forma estarás condicionado.

-Sí, sí sí. Pero a Fito no le gustaría tener los problemas económicos que yo tengo. Fito amagó participar en esta, fue, vino, pero le salieron unas fechas afuera. No lo dejo en el suspenso porque tampoco le importa a nadie este misterio, esto no es Intrusos.

Chino Castro

“Venimos de la sangre”

Abonizio dice que la trova viene “de la sangre: la de los caídos en dictadura y la de los pibes de Malvinas”. Y que los soldados “murieran escuchando nuestras canciones”, que fueron banda de sonido del país “merced a que Galtieri inventó esa guerra de mierda”, aún le provoca “mucha vergüenza”.

Con el diario del miércoles, es fácil ‘ver’ que aquello estaba condenado al éxito.

Abonizio: -Baglietto era WlliamShatner (el capitán de Viaje a las estrellas). Manejaba la nave, que se podía estrellar en cualquier momento. O nos estrellábamos o me voy a Suecia. Al no tener una militancia, una visión de país, un sentido casi patriótico… Estaba todo perdido. La juventud, que éramos nosotros, estaba perdida. No sabíamos para dónde ir. Y se hacía lo que se podía. Juan quería hacer revistas literarias (se ríe); tenías una e ibas tres años en cana, hasta que averiguaban. Todo ese tipo de locuras uno las ve al tiempo y dice ‘qué bueno que sobrevivimos’. Suena épico y como una novela de Stephen King, pero nosotros venimos de la sangre: la de los caídos en dictadura y la de los pibes de Malvinas. Estábamos en el medio. No cayeron por nosotros, pero fueron a pelear en lugar nuestro. Nuestras canciones se escuchaban en Malvinas. Era conmovedor, pero yo no quería ni hablar, me daba mucha vergüenza.

Es muy triste eso.

-Claro. Escuchaban Era en abril y Mirta, de regreso, en las trincheras. Si fuera Lerner haría una canción sentimental sobre eso, pero me da vergüenza, no me sale.

Sus temas fueron parte de la banda de sonido del país, favorecidos porque los milicos prohibieron durante la guerra la difusión de música en inglés.

-Y está muy bien decirlo. En el sentido de que yo con Galtieri no tengo nada que ver, ni nunca le diría “gracias”. Pero merced a que inventó esa guerra de mierda, esa traición a la patria, aparecimos en escena. Yo lo viví con horror, con un sentimiento de vergüenza: los pibes escuchaban nuestras canciones mientras morían, y nosotros “emergíamos al triunfo” (a las comillas las marca Adrián). Entonces vos decís (unos instantes de una pausa densa)… Bueno, nos tocó esto.

¿Permaneció en vos ese sentimiento de asco, de vergüenza?

-Sí, sí sí. Con Juan lo hablamos informalmente, para escribir el libro. Tenemos discusiones, pero es un tema del que no se habla. Y yo soy un hinchapelotas con eso. (Un capítulo de La rosa trovarina lleva por título un elocuente Malvinas.)

“Tal vez aún esté esperándonos un Álbum Blanco”

Sobre la vuelta de la trova, Adrián confiesa que quiere “comprobar qué impacto” tienen en la cultura actual. “Se acabó El témpano, Era en abril, se acabó todo. Basta. Un disco doble con veinte temas nuevos y ver qué les pasa al hijo de Juan, al mío, que tiene 17. ¿Les gustará a los papás o a ellos?”. Para lanzarse a ese mar tienen con qué. Aunque cualquier pibe nade más rápido, ellos saben cómo llegar a la otra orilla, porque ya lo hicieron, y no hablemos de cruzar el reseco Paraná. Para volver a la metáfora futbolera: son el 5 que, por mejor ubicado, corta antes y con discreción, sin necesidad de estirarse para ese mascheranesco quite que arranca ovaciones difíciles de sostener. “No hemos cambiado mucho sino al revés: afinamos y potenciamos las cosas buenas, y cometemos menos errores. Tal vez aún esté esperándonos un Álbum Blanco por ahí. Un disco con temas nuevos cantados por Juan, Baglietto, que siempre fue nuestra insignia. Es una apuesta que estamos barajando”.

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